El día había comenzado con una rara quietud. Silvia abrió los ojos en un apartamento que ya no le resultaba tan extraño, aunque seguía sin comprender del todo cómo Azazel había logrado convertir un lugar modesto por fuera en lo que parecía una suite de lujo por dentro. El sol se filtraba por las cortinas elegantes, bañando el lugar en una luz cálida y sospechosamente perfecta. A su lado, Azazel seguía dormido… o al menos eso aparentaba. —Despierta —dijo Silvia, dándole un pequeño codazo—. Dijiste que hoy íbamos a salir. Azazel, con un gesto de dramatismo propio de un actor de telenovela, abrió un ojo con pesadez. —¿Ya es de día? Maldita sea el concepto de tiempo humano... —Tú elegiste esto. Dijiste que querías "vivir como una pareja terrenal por un día", ¿recuerdas? Azazel se sentó en

