El primer encuentro con la muerte

1370 Words
Silvia, sintió unas manos heladas posadas sobre sus hombros mientras un gélido recorría su espalda, en un impulso saltó hacia adelante y consiguió apartarse quedando frente a frente con la persona que había invadido su habitación, el terror y la confusión la dominó dejándola sin habla alguna, sus piernas temblaban de frio y parecían que estaban por vencerse sobre si mismos frente a la puerta que verificó cerrada, su mano se extendía alrededor de la puerta buscando casi desesperada la manija de la puerta. Era la primera vez que veía a alguien con ese aspecto intimidante y alegre, era una presencia extraña que no hacía más que verla fijamente. Aquel hombre parecía de tan solo unos veinte años dada su personalidad tan fresca, su rostro se notaba suave como el de un niño inocente, pero de alguna manera era extraña. Abierta y misteriosa como si disfrutara de ocultar aquel secretismo extraño que lo envolvía, tenía un cuerpo alto y atlético adornado de ropas oscuras y grises, su sonrisa parecía la de un niño que descubría un juguete nuevo con el que disfrutar. Esto solo hacia resaltar sus ojos grises y cabellos rubios ennegrecidos al final, su peculiar aspecto solo llamaba aún más la atención por su mirada afilada, mientras que su piel era de un tono cálido como la canela misma, cada movimiento parecía ensayado. Tenue, delicado como si caminar fuera una danza en el agua para él, tan pronto como Silvia retrocedió, el misterioso joven solo se echó para atrás como un domador generando confianza a un animal salvaje. — Ladrón…— pudo dejar escapar apenas la profesora que ahora intentaba mantenerse de pie. Estaba semidesnuda, parada tras la puerta mientras miraba a un extraño frente a ella. El frio se calaba en su cuerpo provocando que comenzara a tiritar, sentía hormigueo en las palmas de sus manos y su cabello estaba desordenado apenas cubriéndole la visión. — ¿Qué es lo que quieres? Si buscas dinero, te aseguro que no es el lugar indicado— replicó molesta mientras su mano continuaba deslizándose con cautela en busca de abrir la puerta. — Tranquila— contestó calmado— ¿Qué tal si primero te vistes? Créeme no soy ningún ladrón— pausó por un momento y luego corrigió— bueno al menos no de dinero. Una breve pausa se apoderó del lugar luego de una pequeña risilla del hombre que miraba a la mujer de pies a cabeza, por su parte, tan pronto como se dio cuenta que estaba en ropa interior, la mujer tan solo alcanzó a cubrirse topemente con su manos recordando la imagen que vio reflejada de su flacucho cuerpo, se sintió irritada y humillada al mismo tiempo que confusa por la presencia de aquel sujeto ¿Cómo consiguió entrar al departamento si nunca sintió que alguien la seguía? ¿en qué momento pudo haber pasado si la puerta estaba cerrada? Una a una, las preguntas saltaban por doquier, mientras el joven caminaba tranquilo y curioso tocaba todo cuanto pudiera: deslizaba sus dedos en los sillones, luego en la mesa, incluso en el televisor. Se le notaba distante de su presa. Quizá intentaba hacerlo notar así. En su descuido, la mujer de nuevo se dirigió a la puerta y trató de abrirla para escapar, pero tras hacerlo, la imagen del sujeto apareció al otro lado como por arte de magia impidiéndole el paso, la conmoción fue tal que provocó que tropezara cayendo de espaldas. — ¿Qué? ¿Cómo es que? — volteó para su habitación tan solo para ver la nada. Una habitación vacía a sus espaldas. — Me desplace muy rápido ¿cierto? — se acercó silencioso hasta la mujer y quitándose la chaqueta. Silvia solo alcanzó a cubrir su cuerpo en defensa de lo que podría suceder, no obstante, tan pronto como abrió los ojos nuevamente notó algo sobre ella. Era la misma chaqueta que el desconocido se había quitado, solo la cubrió — No puedo dejar que una mujer salga de su casa con tan poca ropa. — bromeó acercándose casi a centímetros de su rostro. Por un momento la miró conectando con su mirada y enfocándose en cada detalle mientras la mujer incomoda solo podía mover sus ojos y evitar hacer contacto visual como sea, sus dedos la sujetaron desde el mentón y luego de mover de un lado al otro como si la inspeccionara, la soltó y se levantó nuevamente. — Que cosa se supone que eres… — resopló sintiendo su rostro incomodo tras aquel contacto. Entonces notó como aquella mano que la había tocado ahora era solo huesos, no había carne. Nada. Eran huesos limpios de alguna forma conectados, que ahora estaban siendo vistos y examinados por el hombre, una pequeña mueca se deslizó en su rostro para luego voltear con Silvia y dejando que su sombra se posara sobre ella levantar ambas manos como su una cruz se tratase. — Nadie escapa de mí, me desplazo en el aire y concierto el inicio con el fin del todo.­ — dijo como todo un poeta mientras la mujer solo sentía escalofríos — yo soy…la muerte. Aquella presentación se sintió cargada de misterio y terror, era como sacada del mundo más abstracto posible “es una broma” pensó la joven sin creerse aquello, su apariencia tan solo era la de un joven de veinte, “quizá el tipo solo tiene problemas de inmadurez” se volvió a justificar mientras se levantaba lentamente a los ojos del hombre que ahora esta curioso de su tranquilidad. Silvia se le acercó y en un acto de ira le golpeo la cabeza fuertemente, el joven solo podía quejarse por aquel acto mientras seguía sin entender lo que pasaba “largo de mi casa” dijo sin remordimientos, mientras lo empujaba en contra de su voluntad, realmente el ambiente de misterio ya no existía, la mujer lo echó de su departamento para luego cerrar de un solo golpe la puerta. — Oye… ¡oye! — se escuchaba seguido de varios golpes a la puerta — que crees que estás haciendo ¿Me escuchas? La puerta se abrió de nuevo. Aquel joven pensó que podría entrar, pero ante su rostro solo cayó la chaqueta que había puesto sobre ella. Realmente. Una mujer se atrevió a lanzarle a la cara su chaqueta “la chaqueta de la muerte” “si que es valiente” pensó de inmediato mientras su rostro disimulaba por muy poco su irritación. La mujer luego de cerrar la puerta sujetó su cuello esperando aliviar el estrés que pasó “estos niños” se justificó, realmente pensaba que era algún niño travieso. Sus años de profesora no habían sido en vano. De nuevo se dispuso a ir al baño para continuar con su ducha cuando de nuevo una sombra se la apareció de la nada, tomó forma lentamente hasta que reveló al joven que estaba hace tan solo unos segundos golpeando insistentemente la puerta. — De verdad que eres valiente. Silvia Sergei — dijo el hombre ahora con una apariencia aterradora. Se notaba tras su espalda una especie de tela fina flotando como si tuviera vida propia, sus ojos brillaban de un dorado poco común a diferencia del gris que antes coloreaba aquella mirada burlona que ahora, afilados parecían penetrar el inconsciente de la mujer. Su sonrisa se mantenía, pero inusualmente aterradora y la prueba de que el hombre decía la verdad: Sus manos se volvían tan solo huesos al sostener su barbilla. — Quizá ahora si me crees… — su voz era mucho más gruesa casi intimidante. Pese a todo, la mujer se veía solo sorprendida, sin una pizca de miedo alguno. El hombre sonrió casi extasiado por lo que veía frente a él. — No lo puedo creer… — se volvió de nuevo a su apariencia anterior — incluso así no te causo miedo… creo que acabo de tomar la mejor decisión al elegirte. — ¿Elegirme? — preguntó incrédula — Por supuesto. — afirmó para luego estirar su mano y tomando la de ella dejó un destello que le provocó ardor a la mujer, era una quemadura en su dedo anular que rodeaba toda su base. — Serás mi esposa.
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