–Debes ir a un lugar –dijo Kalinda esa mañana, el sol apenas asomaba en el horizonte cuando mi dragón protector volaba entre las nubes conmigo en su espalda. Viajar sobre él siempre era un viaje placentero; amaba sentir la brisa, y más por las mañanas, el viento despeinaba mi cabello alborotado, y aquel aire puro llenaba mis pulmones. No me acostumbraba a sentir esa magnífica sensación de libertad, que aunque era por breves momentos, me llenaba de felicidad.
–Conozco este camino, ¿por qué vamos a ese sitio? –le cuestioné, con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
–Hay algo que debes ver –respondió, y pude notar la tensión en su voz. Algo escondía, no parecían buenas noticias; podía notarlo, la conocía bastante bien.
–Este camino nos llevará a aquel claro en que nos conocimos. Cerca d
