Respiro hondo y lo sigo hasta la habitación. Me sorprende encontrar una pequeña mesa con el desayuno dispuesto sobre la cama: panqueques esponjosos, frutas frescas, todo impecable, como si lo hubiese preparado un chef profesional. —Creí que dormías, quería sorprenderte —dice al ver mi asombro. —Milagros que hace el aroma de un buen café —respondo, levantando la taza—. ¿Todo lo preparaste tú? —Te dije que prefiero cocinar —sonríe, orgulloso. Sí, lo había mencionado, pero nunca imaginé que realmente tuviera talento para ello. El café está exquisito, y los huevos, junto con los panqueques, se ven igual de prometedores. —No puedo dejarte escapar. Cásate conmigo —digo entre risas, pero cuando veo cómo su sonrisa se congela, un frío inesperado recorre mi espalda. Era una broma, una frase l

