EPISODIO 5

1203 Words
La casa de los Grimaldi estaba de fiesta, la boda era un evento grandioso. Camille, siendo la hija mayor y la primera en casarse, era el centro de atención. La mansión resplandecía con decoraciones y luces, mientras los invitados llegaban emocionados de estar en la ceremonia que ha sido anunciada por todos los medios posibles. La mansión de los Grimaldi, un palacio de antiguas piedras y jardines exuberantes, se transforma en un escenario de cuento de hadas. Las luces se entrelazan entre las ramas de los árboles centenarios, y los pétalos de rosa cubren el camino que conduce al altar. Los invitados, vestidos con sus atuendos más elegantes, murmuran emocionados mientras toman sus asientos, sus voces, un susurro bajo la melodía que flota en el aire. En una de las habitaciones, Camille era el objeto de admiración. Vestida con un traje nupcial que parecía sacado de un cuento de hadas, sus empleadas la rodeaban, colocándole las joyas más costosas y elogiando su belleza. Cada cumplido hacía que Camille sonriera y sus mejillas se tornaran rosadas. En el interior, la atmósfera es un torbellino de anticipación y alegría. Camille, la estrella de este evento tan esperado, se mira en el espejo, su reflejo, una visión de elegancia atemporal. Las joyas que adornan su cuello y muñecas brillan como pequeñas estrellas capturadas, y su vestido, una obra maestra de seda y encaje, fluye a su alrededor como una cascada de sueños hechos realidad. Amelie, con una sonrisa tímida, ajusta la tiara en la cabeza de su hermana, sus dedos rozando delicadamente los rizos perfectamente colocados. —Te ves hermosa, hermana —susurra, y Camille siente un calor reconfortante ante sus palabras. La complicidad entre las hermanas es palpable, un lazo inquebrantable forjado a lo largo de años de confidencias y sueños anexados. —Gracias, Amelie. En tres años más alcanzarás la mayoría de edad y podrás casarte con quien elijas. Amelie sonrió de manera traviesa. —Ya veremos, aún falta mucho. Aunque diversión no me falta, no creo que tú lo entiendas. —ella siempre le hablaba de una manera sarcástica o con doble sentido. Camille asintió con seriedad. —Eso sí, estudia y cumple tu sueño —aconsejó la hermana mayor. Fhilippe entró en la habitación, interrumpiendo la charla. El padre de Camille, un hombre de porte distinguido y ojos que reflejan la sabiduría de su experiencia, se acerca a ellas. Su mirada se posa en Camille con un brillo de orgullo y amor incondicional. —Hija, es hora de salir. Amelie, como dama de honor, tú vas primero. —Sí, padre. — Camille toma una respiración profunda, su corazón latiendo al ritmo de la marcha nupcial que ahora resuena a través de las paredes de la mansión. El padre de Camille la observó con orgullo, contento de ver en qué se había convertido su pequeña. En ese momento, la madre entró apresuradamente. —¡Vamos, la música ha comenzado! Camille tomó el brazo de su padre, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. Él le dio dos suaves palmaditas en la mano, tratando de tranquilizarla. Con el velo cubriendo su rostro sonrojado, Camille salió al pasillo, encontrándose con los invitados que la admiraban mientras caminaba hacia el altar, donde su futuro esposo la esperaba con una sonrisa radiante. Mientras avanzan, la madre de Camille, una mujer de belleza serena y elegancia natural, se une a ellos, su mano descansando brevemente sobre el hombro de su hija en un gesto de apoyo silencioso. La procesión hacia el altar es un mosaico de momentos: las sonrisas de los invitados, el aroma embriagador de las flores, y el suave crujir de la seda contra el suelo de mármol. Al llegar al altar, Camille levanta la vista hacia el hombre que espera, su futuro esposo, cuyo rostro se ilumina con una mezcla de admiración y amor profundo. El velo se levanta, revelando su sonrisa nerviosa, y en ese instante, todos los preparativos, las esperanzas y los sueños convergen en un punto de pura felicidad. Los votos se intercambian, las promesas se sellan, y mientras los recién casados se giran para enfrentar a sus seres queridos, la mansión de los Grimaldi estalla en aplausos, celebrando el comienzo de una nueva vida juntos. La ceremonia transcurrió con una elegancia y solemnidad que dejaba a todos los presentes con el corazón lleno de alegría. Los votos fueron intercambiados, sellando un amor que prometía durar por siempre. Al final, mientras los nuevos esposos salían, los aplausos y vítores llenaban el ambiente, marcando el inicio de una nueva etapa en la vida de Camille. La recepción de la boda fue un torbellino de emociones y alegría desbordante. Los recién casados, Camille y su esposo, eran el centro de todas las miradas, irradiando felicidad mientras bailaban al ritmo de la música que resonaba en el salón adornado con luces destellantes y flores exquisitas. Cada invitado quería inmortalizar el momento con fotografías, buscando capturar la esencia de un día que prometía ser inolvidable. Camille, con un vestido que parecía capturar la luz de las estrellas, se movía con una gracia que solo el amor verdadero puede inspirar, su risa era la melodía que complementaba la banda sonora de la noche. La pista de baile se llenó de magia cuando Camille y su esposo empezaron a bailar. La conexión entre ellos era evidente, y bailaron juntos casi todas las canciones, perdidos en su propio mundo. Los invitados aplaudían y algunos incluso se unieron a ellos, creando una atmósfera de alegría y celebración. Mientras tanto, su hermana menor, una joven de dieciséis años con una belleza incipiente, observaba la escena desde su asiento, sosteniendo una copa de champán con una sofisticación que desmentía su edad. La luz de las velas reflejaba destellos en sus ojos, llenos de admiración y un toque de melancolía, quizás soñando con su propio cuento de hadas. Sin embargo, su momento de ensueño fue interrumpido cuando su madre, con una mezcla de preocupación y asombro, le reprendió suavemente por olvidar la inocencia de su juventud. —Amelie, eres muy joven para beber, compórtate por favor, ¿qué van a decir los invitados?—dijo su madre, quitándole la copa con firmeza pero con cariño. Amelie se sonrojó y asintió, sabiendo que tenía razón, pero sin poder evitar sentirse un poco avergonzada. La pista de baile se convirtió en un mar de parejas, cada una sumergida en su propio mundo, pero todas compartiendo la misma atmósfera de celebración. Los camareros se movían con destreza entre los invitados, ofreciendo delicadezas y bebidas que prometían mantener viva la fiesta hasta el amanecer. Las risas y conversaciones llenaban el aire, creando un tapiz sonoro tan rico como los sabores que deleitaban el paladar. En un rincón, el padre de Camille brindaba con viejos amigos, compartiendo anécdotas y recuerdos que tejían la historia de su familia. Su mirada se posaba de vez en cuando en su hija, lleno de orgullo y un amor incondicional que solo un padre puede sentir. A su lado, la abuela de Camille, una mujer de avanzada edad, pero con un espíritu indomable, observaba la escena con una sonrisa sabia, sabiendo que las tradiciones y el amor familiar se mantenían fuertes y vivos.
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