EPISODIO 8

1306 Words
Estaba sola, como una chica abandonada, mirando a todos lados, sin señales de esa persona. En eso escuchó al camarero, y la llegada de su comida se convirtió en un acto de redención sensorial. Los aromas se elevaban, mezclándose con el murmullo del lugar, y cada bocado era una promesa de placer y olvido. La paleta de sabores que danzaba en su lengua era un recordatorio de que, a pesar de los giros inesperados de la vida, siempre había espacio para la belleza y la gratificación. La comida, meticulosamente preparada, era un poema comestible que hablaba de tierras lejanas y de la pasión de aquellos que la habían creado. Mientras disfrutaba de la comida, observó cómo los dos hombres se levantaban y se dirigían hacia la salida. Al pasar junto a su mesa, una tarjeta dorada cayó al suelo. Camille miró a su alrededor y, al ver que nadie más había notado lo sucedido, se agachó para recogerla. La observó detenidamente, leyendo cada letra escrita en ella. Se trataba de una invitación dorada a un evento especial, que prometía olvidar los pesares de la vida. Camille sonrió mientras leía la invitación. «¿Quieres vivir la experiencia más excitante donde tus sentidos y la razón no pueden describir?», “suena interesante” pensó mientras guardaba la tarjeta en su bolso. Decidida a aprovechar la noche, terminó su cena con una renovada sensación de optimismo. La invitación representaba una oportunidad para aventurarse en algo nuevo y emocionante, y Camille se sintió tentada por un instante. Camille observaba a cada uno de los comensales y concluyó que cada uno de ellos representa un universo único, con sus problemas particulares, sus triunfos y su propia felicidad. Sonrío, porque mi problema no es el final de todo. No soy una mujer que dependa de otros; soy hermosa e inteligente. Continuaré con tu juego, Louis, deseo ver hasta dónde llega tu indiferencia hacia mí. El incidente de la tarjeta dorada fue un interludio inesperado en su soliloquio silencioso. Al recogerla, sintió la textura pesada del papel entre sus dedos, y las letras grabadas parecían susurrarle promesas de escape y aventura. La invitación era un portal a un mundo desconocido, una oportunidad para desviarse del guion de su vida cotidiana. Guardándola en su bolso, Camille se permitió soñar con la posibilidad de lo que podría ser, con la esperanza de que tal vez, solo tal vez, esa tarjeta dorada fuera la llave a una nueva narrativa en su vida. Con cada sorbo de vino, se sentía más anclada al presente, más consciente de la riqueza de su propia existencia. La comida, la música, la tarjeta secreta: todo convergía en un punto de claridad. La vida, con sus misterios y revelaciones, continuaba desplegándose ante ella, y Camille, con su espíritu renovado y su curiosidad despertada, estaba lista para enfrentarla con una nueva perspectiva, con la resiliencia y la esperanza como sus eternos aliados. Terminada la cena, pidió la cuenta y salió del restaurante, dirigiéndose al balcón del hotel para disfrutar de la vista nocturna de la ciudad. Mientras la brisa fresca acariciaba su rostro, pensó en las posibilidades que esa tarjeta dorada podía traerle. Quizás este evento inesperado sería el comienzo de algo nuevo y emocionante en su vida. Resuelta a no permitir que la tristeza la venciera, Camille tomó una decisión. «¡Este no es tu final, Camille!», exclamó al viento. A pesar de que algunas lágrimas traicioneras brotaban de sus ojos, eran enfriadas por la frialdad del viento. Mientras contemplaba el paisaje, recordó la promesa que se había hecho a sí misma de ser fuerte y estar alerta. Era una prueba para su relación, y estaba resuelta a enfrentarla con dignidad y calma. Su confianza en Louis se estaba debilitando, pero todavía no estaba lista para darse por vencida. Al amanecer, Camille se levantó con el primer rayo de luz que se colaba por la ventana, un presagio silencioso de un nuevo comienzo. Con movimientos metódicos, comenzó a empacar sus pertenencias, cada pieza, un eco de memorias pasadas y promesas de futuros inciertos. La habitación, una vez llena de expectativas y sueños entrelazados, ahora resonaba con el sonido sordo de las cremalleras y el crujir de la maleta. Camille se movía con una determinación tranquila, envolviendo cuidadosamente sus recuerdos en papel de burbujas, protegiéndolos de la tormenta de emociones que amenazaba con desbordarse. En su apartamento de soltera, un santuario de calma en medio del caos, cada objeto tenía su lugar, cada espacio, su propósito. Las paredes, adornadas con fotografías en blanco y n***o, contaban historias de viajes solitarios y momentos de reflexión. El aire llevaba un aroma a libertad, mezclado con el sutil perfume de las velas aromáticas que ella encendía para disipar la niebla de sus pensamientos más oscuros. Aquí, rodeada de la familiaridad de su propio espacio, podía dejar que sus pensamientos se desataran como una tormenta, sabiendo que, al final, encontraría la calma. Mientras el sol ascendía en el cielo, marcando el ritmo del día, ella se permitía un momento de respiro, observando cómo la ciudad cobraba vida desde su ventana. La gente abajo caminaba con prisa, cada uno inmerso en su propia historia, ajena a la batalla interna que ella enfrentaba. Era en estos momentos de soledad elegida donde encontraba su fuerza, recordándose a sí misma que, aunque los días pueden estar nublados, siempre hay una promesa de claridad después de la tormenta. Pasó la semana de luna de miel en su apartamento, alejada de todos, en especial de su esposo. Su apartamento, un reflejo de su independencia, le recordaba que, a pesar de los desafíos, tenía el poder de construir su propio camino, de ser la arquitecta de su paz. Y así, con cada paso que daba en este refugio personal, se reconstruía a sí misma, pieza por pieza, hasta que la tormenta en su interior se calmaba y daba paso a un nuevo horizonte de posibilidades. Un día, mientras organizaba su apartamento, encontró la tarjeta dorada que había guardado en su bolso aquella noche en el restaurante. La sostuvo entre sus dedos, contemplando las letras doradas que prometían una escapada especial. La curiosidad y la necesidad de cambiar su rutina la llevaron a considerar asistir al evento. En su casa había un caos. Con la desaparición de Camille sumió la casa en un torbellino de confusión y desesperación. Louis, cargado con el peso de la culpa, había mantenido una fachada de normalidad durante tres interminables días. Cada segundo sin ella era una eternidad de incertidumbre. Había buscado en cada rincón de la ciudad, llamado a todos sus conocidos, revisado cada mensaje y correo, pero Camille parecía haberse desvanecido. La esperanza comenzaba a flaquear cuando, con el corazón encogido, decidió revelar la verdad a los padres de ella. Al recibir la noticia, la incredulidad se pintó en los rostros de sus padres. ¿Cómo era posible que Louis, el hombre que juró proteger y amar a su hija, la hubiera dejado sola en un momento tan crucial como su luna de miel? Las excusas de Louis, aunque teñidas de una sinceridad angustiosa, sonaban vacías ante la gravedad de la situación. Alegaba que una emergencia laboral ineludible lo había arrancado de su lado, pero el padre de Camille, con una mirada que destilaba una mezcla de ira y desdén, rechazaba cada palabra. No había justificación laboral que valiera frente a la seguridad de su hija. —¿Cómo te atreves a dejarla sola? Si le pasa algo a mi hija, tú serás el responsable. —El padre de Camille rugió, su voz llena de ira y preocupación. —Papá, cálmate un poco —intervino Amelie—. Ella debe estar bien, de seguro es una rabieta. —¡Por Dios, Amelie! Es tu hermana, no deberías decir esas cosas —respondió el padre con severidad.
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