XVIII Minutos después, mi hermana y yo caminábamos por la calle. Yo la cubría con un extremo de mi gabán para protegerla mejor contra el frío. Caminábamos muy de prisa, eligiendo las callejuelas obscuras, esquivando a las gentes que venían a nuestro encuentro. Nuestra marcha parecía huida. Ella no lloraba ya, y sus ojos secos miraban tristemente. Hasta el arrabal Makarija, donde ya la llevaba, sólo había veinte minutos de camino a pie; pero durante este corto trayecto hablamos de todo, evocamos los recuerdos de nuestro pasado, deliberamos y tomamos decisiones en lo concerniente a nuestra situación actual. Decidimos que no podíamos permanecer más en la ciudad y que en cuanto yo obtuviera algún dinero marcharíamos a otro sitio cualquiera. En la mayor parte de las casas se dormía ya, y l

