ORIANA
De pie al fondo del salón, entrelazo mis manos. Leandro se ve tan seguro en el podio, con toda la multitud pendiente de cada palabra que dice.
El orgullo que siento en el pecho es inmenso.
Sé cuánto esfuerzo le ha dedicado a este proyecto, y verlo cobrar vida así es un verdadero logro.
Pero cuando él escanea la sala, sus ojos finalmente me encuentran. Me quedo paralizada, como un ciervo atrapado en los faros de un auto.
Leandro se disculpa con la multitud que lo rodea y comienza a acercarse hacia mí.
Siento el calor subir a mis mejillas a medida que se acerca.
—Hola —dice, con la mirada intensa—. ¿Qué te pareció?
Sonrío. —Fue increíble. Lo hiciste muy bien.
—Todo gracias a ti. Si no te hubieras quedado despierta toda la noche ayudándome—
—No fue nada —niego con la cabeza.
