LEANDRO De pie junto a la ventana de mi oficina, observo la calle concurrida debajo. Son las ocho y media, y Oriana llega con media hora de retraso. Dejo escapar un suspiro y meto las manos en los bolsillos. Fui demasiado duro con ella ayer. No es solo el hecho de que tuviera que irse temprano. Eso lo entiendo. Es que no me dijo que tiene una hija. No es que estuviera obligada a hacerlo. Simplemente odio que no lo haya hecho, porque es una cosa más que no sabía sobre ella. Súmale cómo se veía cuando volvió a la oficina —tan asustada, tan frágil—, y luego su clara expectativa de que sería grosero con ella, combinada con mi frustración por la reunión, y fue la tormenta perfecta. Perdí el control. Dije algo bastante insensible. Estuve equivocado, y necesito retractarme. Aunque quién s

