THIAGO Cuando entré a la oficina, el rostro de Dana Stone estaba tenso, sus ojos azules serios. —Lo sé, lo sé —suspiré. —No creo que lo sepas —dijo Dana—. Ya hablamos de esto. Me latía la cabeza como mil demonios, y tenía el estómago revuelto. Haber bebido tanto no se sentía nada bien hoy. —No, tú hablaste de esto —respondí—. Te hice un favor al avisarte antes de terminar con ella. El resto no es mi culpa. ¿Qué pensabas que iba a hacer, quedarme en casa a lamentarme? —Eso era lo que esperaba que hicieras. —Lamentarme no me queda bien. —Me dejé caer en mi silla de cuero y abrí la laptop. —Creo que la mayoría de la gente no estaría de acuerdo —dijo Dana con una sonrisa—. Pero esperaba que al menos escucharas la parte de quedarte en casa. Las dos sabíamos que iba a hacer una pataleta

