FERNANDA Me incliné y presioné el botón que deslizó el cristal oscuro de separación entre nosotros y el conductor. Este auto no era una limusina, pero serviría. Eilan estaba encima de mí, besándome como si no hubiera un mañana. Quién demonios sabía si habría un mañana, de todos modos. No había pensado que tendríamos otra oportunidad. No había pensado que lo dejaría llegar tan lejos una segunda vez. Su mano libre se deslizó hacia mi pecho mientras me besaba, sus dedos apretándose en mi cabello, y gemí cuando me mantuvo en mi lugar, haciendo lo que quería. Resulta que amaba que él tuviera el control, aunque no lo admitiría. Trabajó sus labios por mi cuello, acariciando y mordisqueando, y eso envió escalofríos por mi columna. Cuando besó la piel delicada de mi pecho, apartó el escote ba

