Leandro —¡James! —Un pequeño chillido llena el aire y Alexa corre hacia mí, sus coletas volando detrás de ella. Su hermanito Manny la sigue, y un momento después, los dos pequeños están alrededor de mis rodillas. —¿Qué nos trajiste? —exige Alexa. Marcos, que ha entrado al patio trasero justo detrás de mí, niega con la cabeza. —Oye, calma. Leandro no es tu tienda de juguetes personal. Niego con la cabeza, intentando no sonreír. —Tu papá tiene razón. No soy una tienda de juguetes personal. Sin embargo… —Meto la mano en mis bolsillos. Los niños gritan de alegría, sabiendo lo que viene. Saco dos pequeñas bolsas de dulces y le doy una a cada uno. Cada uno toma un puñado y sale corriendo a jugar. —Gracias, Leandro —dice Marcos, dándome una palmada en la espalda—. Los niños te quieren. M

