FERNANDA Me senté en el auto de regreso a la casa de Siena y Dante. Tenía el pie enyesado, y mi tobillo tardaría seis semanas en sanar. Tenía que usar muletas, y lo odiaba. Era mejor que estar muerta. Me lo repetía una y otra vez. Siena no dejaba de llorar cuando me hablaba. Dante estaba en silencio, sujetando el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. —¿Estás segura de que no quieres nada? —preguntó Siena, girándose en su asiento—. Los niños se van a quedar con Nathan y Em esta noche, así que de verdad podemos conseguirte lo que necesites. —Solo quiero una cama caliente —dije—. Y tal vez lasaña. —Puedo hacer eso —dijo Siena, su rostro iluminándose—. ¿Qué opinas, amor? —Podemos hacer eso —dijo Dante, asintiendo. No apartaba los ojos del camino. Pasé cuatr

