2 Un collar especial

2225 Words
Me fui a mi casa nerviosa, las piernas me temblaban, no podía creer que había tenido un encuentro con el Señor de los Mares, el Dios mitológico, en el que ni siquiera creía. Mi collar comenzó a brillar y me dio miedo que alguien más lo viera, pero al parecer nadie podía verlo. Fue un extraño primer día de verano. Entré a mi casa y sentí un fuerte olor a mar, me toqué el collar y estaba húmedo, pero no goteaba, simplemente estaba mojado con agua de mar. Era muy raro. Me asusté. ¿Y si ese collar tomaba vida propia y me quería ahorcar por la noche? No pude evitar reírme ante semejante estupidez. En vez de asustarme más, me burlé de mí misma. Si ese hombre hubiese querido hacerme daño, lo hubiera hecho en el momento que tuvo la oportunidad, estábamos solos en el muelle, perfectamente podría haberme lanzado al agua y creo que nadie se hubiera enterado. Cuando llegó la noche me quité el collar y lo dejé en mi velador, en ese momento se encendió como una discoteca lanzando colores por todo el cuarto. Pero no eran de cualquier color, eran suaves tonalidades tornasol con figuras de peces y delfines, de hecho, lo que más había eran delfines; también caracolas, pulpos, caballitos de mar… Era un espectáculo hermoso, mágico, demasiado bello y, lo mejor de todo, era que calmaba mis ansias y miedos. Me dormí envuelta en la maravillosa sensación de estar en medio del mar en mi propio cuarto. El lunes me despertó una suave melodía, aunque no entendí lo que cantaban, era una hermosa canción, mucho mejor que cualquier alarma de celular. Abrí los ojos y me encontré con un espectáculo extraordinario: a mi mundo marino se le habían agregado varias sirenas que cantaban una hermosa sinfonía llena de emoción. Parecía un sueño, me daban ganas de quedarme allí para siempre, pero debía levantarme para ir a trabajar y, después de ducharme y vestirme, me acerqué a mi velador y me puse el collar. ―Espero que hayas descansado. ―Su voz sonó por todo el cuarto, como si estuviera hablándome por un micrófono. Di un salto, pero luego sonreí. ¿Debería hablarle en voz alta o aún en la distancia leería mis pensamientos?―. Como lo prefieras ―fue su contestación―. Siempre te escucho cuando me hablas, aunque lo hagas con tu mente. No pude evitar reírme, era tan extraño, ¿me estaba volviendo loca? ―No estás loca, el collar en tu cuello te lo demuestra. ―¿Puedo mostrárselo a otras personas? ―Por supuesto, pero no a cualquiera. ―¿Y cómo sabré con quién? ―Lo sabrás. No puedes contar esto a alguien en quien no confías. ―Por supuesto, es que se lo quiero contar a alguien especial. ―Entonces, hazlo, confío en tu buen juicio. ―Debo irme a trabajar ―dije de mala gana después de un breve silencio. ―Cuídate, si necesitas algo, solo presiona el collar y te ayudaré en lo que sea, ¿sí? ―Gracias. Me fui a mi trabajo a regañadientes, gustosa me hubiese quedado en ese lugar de ensueño, con la magia del mar a mi alrededor que me llenaba de paz y armonía. Nada más llegar a la oficina, mi collar llamó la atención de mis compañeros que querían saber de dónde lo había sacado, incluso una de ellas, Ámbar, que era un poco hippie, se acercó y lo tocó, al sentirlo húmedo me miró con extrañeza, mezclada con desconfianza. Yo lo aparté con brusquedad cubriéndolo con mis manos. ―Este collar es mágico, se siente su energía en él. Quien te lo haya dado te quiere mucho, es protección y amor. Yo la miré con los ojos como plato, ¿cómo sabía ella eso? ―Su energía es fuerte, pero suave y delicada, te cuida, te protege, te quiere. Ya quisiera uno así para mí. ―No sé a qué te refieres ―rebatí con la mayor serenidad que pude―, fue un regalo de un amigo que se iba de viaje lejos. Me lo dejó para que no me olvidara de él. ―Con esto en tu cuello, difícilmente podrás olvidarlo ―respondió malhumorada. ―Bueno, es obvio que no me olvidaré de él, es muy especial para mí. ―¿Estoy oyendo bien? ―Fernando, otro compañero del trabajo se acercó con una sonrisa burlona en su cara―. ¿Estás saliendo con alguien? ―No ―contesté con sequedad. ―¿No estás oyendo que está lejos y que no lo olvidará? ―preguntó Ámbar― Eso significa que no está con nadie ahora. ―Yo creí que dejarías de ser tan “forever alone”, amiga. ―No soy forever alone ―rebatí molesta―, no todos necesitamos una pareja para ser felices. ―Perdón ―respondió ofendido―, solo era una broma. ―Bueno, no me gustan esas bromas. ―Lo sé. ¿Por qué siempre tan arisca conmigo? No respondí, me di la vuelta y me senté en mi puesto en la mesa de ventas de una conocida empresa de telecomunicaciones. Fernando buscaba ligar con todas y yo no era la excepción. Los demás se sentaron cuando llegó Guillermo, el jefe. La reunión, aburrida como siempre, duró más de lo normal, primero porque había algunos problemas con la nueva parrilla programática, estaban cambiando los canales para los diferentes planes que deberíamos vender y eso estaba provocando problemas. No puedo decir a ciencia cierta qué clase de problemas porque yo estaba lejos de allí, en el mar, en mi cuarto con las luces de colores, en el canto de las sirenas de la mañana, con Poseidón. ―Espero que estés prestando atención, Rebeca, esto es importante. ―Yo miré a mi jefe sin saber de lo que estaba hablando. ―Lo siento, no oí ―reconocí avergonzada. Fernando me miró con sorna y yo le devolví la mirada con rabia contenida; Ámbar, que se había sentado a mi lado, me tomó la mano y la apretó suavemente, la miré y me hizo un gesto para que me calmara. Tomé aire e intenté tranquilizarme, estaba cansada y aburrida, pero, por ser veinticuatro de diciembre se hizo una pequeña convivencia con el sorteo del “Amigo secreto”, lo que alargó bastante el tiempo de estar allí, así que cuando terminó la reunión, preparé mis cosas de inmediato para salir de la oficina. Esa era la garantía de trabajar en ventas, el único horario a cumplir es el de la mañana para la odiosa reunión. ―¿Te vas tan pronto? ―inquirió Guillermo, la verdad es que yo nunca salía de la oficina antes de las once y media y recién eran las diez y cuarto. ―Sí, tengo que ver un cliente ―mentí― y me espera hasta las once, la gente normal se está preparando para la noche. ―Espero que llegues con ese contrato ―repuso molesto―, estaremos aquí hasta las cinco. ―Eso espero yo también ―contesté, ya me las arreglaría para hacer un contrato aquel día. Ámbar me siguió sin que yo me diera cuenta. ―Rebeca, espera ―me llamó cuando ya había bajado la escalera. Me volví y la miré, lo más probable es que quisiera hablarme de mi collar y yo no quería hablar de él con ella. ―Dime. ―¿Quién te regaló ese collar? ―Ya te dije, un amigo. ―No te creo. ―¿Qué crees entonces? ―Mi mamá tiene uno igual ―soltó como si fuera un secreto guardado durante mucho tiempo. ―¿Qué? ―Mi mamá tiene uno igual que guarda como tesoro, nunca me ha querido decir de dónde lo sacó. ―Si no quiere hacerlo, por algo será, ¿no? ―¿Qué secreto guardan con eso? ―Mira, si quieres anda y pregúntale a tu mamá, yo no tengo por qué decirte nada, no sé de dónde lo sacó mi amigo, fue un regalo y como tal lo recibí, nada más ―corté molesta, celosa. ¿Por qué había otra mujer con un collar como el mío? ¿Andaba repartiendo collares por donde pasaba? ―¿Sabes qué? Eso haré. No te lo iba a robar en todo caso. ―Bueno, me voy. Chao. Ella no contestó, simplemente se me quedó viendo como si nada. Mi trabajo quedaba en el centro de la ciudad, por lo que caminé hasta llegar al centro comercial y me fui al muelle. No llegué tan enojada, la caminata me había despejado un poco, pero de todas maneras me daba rabia pensar que había otras mujeres por ahí con un collar como el mío, que yo creía era único. Me paré en la orilla y apreté el collar con fuerza. ―Eres la única ―escuché su dulce voz. ―¡Mentira! ―grité y me di cuenta de que parecería loca, pero al parecer ninguno de los que estaban a mi alrededor reparó en que estaba hablando sola. ―No se darán cuenta de nada, tú tranquila, aunque te agradecería que no gritaras, de todas formas, más de alguien puede percatarse. Y no miento ―contestó tranquilamente. ―¿Por qué esa mujer tiene un collar como el mío? ―Es único y para ti. ―¡Pero ella tiene uno igual! ¿Tú se lo regalaste? ―Es largo de explicar. Tomé aire, necesitaba calmarme, no podía estar reclamándole algo a alguien que apenas conocía y con el que no tenía nada, ni siquiera una amistad. ―¿No soy nada para ti? ―preguntó y aprecié cierta tristeza en su voz. Claro que no era así. Era “algo”. ¿Qué? No lo sabía, pero no me era indiferente. ―Rebeca, preciosa, no sientas celos, cuando te pueda explicar sabrás que no te he mentido, que eres la única dueña del Nassarius. ―Lo siento ―me disculpé por mis estúpidos celos que no tenía derecho a sentir. ―Tienes todo el derecho del mundo ―contestaba más a mis pensamientos que a mi voz―, yo te di ese derecho, pero no dudes, por favor, el primer día de invierno nos veremos y te explicaré todo. ―No tienes que darme explicaciones. ―Te lo debo. ―No me debes nada, me estoy comportando como una idiota. ―No digas eso ―expresó condescendiente―, ya quisiera verte, pero es mejor así, seis meses, ¿sí? Mi collar te acompañará día y noche. ―Está bien ―contesté con un puchero―. ¿Estás enojado? ―No, ¿Cómo crees? ―No sé, es que… ―Quédate tranquila. Ahora ve al Café del Centro, en la última mesa del interior estará esperándote Cristián Reyes, “tu cliente”. ―¿Qué? ―Solo hazlo. Te hablo por la noche. ―Está bien. Me fui de allí un poco desganada. Sí, se había enojado conmigo, es que fui muy tonta, ¿cómo se me ocurría pedirle explicaciones? Me fui por la Costanera hasta Prat y allí subí hasta el Café, entré, y sentado en la última mesa, había un señor un poco entrado en años, con un poco de vergüenza me acerqué. ―¿Don Cristian Reyes? ―Sí, ¿señorita García? ―Así es. ¿Sabía que yo iba a presentarme allí? ―Tome asiento, por favor, ¿desea servirse algo, un café, una bebida? ―Una bebida, por favor. ―Sonreí mientras él pedía ―Mire, estoy un poco atrasado, pero necesito contratar los servicios de telefonía, internet y cable para mis hijos, con el canal de fútbol, por supuesto. Yo lo miraba atónita. ―Tengo la copia de mi cédula de identidad, un recibo de luz y no sé qué más necesita. ―Nada más. ¿La casa es suya, la arrienda? ―Mía, no ha habido otro dueño y es primera vez que utilizaremos su compañía, teníamos de la competencia, pero la atención es pésima, nunca solucionan nada, por eso nos decidimos contratar con ustedes, a ver qué sale. ―Bueno, nuestro servicio post venta es excelente, usted tiene la opción de contactarse vía telefónica, chat y, por supuesto, en nuestra nueva sucursal de acá al lado. ―Sí, eso me han dicho. Bueno, ¿dónde tengo que firmar? Yo, como buena vendedora, tenía los papeles listos, mientras él me hablaba había llenado los campos requeridos, solo me faltaba llenar el plan que quería tomar y su firma. ―¿Qué plan va a tomar? ―le iba a explicar, pero él me detuvo con la mano. ―El que tenga todos los canales, la mayor velocidad de internet y teléfono ilimitado, si no, mi hija me va a seguir arruinando con sus llamadas. Yo sonreí, un Pack Gold no estaba mal para la última semana antes de la Navidad y Año Nuevo. Después de la firma correspondiente, el hombre salió del café, mi collar brilló y oí su voz en mi mente: “Te felicito, serás la vendedora del mes”. Yo sonreí, estaba muy lejos de eso. “No dudes, yo te ayudaré”, lo escuché decir «Gracias», susurré antes de salir del café.
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