Cap 3
Sara comenzó a sentir, una picazón en la nariz y luego un fuerte olor a alcohol, que la obligo a abrir los ojos y comprobar que no estaba en un sueño, como siempre, y que aquel joven, que, aunque ya no era un nene.... era el mismo que jugaba con ella durante las noches, cuando Morfeo se encargaba de hacer su trabajo.
Cuando vio a aquel muchacho sonriendo de aquella manera tan deslumbrante y con un poco de preocupación, raramente se sintió en casa por primera vez, y le sonrió.
- ¿Cuál es tu nombre? - le pregunto ella, causando la sorpresa de él
- ¿no me recuerdas? - preguntó el, algo dolido y bastante confuso por la actitud de su hermana
vio que ella negaba, atinó a presentarse cuando la escucho explicarse
-tu estabas en mis sueños, pero eras solo un niño y me decías que me atrapabas, como lo hiciste hace un momento- David miró a la madre superiora quien se encontraba parada al lado de la joven, y la miró con un claro gesto de interrogación impreso en el rostro, a lo que esta procedió a explicarse
- cuando Sara...-
-lady Sara- le interrumpió él, dejando a las dos mujeres estupefactas
- oh... si…claro...no lo sabía, lo siento- tartamudeo- cuando Lady Sara llegó al convento, solo tenía siete años, y estuvo encerrada en su habitación por decisión propia durante más de una semana, para luego, de un día para otro salir y sonreír como cualquier niña de su edad lo haría, y no recordaba a nadie, ni nada de su pasado, solo su nombre- a lo que el duque asintió y miró a su hermana diciendo.
- David Wenblok, duque de Stranfol y tu hermano mayor-
Sara estaba sorprendida, aun cuando sospechaba que él era alguna clase de familiar o amigo de su familia, jamás se le ocurrió pensar que ella tenía un hermano y mucho menos, que el hombre sería un duque.
-y me sacaras de aquí, ¿no? -
-claro, a eso vine-
-pues te tardaste un poco- le contesto Sara, una media sonrisa llenaba su cara siendo consciente del que joven no tenía la culpa
Aun así, quería escuchar la historia complete
-lo se enana, lo sé, por eso he venido lo más rápido que pude cuando me entere de donde estabas, por eso mismo me gustaría hablar contigo mientras vamos camino a casa.
Ella miro a la madre superiora quien tenía lagrimas a los ojos y que abrazándole le dijo:
-ve con Dios, mi niña, te extrañaremos, no podemos retenerte cuando sabemos que no quieres quedarte aquí, y si sientes el llamado de Dios siempre serás recibida nuevamente-
Sara estaba agradecidas con aquellas mujeres, la habían criado y cuidado y habían aguantado cada una de sus picardías, pero dudaba que alguna vez siquiera pensara nuevamente en ese lugar.
Sara se apresuró y corrió a su habitación, tomando el vestido que su hermano le había y recogiéndose el cabello en una trenza.
Solo entonces se atrevió a mirarse al espejo.
Por primera vez utilizaba un color tan vivo, por primera vez usaba un vestido glamuroso, por primera vez se sentía alguien importante y eso le gustaba.
Apresurada recogió las pocas pertenencias que tenía y saludando a sus compañeras novicias y algunas monjas, que la despidieron con lágrimas en los ojos dedicándole siempre las mismas palabras que le había dedicado la madre superiora.
Luego se dirigió a donde estaba su hermano y agarrándole de la mano como si se tratara de una niña pequeña, lo tiró de las mangas de su abrigo hacía fuera del convento, donde lo primero que hizo fue correr alrededor del carruaje de su hermano, admirando el cielo y tocando las flores y pastos y sintiendo la libertad que significaba por primera vez estar fuera del convento.
Su hermano lo miraba desde la puerta entre entretenido y asombrado por el comportamiento que tenía en ese momento, él comprendió que, entre los dos, ella, era la que lo había pasado peor.
Durante su niñes y los siguientes años él había vivido libre pudiendo aprender sobre todo lo que un duque debía saber, pero también disfrutando del aire libre y todos los placeres que conlleva vivir como lo que era, un futuro duque. Sin embargo, su pequeña, no tan pequeña, hermana al parecer había vivido encerrada por mucho tiempo por lo que la libertad que estaba adquiriendo, ahora la hacía feliz, y por lo tanto lo hacía feliz a él.
Además, se dedicó a observar lo diferente que se veía con el vestido rosa, que, aunque estaba un poco pasado de moda ya que le pertenecía a su madre, aun así, la hacía ver hermosa, y se dijo que tendría que ahuyentar a unos cuantos "caballeros" a los cuales les quedaba mejor el título de don juanes o de granujas.
- ¿iremos en este carruaje? - le preguntó Sara, no recordaba haber estado en uno nunca, por lo que solo la idea le daba ilusión
- a menos que quieras caminar hasta casa que te llevaría, no lo sé, tal vez un mes- le dijo con sarcasmo acompañado de una sonrisa pícara.
Sara lo miro dándole a entender que había entendido perfectamente su sarcasmo y que no había sido para nada de su agrado, aun así, luego de un momento sonrió y dijo.
- ¿y que esperamos? - y luego se dirigió hacia la puerta donde el cochero les abrió la puerta- oh, muchas gracias, soy Sara- dijo mirándole y esperando que él se presentara, el cochero sin saber que hacer miró a David buscando ayuda a lo que este largo una carcajada y lo presentó
- sara querida, él es nuestro cochero, Maic, y es quien nos va a llevar a todos lados-
-¿nuestro? -pregunto nuevamente ella- es decir ¿tuyo y mío?-
-así es- le dijo el tomándole de la mano y haciéndole subir al carruaje y provocando un suspiro de alivio de Maic, al cual le sonrió y subió el mismo para comenzar a transitar el camino, que los llevaría a su hogar.
Durante el camino, Sara conoció la verdad del porque sus padres la habían dejado en ese lugar y también que sus padres habían muerto, lo que le provoco gran tristeza, pero a la vez al ver la carta que su hermano le había entregado y al leerla, comprobó que sus padres la habían amado tanto que lo principal que le habían encargado a su hermano era que cuidaran de ella y eso le había hecho tremenda mente feliz.
Por su parte David comprobó que su hermana era una gran charlatana y que, aunque había estado encerrada en ese convento durante años, sabia más de la alta sociedad y su chismerío, que él, que ya había asistido a tres veladas desde que había llegado.