Me despedí de la señora Haldin, cuyos hermosos labios jamás se movían. Sonreía sólo con los ojos. Nathalie me acompañó hasta la puerta, muy amigablemente. —Mi madre se figura que soy el eco servil de mi hermano Victor. Pero no es así. Él me comprende a mí mejor de lo que yo lo entiendo a él. Cuando venga y lo conozca usted verá qué espíritu excepcional es Victor. —Se detuvo un momento—. No es un hombre fuerte en el sentido convencional, ¿sabe usted? Pero tiene un carácter intachable. —Creo que no me resultará difícil trabar amistad con su hermano Victor. —No aspire a comprenderlo del todo —dijo, con un punto de malicia—. No tiene nada, pero nada de occidental, ni siquiera en el fondo. Y con esta advertencia innecesaria abandoné el salón, no sin antes inclinarme una vez más desde la pue

