—Me ocupo también de este animal —continuó la dame de compagnie, sin mover en ningún momento las manos y dirigiendo la mirada hacia el gato—. No me importa. Los animales tienen sus derechos, aunque estrictamente hablando no veo por qué razón no deben de sufrir igual que las personas. ¿No le parece? Pero normalmente no sufren mucho. Eso es imposible. Sólo que en su caso da mucha más lástima, porque ellos no pueden hacer la revolución. Yo era republicana. Supongo que usted también es republicana. La señorita Haldin me confesó que no supo qué decir, aunque asintió ligeramente con la cabeza y preguntó a su vez: —¿Y ya no es republicana? —Después de dos años copiando al dictado las palabras de Peter Ivanovitch es difícil ser nada. Para empezar, tengo que sentarme y quedarme completamente inm

