Después de la conversación con Pablo, sentí un peso sobre mis hombros que no lograba sacudirme. Sabía que estaba pasando por un mal momento, pero también estaba cansada de que sus problemas se convirtieran en el centro de mi relación con Gabriel. Mientras se iba, me quedé sola en la sala, con la mente revuelta y el corazón en un puño. ¿Hasta cuándo íbamos a seguir así? Minutos después, mientras recogía la mesa y ponía a los niños a dormir, escuché el sonido de una llave en la cerradura. Mi corazón dio un vuelco. ¿Gabriel? No habíamos hablado en días desde que decidió que necesitaba espacio. Me quedé congelada por un momento, sin saber si prepararme para un nuevo conflicto o aferrarme a la esperanza de que venía con algo más que problemas. La puerta se abrió lentamente y Gabriel entró, co

