DALTON No sé cuánto tiempo estuvimos así. No sé si el mundo siguió girando. Solo sé que cuando me separé, nuestras frentes quedaron apoyadas, y los dos respirábamos como si hubiésemos corrido un maratón emocional. Sus besos eran más adictivos que el azúcar. Eran el pecado que todo buen samaritano quería cometer. No pude contenerme. Esta chica tenía una seducción innata que hacía que me perdiera en medio del deseo. Era mi asistente, era una mujer con una situación precaria, y yo era un maldito hijo de pu**ta que quería llevarla al límite. — ¿Eso fue parte de la lección? —Murmuró, con los ojos cerrados. Sus mejillas coloradas me parecieron lo más tierno de este mundo. . . Algo que me horrorizó porque yo no era de los hombres que pensaba en ese tipo de cumplidos. ¡Madres! ¿Y si me había p

