CAPÍTULO DIEZ El interior de la casa del Profesor Ruiseñor estaba muy oscuro. Todas las cortinas estaban cerradas. Oliver imaginó que a un hombre casi ciego no le servía de mucho abrirlas. Oliver se sentó en una butaca con la espalda muy recta. Después oyó que la puerta se abría y entraban el Profesor Ruiseñor y Ester con una bandeja de te. Ester ayudó al anciano guiándolo hasta el sofá. Colocó la bandeja en la mesa de centro. En ella había una tetera de aspecto polvoriento y tres tazas resquebrajadas. —¿Abro las cortinas? —le preguntó al anciano mientras este se hundía en su asiento. —Sí, si tu quieres, querida. Pero a Percy no le gustará. —¿Percy? —sopesó Oliver. Ester fue hasta allí y corrió del todo las cortinas. Una luz deslumbrante llenó la habitación, alcanzando las nubes de

