Enzo
—¿Cómo te encuentras hoy, Enzo?—Pregunta Franceska; la psicóloga penitenciaria. Cada lunes, me traen a su consultorio dentro del penal para que evalúe mi proceso.
—Estoy vivo, y eso ya es ganancia—respondo sin tantos ánimos, ella me observa con detenimiento, mientras comienza a hacer anotaciones en su cuaderno.
—Te ves cansado, ¿no dormiste bien?
Suspiro llevándome las manos al rostro, odio que siempre logre ver más allá de lo que yo estoy dispuesto a mostrar, pero entiendo que es su trabajo. Rascándome la nuca me preparo para responder.
—Tuve ese sueño nuevamente...
—¿Ese sueño recurrente de las golpizas que recibías de tu padre?—frunzo el ceño, no tolero que lo llame mi padre.
—Ese...hombre, no es mi padre. Y no, esos sueños hace un tiempo dejaron de aparecer—trago grueso, con ella nunca he hablado del abandono de mi madre.
Nos quedamos en silencio por unos minutos, observándonos mutuamente y solo rompiendo el contacto visual cuando ella hace más anotaciones.
—Escucha Enzo, yo estoy aquí para ayudarte. ¿Lo sabes, verdad?—Me mira bajando un poco sus lentes y yo solo asiento—. No voy a presionarte, pero es necesario que dejes ir todo lo que te atormenta. Solo de esa forma, podrás reintegrarte con éxito a la sociedad.
Lo sé y juro que lo entiendo, pero es muy difícil.
—Nunca ha sido fácil para mí expresar mis emociones. Lorenzo se encargó de encerrar mis sentimientos en una caja bajo siete llaves. Nunca tuve el valor suficiente para enfrentarlo, yo... Jodidamente me acostumbré a sus malos tratos y cuando crecí; lo hice siendo igual o peor que él—empuño los ojos, tratando de controlar la furia que siento al recordarlo.
—Entiendo, pero déjame sacarte de tu error—la miro confundido—. Tú ya no eres igual que él, de ser así; no estarías aquí, pagando por tus crímenes, luchando cada día contra tus propios demonios. Enzo tú ya no eres el mismo que llegó hace once años.
Quisiera creerle, tal vez he avanzado, pero no siento que sea suficiente.
—Desearía verme a través de sus ojos y poder confirmar o desmentir sus palabras...
—¿Crees que eso te ayudaría?
—No lo sé, sinceramente no creo que nada ayude a disipar el dolor que siento al tener que convivir conmigo mismo, sabiéndome un monstruo.
—Estamos volviendo al principio...
—¿¡Y dónde se supone que estamos ahora!?—Por primera vez en once años, levanto la voz en su presencia. Franceska parece no notarlo y si lo hizo, lo ha pasado por alto. Su mirada fija en mis ojos, me intimida y me hace tener sentimientos de culpa—. Lo siento, no quise...
—Descuida, estoy acostumbrada. Enzo, he convivido con hombres realmente peligrosos, un simple grito de frustración no me hace ni cosquillas.
—¿Está tratando de hacerme sentir bien?—pregunto cruzándome de brazos.
—Mi deber no es ese, mi deber es hacerte ver lo que tú niegas—poniéndose de pie, continúa—: Es todo por este día, te espero el siguiente lunes.
Sin decir una palabra más, se da la vuelta y desaparece de mi vista. Minutos después, veo entrar al guardia. Sin duda esta sesión no fue para nada productiva.
—Hora de regresar a tu celda, Enzo—el primero en hablar es Pietro, un hombre de aproximadamente cuarenta y cinco años. En el tiempo que llevo aquí, él se ha portado bien conmigo—¿Cómo estuvo la sesión?
—No fue lo que imaginé, pero en definitiva me dejó mucho por reflexionar—no responde nada, pues se supone que no debemos entablar conversaciones amistosas, al menos no cuando hay otros presos o guardias cerca.
El recorrido hacia mi celda dura apenas quince minutos, que extrañamente se sintieron como una eternidad. Estoy cansado y solo quiero dormir para tratar de alejar la ansiedad que me generó soñar con mi madre.
—De vuelta en tu hogar. Aprovecha el tiempo que te queda aquí para seguir trabajando en ti mismo. La vida afuera no será fácil, vas a tener que luchar para mantener a raya tus demonios—dice cerrando la reja de la celda y dejándome con más cosas que pensar.
...
Durante el transcurso de la semana, me encuentro en la rutina diaria de la vida penitenciaria. Despierto temprano como cada mañana al sonido de las rejas de celdas abriéndose. Me levanto de mi cama angosta y hago lo mejor que puedo para mantener el espacio limpio y organizado.
—¡Buenos días, señoritas!—uno de los tanto guardias prepotentes, será el encargado este día de nuestra custodia—Todos en fila, con las manos donde pueda verlas y sus feos rostros inclinados—La impotencia y la ira se apoderan de mí, pero sé que no tengo otra opción más que obedecer.
Con un bufido y un gesto de cabeza negativo, me uno al resto de los presos en la fila. El guardia parece notarlo, pues se acerca a mí con brusquedad, desafiante, buscando provocarme.
—¿Tienes algo que decir?—grita a escasos centímetros de mi rostro, dejando en evidencia la mala higiene bucal que lleva, con el fin de no buscarme un problema, doy un paso hacia atrás y niego—. Eso creí, la niñas siempre tienen que permanecer calladas, así se ven más bonitas—eso acabó con mi poca paciencia y el Enzo racional se esfumó.
—De hecho, ahora sí quiero decir algo—lo detengo antes de que me de la espalda—. Que estemos en esta cárcel, no te da el derecho de humillarnos—mis palabras salen cargadas de una valentía que intento mantener en medio de esta opresión.
El estúpido se ríe de manera despectiva, su risa llena de arrogancia y superioridad me recuerda a mi yo del pasado, lo cual hace que mi ira aumente. Sin previo aviso, su puño se estrella contra mi pómulo derecho, causando un dolor punzante que me desequilibra por un momento.
—Un criminal como tú, no me va a decir como debo tratarlos—afirma con desprecio mientras su mirada se clava en la mía. A pesar del dolor y la furia que me consume, logro mantener la calma. Respiro profundamente antes de atreverme a responder:
—La verdadera medida de un hombre no se basa en sus errores pasados, sino en su capacidad de redimirse y aprender de ellos—digo con convicción, desafiando su visión estereotipada de quienes estamos encerrados aquí.
Mi respuesta parece haber tocado una fibra sensible en él, provocando su ira aún más. Sin vacilar, me golpea nuevamente, esta vez con más violencia.
—¡Lleven a este insolente a la celda de castigo! Y no se olviden del protocolo.
...
Me encuentro frente a la ventana, con en corazón latiendo rápidamente, decidido a escapar y buscar a mi madre. Estoy por saltar cuando de repente, escucho la voz autoritaria de mi padre detrás de mí, deteniéndome en seco.
—¿A dónde crees que vas?—me pregunta desafiante, mi miedo me impide responder—Te hice una pregunta, ¿es que acaso eres sordo?—continúa aumentado la presión sobre mí. Finalmente, reúno el valor suficiente para responderle:
—Quiero ir con mi madre—digo con voz temblorosa, esperando que mi deseo de reunirme con ella, le toque el corazón. Sin embargo, en lugar de comprender mi angustia, él comienza a reír de manera macabra, como si mi deseo fuera una broma cruel.
—¿Quieres ir con tu mamá? ¡Ja! Ella te abandonó, pequeño idiota—dice mientras me toma de manera brusca por el cabello para bajarme de la ventana—. Ella se fue por tu culpa, nunca fuiste más que un estorbo para Emilia. Así son las zorras, siempre huyen de la responsabilidad—sus palabras hostiles, desgarran mi corazón.
—Eso no es cierto, mamá me quiere y dijo que regresaría...
—¿Y tú le creíste?—otra macabra risa abandona su garganta mientras me obliga a mirarlo a los ojos, esos ojos que me miran con frialdad desde que tengo memoria—. Han pasado seis años y no aparece, ¿por qué será?—me reta con sus ojos azules inyectados de sangre por la rabia—. Yo responderé por ti; te olvidó y te aconsejo que empieces a hacer lo mismo, Enzo.
—¡No!—Grito mientras con todas mis fuerzas, lucho por escapar de su agarre. Mi padre abre sus ojos con sorpresa, su rostro se descompone, provocando más miedo en mí al ver como las aletas de su nariz se expanden. Ahora está más enojado que antes.
—¿No?—Vuelve a reír y sin verlo venir, estampa su puño en mi rostro, dejando un dolor insoportable—. A mí nadie me dice que no y mucho menos un mocoso como tú.—Los puñetazos y las palabras hirientes, se mezclan en una tormenta de dolor y confusión.
Dolor porque estoy empezando a comprender que ella no regresará para salvarme de él. Dolor porque solo soy un niñø de diez años recibiendo una golpiza por tratar de huir para buscar a su madre.
Y confusión porque, el hombre que me golpea, se supone que debe amarme, respetarme, cuidarme y hacerme sentir seguro en sus brazos. Debería brindarme el calor para este frío que ha comenzado a reinar mi corazón herido, después de que ella me dejara.
—¡Por favor padre, ya no más! Soy tu hijo—sollozo intentando cubrir mi rostro para no seguir recibiendo el impacto agonizante de sus puños—.No merezco que me humilles de esta forma solo porque mi mamá nos dejó.
—No aprendes a quedarte callado, no he pedido tu maldita opinión, ella se fue y ahora todo el peso de mi furia caerá sobre ti.—Sella sus crueles y despiadadas palabras con una patada en mis costillas que me sofoca y me deja viendo estrellas, para después arrastrarme por el pasillo en dirección al sótano.
—¡Es hora de que aprendas una lección!—Grita con dureza, yo no quiero regresar ahí, ese lugar me da miedo. Mis lágrimas ya empiezan a brotar con más fuerza mientras le suplico que me deje en paz.
Intento resistirme con todas mis fuerzas, pero su fuerza es abrumadora. Me arrastra por el cabello hacia la puerta, es doloroso y aterrador.
—¡No, por favor padre!—Lloro desesperado, pero mis palabras no tienen efecto. Sus oídos están cerrados a mis súplicas, y me sumerge en la oscuridad del sótano.
—Te quedarás aquí hasta que aprendas a ser un hombre y no una niñita llorona—Ignorando mi lucha por mantener la puerta abierta, me empuja con mucha fuerza provocando que caiga de espaldas. Fracaso en mi intento por levantarme, me siento débil por todos los golpes y el dolor en mi costado me roba el aliento junto a las ganas de seguir luchando—Entiéndelo de una puta vez, Enzo; tu madre te abandonó, no te quiere y no va a volver por ti. Todas las mujeres son iguales, es por eso que debes tener mano firme con ellas, nunca aceptes un no por respuesta.
Es lo último que dice antes de que la puerta se cierre con un estruendo ominoso.
Aquí abajo, en medio de la oscuridad, me siento solo y aterrado. No hay diferencia a estar allá afuera.
...
Ya me parecía extraño no tener pesadillas con él nuevamente, pero ahora la ironía es que justo cuando estoy encerrado en esta oscura y fría celda, los demonios de mi infancia, decidan visitarme en mis sueños.
No sé con exactitud los días que llevo aquí; seis, tal vez siete. ¿Qué más da? Al igual que en mi recuerdo, nadie acudirá a mi rescate.
O al menos eso creía, pues cuando estaba por cerrar los ojos nuevamente, la ventanilla de la puerta se abre, dejándome escuchar un atisbo de libertad.
—Llévenlo a enfermería y después a su última sesión con Franceska. El bastardo está a unos cuantos meses de cumplir su condena.