Pov Enzo
23 de diciembre 2002 Roma, Italia.
—¡Ah! Lorenzo ¡Por favor suéltame!
El llanto y los gritos de mi mami hicieron que despertara asustado de un plácido sueño donde estábamos los dos felices y abriendo los regalos que santa dejó para mí, bajo el colorido árbol de navidad.
Estábamos felices porque padre no estaba ahí con nosotros, él es malo y le pega a mami cada vez que llega a casa oliendo muy feo.
—¡Soy tu marido Emilia! Tu maldito dueño y vas a respetarme como tal—otra vez ese horrible monstruo está gritándole a mami.
No me gusta que la trate de esa forma, ella no lo merece.
Cada vez que él lo hace, ella termina con su bonito rostro lleno de sangre y llorando por su culpa.
Muchas veces he tratado de impedirlo pero, padre es más grande que yo y siempre termina golpeándome a mi también.
Mi mami al querer defenderme, me hace a un lado y le pide que no me haga daño a mí, que yo soy inocente y él se desquita con ella.
—¡Ya no más Lorenzo! Me cansé, no quiero seguir al lado de un monstruo como tú—mami no debe gritarle porque eso lo hace enojar más.
Tengo miedo de salir de mi habitación pero, no puedo quedarme aquí escuchando como ella recibe cada uno de sus golpes.
Me bajo de mi cama y comienzo a caminar siguiendo sus voces, están en la sala, me escondo para evitar ser visto por mi padre y observo como él la toma por su rubio cabello y la tira con fuerza al sofá.
—¡No vas a dejarme maldita zorra!—De un golpe hace que mami gire su rostro y suelte un grito ahogado de dolor—. ¿Cómo piensas mantenerte si no sabes hacer nada? Eres una inútil que solo despilfarra mi dinero—le grita muy cerca de su oído y después le da otra bofetada logrando que a mami le empiece a sangrar el labio.
—Te equivocas, ¿se te olvida que me conociste trabajando en una cafetería?—mami lo enfrenta y mi padre ríe ante sus palabras.
—¿Así me agradeces que te haya sacado de la inmundicia en la que vivías?
—Yo no te pedí que lo hicieras Lorenzo, tú me has obligado a estar a tu lado desde el primer momento...¡Ah!—mi padre la toma otra vez por el cabello y le da otro golpe, está vez con el puño cerrado.
—¡Eres una zorra malagradecida que todavía no sabe cuál es su lugar! Pero yo te lo voy a mostrar—la suelta y comienza a desabrochar su cinturón.
Mami lo observa con sus grandes ojos azules muy abiertos mientras él se baja los pantalones. ¿Por qué se está quitando la ropa? ¿Le va a pegar con ella?
Mi padre toma el vestido de mami y se lo arranca de un tirón, mami sigue sollozando que no lo haga y que la deje ir, pero él no le hace caso y se sube sobre ella comenzando a moverse de una forma muy rara mientras mami sigue suplicando que la deje, desde aquí puedo ver cómo ella cierra los ojos y golpea su pecho con los puños y eso en vez de hacer que padre se baje de ella, solo logra que se mueva más rápido y que de su boca salgan sonidos extraños.
Yo sigo preguntándome: ¿qué le está haciendo?
Con mis manitas cubro mis labios tratando de no gritar cuando veo que comienza a golpearla de nuevo en el rostro.
No sé si él pudo escuchar, pero prefiero no quedarme para averiguarlo y decido salir corriendo a mi habitación y meterme bajo las sábanas tapando mis oídos para no seguir escuchando a mami llorar.
Soy un cobarde que no sabe cómo defenderla cuando él la ataca, me da mucho miedo que él quiera golpearme otra vez y mami tenga que pagar las consecuencias después.
No sé cuánto tiempo pasó pero, cuando decido apartar las manos de mis oídos, ya no escucho más gritos ni llantos.
Estando más tranquilo, me acurruco de lado abrazando el osito de felpa que mami me obsequió, es mi favorito y me ayuda a dormir cuando tengo miedo.
Escucho la puerta abrirse con cuidado y cierro los ojos al sentir la cama hundirse.
—Te amo mi niño—¡Es mami! ¿Dormirá conmigo está noche?—. Perdóname—susurra acariciando mi cabeza, me gusta cuando lo hace.
—Mami, ¿a dónde vas?—le pregunto al verla abrir la ventana de mi habitación, ella se gira hacia a mí y pone sus pies en suelo para caminar en mi dirección.
—Creí que estabas dormido, mi dulce niño—solloza acariciando mis mejillas—. Nunca olvides que mami te ama con el alma—dice después de dejar un tierno beso en mi cabeza.
—¿A dónde vas mami?—vuelvo a preguntarle cuando la veo queriendo salir otra vez por la ventana.
—Santa me ha llamado, necesita ayuda para entregar los regalos a tiempo—sonrío al escucharla y me acerco para tomar su mano.
—¿Puedo ir contigo?—mami muerde sus labios y niega con la cabeza.
—Me temo que no mi niño, a dónde vamos es un lugar desconocido dicen que ahí, hay muchos niños sufriendo porque no hay mucha comida que llene su pancita.
—Eso no importa, yo quiero ir contigo—me arrodillo y junto mis manitas suplicándole, con mi ojos empañados. No quiero que se vaya, quiero seguir a su lado.
—¡No pequeño Enzo!—se acerca a mí y separa mis manos para besarlas—.Con tu padre no te faltará nada, mi dulce niño, yo tengo miedo de que pases por cosas horribles en ese lugar.
—¡Mami no me dejes solo con él!—le pido entre lágrimas—¡Es muy malo! —ella se arrodilla frente a mí y me toma por las mejillas.
—Prometo regresar a ti cuando sea el momento, mi niño—no dice nada más, se levanta y me da la espalda para caminar nuevamente hacia la ventana.
—¡Espera!—la detengo, tomo mi osito y regreso a su lado, mami me mira con lágrimas en sus ojos—. Dijiste que tienes miedo—estiro mis brazos para que lo tome—, él siempre me ayuda a dormir cuando yo lo tengo.
—¡Gracias mi pequeño! Lo cuidaré como a un tesoro—lo abraza a su pecho con fuerza.
Dedicándome una última sonrisa, la veo desaparecer de mi vida para siempre.
...
Treinta y dos años después
Centro penitenciario, Roma, Italia.
Abro los ojos bruscamente, con mi cuerpo empapado en sudor y la respiración agitada.El sueño que acabo de experimentar me ha dejado en un estado de confusión y angustia.
Miro a mi alrededor tratando de reconectar con la realidad y alejar los fragmentos del sueño que me persigue cada día desde que ella se fue.
Mi corazón late desbocado en mi pecho como si quisiera escapar de algún peligro imaginario. Mis manos tiemblan mientras me aferro a la desgastada sábana que cubre la pequeña cama en la que duermo desde hace doce años.
La celda iluminada por la tenue luz de la luna, me ofrece cierta calma y tranquilidad.
Mis ojos escudriñan los escasos objetos que la complementan; un lavabo y una taza para orinar a la vista de todos.
Los barrotes, aunque lejanos, me transmiten su frialdad y me hacen recordar el motivo por el cual estoy encerrado.
Suelto un suspiro y me toco el rostro sintiendo la humedad del sudor en mi frente, la sensación pegajosa me recuerda que acabo de despertar de un sueño tormentoso, de una experiencia que me ha dejado marcado de por vida.
Me siento en la cama tratando de calmar mi mente y mi corazón acelerado, respiro profundamente concentrándome en el presente, dejando que los vestigios del sueño se desvanezcan lentamente.
Esta es mi realidad ahora, duchas compartidas, comidas insípidas a las que, a estas alturas ya estoy acostumbrado y gritos de los otros presos recibiendo a un nuevo integrante o diciéndole adiós.
Desde hace muchos años perdoné a mi madre, cosa que no logro hacer conmigo mismo, me sigo odiando por todo el daño que hice en el pasado y dudo mucho que en algún momento de mi vida logre hacerlo.
Mi nueva vida, es muy diferente a lo que estaba acostumbrado, sin embargo, no me quejo y la acepto porque yo mismo me la busqué.
Pedir perdón no me fue suficiente para saciar mi culpa, esa será mi fiel compañera hasta que el último aliento abandone mi cuerpo.