Capítulo IV: Libertad

2049 Words
Enzo Los siguientes meses que pasaron después de mi última sesión con Franceska, no fueron tan diferentes al resto. Mi vida detrás de las rejas siguió su curso como normalmente lo hacía. Despertar temprano. Duchas compartidas con agua extremadamente fría. Organizar mi reducido espacio. Desayunos que aunque ahora agradezco, siguen siendo insípidos. Actividades como jugar baloncesto con los otros presos. También concluí un curso de carpintería, tengo que empezar a planear mi futuro allá afuera y creo que este noble oficio, será de gran ayuda hasta que pueda encontrar la manera de continuar con mis estudios. Hoy es mi último día aquí dentro y estoy nervioso a la par de emocionado por eso. No sé con exactitud lo que el destino me tenga deparado, pero puedo decir que estoy preparado para afrontarlo, cueste lo que cueste, yo lograré salir adelante. —¡Oye Enzo!—La gruesa voz de Guido me detiene cuando estoy entrar a mi celda—. Supe que mañana te vas, ¿ya sabes a dónde irás?—pregunta como si estuviese preocupado, a decir verdad, él y yo logramos crear una amistad aquí dentro. —La verdad es que no. No tengo familia, así que tendré que arreglármelas para conseguir un lugar donde pueda pasar la noche—respondo sincero, pedirle ayuda a Lorenzo jamás será una opción. —Escucha, no me lo tomes a mal, pero le hablé de ti a mis padres, me sentía como la mierda cada vez que llegaban los días de visita y tú te quedabas solo es esta maldita celda, lo siento hermano, pero no pude evitarlo. Ellos están dispuestos a ofrecerte asilo hasta que tú puedas encontrar un lugar... —Oh Guido, no creo que deba... —No rechaces la idea sin pensarlo antes, mis padres y yo estamos agradecidos tan solo por el hecho de que me defendieras hace unos años cuando llegué—¿Cómo olvidarlo? Al pobre chico querían lincharlo cuando se enteraron de que asesinó a una anciana, pero lo que no sabían es que, esa misma mujer; asesinó a su esposa e hijos, tan solo por ser gente de color. Por lo que me contó, su mujer trabajaba como sirvienta en la casa de la anciana, que en un principio se mostraba amable. Un día cualquiera, les ofreció de la comida que ella misma había preparado y el error de su mujer fue aceptar, pues cuando se dieron cuenta que el condimento especial era veneno para ratas, fue demasiado tarde. Por desgracia o por fortuna, él no estaba en casa ese día, pero había recibido un mensaje unas horas antes de su mujer contándole que dicha anciana, tuvo la amabilidad de regalarle comida a ella y a sus hijos. Y bueno, lo que pasó después fue Guido llegando a la residencia de la mujer, se aprovechó de su debilidad, la ató a la mesa y la obligó a comer de lo mismo que le dio a su familia pero; con una dosis más alta de veneno, no sin antes torturarla de diferentes maneras. La doble moral que existe aquí en prisión, deja mucho que desear. La mayoría de los presos, estamos aquí porque realmente somos culpables y me parece algo estúpido que entre nosotros mismos nos juzguemos. Nadie aquí tiene la cara para hacerlo y el haber evitado una desgracia, ayuda un poco a que mi consciencia esté tranquila. —Prometo que lo pensaré, y muchas gracias por brindarme tu apoyo Guido, espero verte afuera muy pronto—le doy un apretón de manos y un abrazo de lado. —Si te decides, esta es la dirección. Como dije antes, ellos están de acuerdo.—habla por lo bajo haciéndome entrega de un papel doblado—. Enzo, de verdad espero que te vaya muy bien allá afuera, ¿cuídate de acuerdo? Y promete buscarme dentro de algunos años, no sé, tal vez podríamos beber algo juntos. —Lo haré, Guido. No te metas en problemas, porque no estaré más para salvarte de ellos—me despido de él con un último abrazo para pasar la última noche en mi celda. ... —Tus pertenencias, Enzo Lombardi. Con manos temblorosas, tomo la bolsa que me entrega el guardia y la abro. Adentro están las pocas cosas que traía encima la noche que me entregué a las autoridades; un reloj, mi cartera y mi teléfono móvil. Al abrir la cartera me encuentro con unos cuantos euros, que estoy seguro me servirán de algo, el reloj puedo venderlo y el móvil igual, no puedo llegar con las manos vacías a la casa de los padres de Guido. —¿Estás listo?—vuelve a hablar el guardia y yo asiento.—Bien, entonces andando, ya no tienes nada que hacer aquí. Sale primero de la oficina y yo lo sigo, al ir atravesando el largo pasillo, puedo sentir como los latidos de mi corazón se aceleran, cada paso que doy en un paso que me acerca a mi libertad. Una libertad que, aunque me aterra; he aprendido a desearla y aceptarla. —¡Abran las puertas!—grita el hombre encargado de mi escolta, en cuanto nos detenemos frente al enorme puerta metálica que rodea la prisión, el guardia se gira hacia mí y con un movimiento de cabeza me da autorización para avanzar hacia mi libertad.— Ten una buena vida Enzo, agradece que tú si tienes una oportunidad de comenzar de nuevo, no la desaproveches. —Gracias, sé muy bien lo que tengo que hacer—sin decir nada más, dejo de una vez por todas el lugar que me mantuvo encerrado por doce largos años. Al cruzar el umbral, la luz del sol me golpea como una bofetada, cegándome por un momento. Respiro profundamente el aire fresco, llenando mis pulmones con una sensación de renovación. El viento acaricia mi rostro y me recuerda que estoy vivo, que he dejado atrás aquellos muros de concreto y alambres de púas. Observo a mi alrededor, tratando de absorber cada detalle del mundo que no había extrañado en lo absoluto. La gente pasa apresurada, sin darse cuenta de mi presencia. Me siento invisible, un fantasma que emerge de una pesadilla, una pesadilla en la que yo fui el protagonista. Mientras me alejo de la prisión, siento un nudo en la garganta. Sé que el camino será difícil, que tengo que luchar para reconstruir mi vida en ruinas y también que tengo una oportunidad para demostrar que puedo cambiar. Camino hacia el horizonte con la firme determinación de llegar al hogar de los padres de Guido, pero antes, debo pasar por un lugar donde pueda vender el reloj, después de todo; fue un regalo de Lorenzo y no quiero nada que me recuerde a él. ... —Cinco mil, es lo máximo que puedo darle—habla el dueño de la tienda, es una cifra que no se acerca ni un poco al valor real de esta pieza. Sin embargo, necesito el dinero y deshacerme de el. —De acuerdo, ¿qué me dice del móvil?—pregunto con la esperanza de poder deshacerme de esto también, aunque por la cara del anciano, dudo mucho que lo compre. —Lo siento muchacho, no suelo comprar aparatos electrónicos y si lo hiciera, ese modelo es obsoleto—no tuve tiempo de pensar en eso, han pasado doce años y la tecnología ha avanzado mucho, ahora me siento fuera de lugar. Sin dudas, tengo tanto que aprender. —Está bien, le agradezco. El hombre asiente y minutos después me hace una nota por la venta del reloj y me hace entrega del efectivo, el cual enseguida guardo en la cartera. —¿Eres nuevo por aquí?—pregunta acomodándose los anteojos—. No recuerdo haberte visto antes—es obvio que no. El Enzo del pasado nunca tuvo la necesidad de vender sus pertenencias para poder sobrevivir. —Lo soy buen hombre, lo soy—con una genuina sonrisa, me despido del anciano y salgo de la tienda. ... Camino por las estrechas calles del barrio bajo de Roma, rodeado de una mezcla de sonidos y olores que definen la vida en esta comunidad vibrante y llena de historia. Mis pasos me llevan hacia una humilde casa entre edificios destartalados y callejones estrechos. La fachada de la casa es cubierta de enredaderas que trepan por las paredes, como si intentaran abrazarla y darle un toque de vida. —Esta es tu realidad ahora, Enzo—pienso mientras me acerco a la puerta de entrada, que de lejos se ve desgastada y llena de arañazos, mostrando signos de reparación improvisados, suspiro antes de llamar con suaves toques, casi de inmediato, la puerta se abre dejándome ver a un hombre maduro que por las arrugas que enmarcan su rostro debe estar rondando los setenta años.—Buonasera signore, sono Enzo, amico di vostro figlio Guido. —Buonasera Enzo, ti estavamo aspettando—termina de abrir la puerta—. Pasa, pasa, mi mujer está por servir la cena. Con algo de vergüenza, acepto su invitación luego de saludarlo a él con un fuerte apretón de manos y dos besos en la mejilla de la mujer que me recibe con brazos abiertos. Nunca antes había sentido el cariño y amabilidad sincero de personas desconocidas, y me sorprendo al sentirme bien con eso. —Mi nombre es Kamali—dice la amable señora después de soltarme— y mi esposo es Fadil—dice señalando al hombre que me abrió la puerta. —Mucho gusto, su hijo me habló mucho de ustedes—y es verdad, Guido me contó la historia de como sus padres llegaron a este país siendo africanos. Su historia más allá de ser triste, es conmovedora y una muestra más de la injusticia y la discriminación que hay aquí. —Debes tener hambre, muchacho—habla Fadil desde la cocina—Kamali preparó pasta, carne y vegetales. Es una cena humilde, pero con el sazón perfecto que te aseguro deleitará tu paladar. —La verdad es que sí, no tuve tiempo de parar a comer algo antes de venir aquí—respondo apenado y al instante, la señora Kamali me guía hacia la mesa, es un poco incómodo puesto que acabamos de conocernos y yo soy un expresidiario del que solo conocen lo poco que su hijo haya podido contarles.—Gracias—murmuro al tener un plato que a primera vista se ve apetecible y el olor, indudablemente me abre aún más el apetito. —Siéntete en confianza Enzo. No somos quién para juzgarte, si nuestro Guido confía en ti, nosotros también lo haremos—me cuesta trabajo asimilar que ahora, soy un libro abierto y que fácilmente las personas pueden leer mis emociones—. Come muchacho, disfruta la cena. La pareja no agrega nada más y nos disponemos a comer, el silencio solo era interrumpido por el sonidos de los cubiertos o por la señora Kamali regañando a su esposo por comer con la boca abierta. Sus regaños me parecían divertidos y extrañamente, por un momento olvidé mis tormentos y me permití disfrutar de la agradable compañía, del delicioso sabor de la pasta, carne y vegetales, el vino tinto barato y me prometí que un futuro no muy lejano, haré de todo para ayudarlos a mejorar su calidad de vida. —La cena estuvo exquisita, señora Kamali—menciono levantándome de la silla con los cubiertos en mis manos—¿Me permite ayudarla con el aseo? Es lo menos que puedo hacer después de que ustedes me alimentaron—la veo dudar, sin embargo, su marido interviene. —Déjalo mujer—la toma del brazo cuando ve que ella está por arrebatarme los platos—, el muchacho solo quiere ayudar y nosotros queremos que esté cómodo. De esa manera, ella me deja continuar con mi tarea. Levanto los platos, cubiertos y copas, para luego llevarlas al fregadero. Estando ahí, me doy cuenta del mal estado del área y eso me genera un choque emocional al pensar en lo privilegiado que alguna vez fui y lo mal que traté a las personas como ellos. Pienso que la vida muchas veces nos da una cucharada de realidad y el karma siempre hace lo suyo.
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