Capítulo 2

1832 Words
Salí de allí con una gran sonrisa, no me importaba si mi futuro posible jefe era un energúmeno, estaba segura de que ello no me detendría, sabía que solo sería cuestión de saber tratarlo. Si pude trabajar con Rodrigo Matus y llevarme bien con él, siendo como era, un hombre-niño caprichoso y mimado, además de irresponsable, bien podría hacerlo con un perfeccionista. Con toda la decisión que me caracterizaba, llegué a mi departamento y llamé a mis padres, ellos no sabían los problemas que tenía y no se los iba a contar, ellos tenían sus propios problemas y, si les decía que me había quedado sin trabajo, ellos se preocuparían sin necesidad y no permitirían que les enviara el dinero que cada fin de mes les enviaba para sus gastos. Ellos se habían sacrificado mucho, la vida en el sur no era fácil y, aunque yo fui la “hija de su vejez”, siempre lucharon para que no me faltara nada, incluso con mucho dolor; aunque era lo único que tenían, me mandaron a la capital a estudiar para sacar una buena carrera y que por fin lo había conseguido no les daría la espalda. Muchas veces les había pedido que se fueran a vivir conmigo, pero ellos no querían dejar su tierra, el lugar donde habían nacido y donde querían morir. Me negué ante esa idea. Sabía lo mayores que eran y que no les quedaba mucho tiempo, pero no quería que ese momento llegara. Las lágrimas corrieron por mis mejillas al colgar el teléfono después de hablar con mi papá. Ellos no querían que volviera con ellos, por la falta de oportunidades en ese lugar, y ellos tampoco querían salir de su pueblo. Los echaba de menos, los necesitaba. A los dos. Además, mi mamá estaba enferma y aquel día no se había levantado. Eso me dio un aliciente para seguir adelante. Si para ayudar a mis padres debía tragarme mi orgullo, un gran defecto en mí, lo haría. Al día siguiente, a las nueve en punto, sonó mi celular. Verónica Montaner, la gerente de Recursos Humanos de las Empresas Roldán, me citaba a las diez y media a su oficina, ubicada en el mismo edificio donde el abogado me había entrevistado el día anterior, a tres cuadras de mi departamento. Como siempre, llegué puntual. La mujer, de unos cuarenta años, me atendió en una bonita oficina. Era una mujer muy maternal, con el sobrepeso normal de una mujer de su edad y que tiene tres hijos. Antes de iniciar con la entrevista propiamente tal, me contó un poco de su historia, tal vez para romper el hielo y los nervios que me consumían. ―Supongo que Adolfo te contó con la clase de persona que te encontrarás ―dijo al rato. ―Sí, sí me lo dijo. ―¿Y estás de acuerdo en trabajar para él? ―Así es. ―La verdad es que Benjamín quería que una de nosotras, las que ya trabajamos acá, se quedara con el puesto, pero ninguna aceptó. Yo, en lo personal, prefiero mil veces este puesto a trabajar con él directamente, además, si algo sale mal, ya no podríamos volver a nuestra antigua ocupación. Aunque él no sería capaz de echarnos, no sería lo mismo. ―Lo entiendo. ―Espero que así sea. ―Yo no tengo nada que perder, si no resulta, quedaré sin trabajo nuevamente, no será novedad para mí, pero si logro mantenerme en él… ―Veo que sí tienes las cosas claras. ―Así es, solo tengo una duda. ―Cerré los ojos, no iba a ser fácil formular la pregunta. ―Dime. ―Él, el Señor Roldán, ¿cómo es? ¿Qué tan malo puede ser? Verónica me miró con lástima. ―Benjamín es terco, perfeccionista, muy perfeccionista, no acepta errores de los demás, en realidad, no es malo, es solo que… hay días en que es verdaderamente intratable. Todo le molesta. Todos le molestamos. Pero es una cuestión de él, a veces los problemas lo superan. ―¿Y cómo lo hacía su antigua secretaria? Ella sonrió. ―¿Celia? Ella era una mujer con mucha paciencia, nada de lo que hacía o decía Benjamín, le afectaba, siempre estaba de un humor envidiable. Todo se lo tomaba a broma. Solo ella era capaz de calmar a su jefe, no sé cómo lo conseguía, pero se encerraban en la oficina y... no lo sé, creo que era algo así como su siquiatra particular. ―Se puso seria―. Desde que ella se fue, el carácter de él ha ido en picada, cada día está peor y el cambio constante de secretarias no ha ayudado mucho. ―Me imagino. ―Yo creo que el secreto está en eso, en no dejar que te afecte su carácter. ―Lo tendré en cuenta si quedo seleccionada. Volvió a sonreír ―Eres la única opción que tenemos ―aceptó culpable. Yo la miré sorprendida. ―Nadie más aceptó trabajar con Benjamín Roldán después de saber lo de su carácter. Además, solo eran cinco las seleccionada, las demás muchachas que postularon eran apenas unas niñas que no serían capaces de enfrentarse a un hombre como él. ―¡Guau! Eso sí es... extraño. ―Tú necesitas el trabajo, las otras candidatas tal vez no tanto y no necesitan esto. No contesté, no supe qué decir, quizás, si yo no estuviera tan desesperada, tampoco tomaría este trabajo, pero lo necesitaba y no dejaría pasar la única oportunidad real de conseguir trabajo. ―Las condiciones son simples: lunes a viernes de nueve a una y de dos a seis, aunque no esperes volver a casa antes de las siete. Por supuesto, se te pagarán las horas extras como corresponde. Como secretaria personal de Benjamín, deberás viajar con él un par de veces al mes, con todos los gastos pagados, más un viático. Si el viaje en cuestión toma más de tres días, al volver tendrás un día libre, acordado para un día de poco trabajo, si el viaje es en fin de semana, serán dos los días libres que tendrás. El sueldo ya te lo dijo Adolfo, ¿verdad? Asentí, era bastante más alto que mi anterior sueldo. ―Debes mantener los documentos, coordinar las reuniones, irás a todas ellas, para tomar notas, manejarás su agenda, su correo y sus cuentas bancarias. Para ser un hombre tan perfeccionista con los demás, es un hombre muy desordenado, incluso, es despistado y olvidadizo, deberás estar encima de él, recordando sus compromisos, reuniones, almuerzos de negocios. Si no se lo recuerdas, es capaz de no comer. ―Rio con ganas. ―Lo tendré en cuenta. ―¿Debía, además, ser la niñera de un hombre grande? Después de decirme que aún faltaban dos filtros más para conseguir el puesto, me fui a casa. Ella quiso pagarme la locomoción gastada y la que usaría los siguientes días, por ser tantos los días que tendría que volver, pero me negué, explicándole que no era necesario ya que vivía cerca de allí. Verónica quedó gratamente sorprendida: "La honestidad en estos tiempos no es algo común", dijo. Al día siguiente, puntual, llegué a la entrevista con el sicólogo de la empresa. Respondí un cuestionario de mil preguntas, conversamos de mi anterior trabajo, de Matías Matus, un hombre agradable y tranquilo. Nos detuvimos en Rodrigo y su llegada a la empresa. ―¿Dice usted que era un hombre disoluto? ―preguntó interesado el sicólogo. ―Así es, en realidad, no sé qué ocurrió allí, el otro hijo de Don Matías, Cristián, siempre trabajó junto a su padre y cuando Don Matías enfermó, todos esperábamos que fuera Cristián quien se hiciera cargo de todo, en cambio, llegó Rodrigo y destruyó, en seis meses, lo que su padre demoró cuarenta años en construir. Hizo quebrar a la empresa dejando a más de trescientas personas sin empleo y sin beneficios. Los más perjudicados fueron los que llevaban más años allí y les faltaba poco para su jubilación. Perdieron todo por un hombre irresponsable en su labor. Después de decir aquello, me arrepentí, sabía que no debía hablar mal de antiguos jefes, eso me restaría puntos. ―Y como persona, como empleador… porque usted trabajaba directamente con él, ¿no es así? ―Sí, yo era su secretaria. En realidad, y para ser sincera, como persona era muy simpático, agradable, un poco caprichoso como todo niño mimado, pero era un hombre muy alegre. El problema era que no llegaba a las reuniones, o llegaba ebrio, muchas veces intenté hablar con él, pero no hacía caso, creo que nunca le tomó el peso a lo que hacía hasta que pasó lo que pasó y ya no había arreglo. El sicólogo no dijo nada, me miró por unos momentos y luego me dio esas típicas láminas con manchas en las que uno debe decir lo que ve. Yo vi caballos, árboles, jardines, un castillo, una nave espacial de dibujos animados, un hombre de abrigo largo. Después de dos horas de sesión con él, me mandó a casa con la seguridad que sería elegida y el lunes siguiente comenzaría a trabajar con Benjamín Roldán. Él enviaría su informe por la tarde para que al día siguiente fuera la última entrevista y así acceder al puesto lo antes posible. Y así fue, a las siete de la tarde me llamó Verónica para tener el último filtro de trabajo: la entrevista directa con Benjamín Roldán. La entrevista, pactada para las cinco de la tarde de ese viernes, era la última, tanto para arrepentirme como para que él tomara esa decisión. Por fin conocería al "famoso" Benjamín Roldán. ¿Sería tan odioso como todos lo pintaban? ¿Exagerarían para asegurarse que me quedaría con el trabajo, de que realmente lo necesitaba? Aquella noche dormí poco y mal, por lo que me di una siesta antes de la entrevista. Error: volví con mis pesadillas, ese hombre que me gritaba, me amenazaba y me encerraba en ese lugar tan horrible me dejó con los nervios de punta, malgenio y fatigada. Me vestí con un traje formal de dos piezas color beige, altos tacones como siempre, si no los usaba, con mi metro cincuenta y cinco, desaparecía. Me reí, nerviosa, ante el espejo. Repasé mi aspecto: maquillaje suave de día, perfecto; zapatos y cartera combinados; peinado sobrio; traje impecable. Sí, estaba lista para presentarme ante mi nuevo jefe. Llegué cinco minutos antes. Si en las entrevistas anteriores estaba nerviosa, ese día no lo hacía mejor. Las rodillas me temblaban. Estaba predispuesta a encontrarme con, prácticamente, un monstruo, algo así como el hombre de mis sueños. La recepcionista me recibió con cara de lástima. Era una chica joven, muy bonita, simpática aunque, cuando llegué, estaba algo tensa. ―Tome asiento, el Señor Roldán la atenderá en un rato ―me avisó. ―Gracias ―contesté y me senté en uno de los cómodos sillones de recepción a esperar a mi futuro jefe.
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