Capítulo 4

1422 Words
Al llegar abajo y salir del edificio, no pude evitar mirar hacia arriba, pero no vi nada más que los inmensos ventanales. Verónica y Marcela conversaban a un costado de la entrada al edificio y, al verme, me miraron expectantes. ―¡Por fin! ―me dijo Verónica―. ¿Cómo te fue? ―Fue muy humillante ―contesté triste. ―Pensé que te comería viva, ¡se demoraban tanto! ―dijo Marcela―. Yo no estaba segura de dejarte sola. ¿Te hizo muchas preguntas? ¿Qué te dijo? ―La verdad es que hablamos muy poco, cuando entré se estaba dando una ducha ―¡Uff! Con lo metrosexual que es ese hombre, debe haberse demorado una eternidad, se demora más que nosotras tres juntas. Verónica se rio de buena gana y Marcela la imitó, yo no le encontré la gracia. ―Estás muy tensa, ¿por qué no nos acompañas? Hay Happy Hour en el Pub de la esquina. ―Lo siento, yo... ―¡Vamos! Yo invito ―insistió Verónica―, necesitas sacarte las malas vibras de ese hombre. ―Es que me duelen los pies y... ―¿Qué número calzas? ―me preguntó Marcela. ―Treinta y siete, ¿por? ―Yo tengo un par de zapatos arriba, son más bajos y mucho más cómodos que esos, los tengo para cuando vengo con tacos muy altos, así puedo descansar. La miré confundida, ¿le estaba ofreciendo sus zapatos a una total desconocida? ―Vamos, te hará bien salir y olvidarte de Benjamín. ―Verónica me tomó la mano―. Vamos, por favor. ―Está bien ―contesté―, pero con tus zapatos si me quedan, porque sinceramente, estos me están matando. Subimos las tres a la oficina. Justo cuando estaba cambiándome, apareció Benjamín que iba saliendo de su oficina. Nos miró sorprendido, especialmente a mí y a lo que hacía con mis zapatos. ―¿Qué hacen aquí? Creí que se habían ido a su casa, como corresponde. ―Vinimos a que Carolina se cambie esos tacones del infierno, nos vamos a ir de copas ―contestó Verónica con una gran sonrisa, aunque estaba un poco tensa. ―¿Tú? ¿Acabas de llegar y ya eres amiguis de mis chicas de confianza? Yo lo miré, no dije nada. Me levanté para probarme los zapatos de Marcela, caminando. ―¿Te quedan? ―me preguntó Verónica. ―Sí, están perfectos, mucho mejor que esos, sobre todo después de estar tanto rato parada. ―Me arrepentí en el acto de decir aquello. ―Supongo que no volvieron para desfalcar mis empresas. Mi corazón me latió a mil. Me estaba acusando de ladrona, como en mis sueños. ―No soy una ladrona ―repliqué furiosa. ―No lo sé, no te conozco ―dijo caminando hacia la salida. Me quedé de piedra. ―Ah y no te preocupes ―dijo antes de subir al ascensor―, los lunes no voy al gimnasio. Cerré los ojos y me dejé caer en el sofá. Él era de lo peor. ¿Cómo se atrevía a tratarme de ladrona? Si no fuera por mis padres... ―Lo siento ―se disculpó Verónica―, se suponía que hoy no iría al gimnasio para esperarte, pero se olvidó. ―Todo lo que pudieron decirme de él, se quedó corto. ―¿Te arrepientes de haber aceptado el trabajo? ―No… no, yo necesito el trabajo, no puedo renunciar. Me sequé las lágrimas y me levanté con decisión. ―Bueno, chicas, no nos vamos a quedar sin Happy Hour por culpa de Benjamín Roldán, es más, el primer trago, será en su nombre. ―Sonreí, me iba a olvidar de ese hombre aunque fuera solo por el fin de semana. No lo logré. Esa misma noche, volví a soñar con él, con un elemento nuevo, un nombre: Damián Lexington. De él huía cuando, sin querer, entré en los terrenos de Benjamín. ¿Por qué huía de Damián? No tenía idea. ¿Qué querrían decir mis sueños? ¿Estaba entrando en un terreno peligroso? Hacía tres meses que aquel sueño me perseguía; desde unas pocas semanas antes de quedar sin trabajo y, hasta ese momento, aparte del miedo, no lo asociaba a nada más, ni siquiera era un sueño de la época en la que vivía como para imaginar que fuera un sueño premonitorio de mi futuro. Pero ver a Benjamín Roldán en esa oficina, mirándome con la furia del Benjamín de mis sueños, gritándome... me desconcertaba. Tal vez, debería desechar la idea de trabajar para él, si mis sueños eran el presagio de cosas por venir, debería huir, definitivamente, de ese hombre. Me miré al espejo y me enfrenté a mi triste realidad: no encontraría trabajo en otro lugar. Mi mamá estaba enferma y necesitaba el dinero. Me resigné a mi suerte, no podía evitarlo, al contrario, debería vivirlo lo mejor posible, tal vez, no había sido un buen día para Benjamín y, si era sincera, para mí tampoco. Esperaba que el lunes las cosas mejoraran. Decidí olvidarme, por lo menos de día, de ese hombre y me fui al supermercado a comprar lo que necesitaría durante la semana, si iba a trabajar todo el día y hasta tarde, no podría comprar a diario, como lo venía haciendo los últimos meses. Y ahí estaba. No comprando, ¡qué bah! Estaba en el Café a la entrada del supermercado con una rubia despampanante, reía, parecía muy relajado. Cuando me vio pasar, su expresión cambió. El mal humor se instaló en su rostro. No me detuve, seguí mi camino como si nada. ―¿Me está siguiendo, Señorita Vargas? ―habló a mi espalda. Me sobresalté, lo que hizo que me volviera bruscamente. ―¿Seguirlo? ¿Yo a usted? ¿Y para qué haría una cosa así? ―Lo que más quería era huir de él. ―No lo sé, esperaba que tú me lo dijeras. ―Además de tener un carácter endemoniado, ¿es usted paranoico? ―¿Y qué estás haciendo aquí? ―Vine a comprar, yo también tengo derecho a comer. ¿O es un privilegio negado a los de mi clase, según usted? Entrecerró los ojos. ―¿Qué tienes en mi contra, Señorita Vargas? ―¿Yo? Nada. ¿Debería? ―No, por supuesto que no. ―Entonces no debiera preocuparse. ―No me preocupo por mí. ―¿Entonces? ―Me preocupas tú. ―¿Yo? ¿Y se puede saber por qué? ―Porque si no puedes llevarte bien conmigo, será un infierno trabajar juntos, ¿no te parece? ―No necesito llevarme bien con usted para hacer bien mi trabajo. ―Creo que no empezamos nada bien. ―¿Ah sí? ¿Por qué lo dice? ―¡Oh, vamos! ¿Siempre eres así de sarcástica? ―¿Yo sarcástica? Usted es el que se divierte humillando a la gente ¿y el problema soy yo? ―Yo no te he humillado. ―Me trató de ladrona. Él sonrió molesto. ―Verónica lleva trabajando más de diez años conmigo, no voy a empezar a desconfiar de ella ahora. Y de Marcela para qué decir, la pobre le teme a su propia sombra. ―Me lo dijo a mí. ―Tú te tomaste las palabras. ―Pero igual lo dijo. ―Era solo una broma, ¿acaso no tienes sentido del humor? ―Con usted, no. Él asintió con la cabeza, se metió las manos en los bolsillos de su largo abrigo n***o y dio la vuelta. ―¿No se despide de mí, Señor Roldán? ―Usted no me saludó ―contestó con frialdad y caminó de vuelta al Café. Me sentí podrida. Le dejé muy en claro que no querría tener ningún otro trato con él más que el estrictamente profesional y, aunque así lo quería y así lo esperaba, no me hizo sentir mejor. Después de comprar, me fui al estacionamiento por otra puerta, que, aunque más lejos, no tenía contacto con el Café. Para mi mala suerte, cuando acabé de guardar las bolsas y me iba a subir a mi auto, apareció solo, sin la rubia siliconizada. ¡Me había estacionado justo a su lado! Me miró, yo le devolví la mirada, si no fuera por mi estúpido sueño, diría que ese hombre hasta era atractivo. No dijo nada, simplemente se subió a su auto último modelo, yo al mío, de segunda mano, y partimos en direcciones opuestas.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD