Cerró los ojos y movió su cuerpo al ritmo que él marcaba. Acabo la canción y comenzó otra. Siguieron bailando.
- ¿Qué te había dicho? -susurro él-. Eres una bailarina fantástica.
- No tan fantástica -respondió-. Pero al menos no te piso. ¿Qué tienen los americanos?
- ¿Qué tenemos?
- Son entusiastas. Todo es fantástico, increíble, asombroso para ustedes.
- Así es -se encogió de hombros-. Fantástica, increíble, asombrosa es lo que tú eres.
Sabía que era el modo en que Rafael tenia de halagar y ablandar a las mujeres, pero aun así así le gusta que dijera esas cosas. Siguió bailando con los ojos cerrados.
Cuando abrió los ojos se dio cuenta de que la pista de baile estaba llena. Las esposas habían vuelto y bailaban con sus maridos como ella con el suyo.
Más tarde, cuando Rafael bailaba con Julieta, Don Rafael fue a bailar con ella. Miró al alto y distinguido padre de Rafael y se preguntó si al final no tendría problemas con él. Pero le dijo:
- Empezaba a preguntarme si Rafael alguna vez sentaría la cabeza. Estoy encantado de ver que sí y sé que estarán muy felices juntos.
Vio en sus ojos que era sincero y eso hizo que se sintiera culpable. El áspero padre de Rafael había tenido la deferencia de darle la bienvenida a su familia. No tenía ni idea de que en dos años tendría un divorcio, que Rafael se casaba con ella para evitar su deportación.
Alejandra dijo que la culpa era un lujo que no podía permitir. Quería ser una buena esposa, aunque fuera por un tiempo limitado.
- Gracias, don Rafael -dijo sincera-. Tus palabras significan mucho para mí. Pretendo hacer feliz a tu hijo.
- Sé que lo harás -respondió él con una sonrisa.
Se acercó Leonor, tomo la mano de su marido y le dijo a Alejandra lo guapa que estaba.
- Es una alegría darte la bienvenida a la familia -dijo-. Rafael es un hombre afortunado.
Alejandra dijo lo que esperaba que dijera, que se alegraba de ser de la familia Medina, que apreciaba que había ido a la boda y que tuvieron el día más especial para ella.
La fiesta continua hasta las una vez. Hubo champán y risas mientras seguían tocando el combo.
Al final, lanzo el ramo como lo hancían las novias. Julieta lo atrapo, lo que no sorprendió a nadie, era la única mujer soltera presente.
Después, entre risas, la gente se marchó a sus habitaciones en el mismo hotel o en el que estaba al otro lado de la calle. Hubo adiós y hasta mañanas y después Rafael y ella compartieron ascensor con Daniel y Mónica.
Daniel le dijo algo en argoviano y ella se ruborizo, asintió y le dio las gracias.
- ¿What? -preguntaron Rafael y Mónica.
Así que Daniel tradujo:
- Que conozcas la felicidad en tu lecho nupcial y que tengas muchos hijos.
- Muy bien -dijo Rafael siguiendo con la ficción de una boda para siempre, un matrimonio que se suponía consumarían esa misma noche.
Mónica soltó una risita y dijo:
- Me encanta cuando hablan en argoviano -dio un beso rápido a su marido.
Alejandra envidiaba su amor, su manifiesta pasión. Le parecieron tan jóvenes. Ella solo tuvo veinticuatro años, pero algunas veces se sintió muy vieja, una abuela con bastón y el rostro lleno de arrugas que había visto demasiado del mundo y su crueldad.
Rafael le acaricio el hombro con suavidad.
- Es nuestro piso. Buenas noches...
- Enhorabuena -dijo Mónica cuando las puertas se cerraban
Rafael la guio hasta la suite. Saco la tarjeta llave, el paso por la ranura y abrió la puerta cediéndole el paso. Era una lujosa suite nupcial.
- ¿Cansada? -pregunto rafael.
- Estoy demasiado emocionado para estar cansada.
- Creo que ha salido todo muy bien.
Deseó, extrañamente, rodearlo con sus brazos, pero no lo hizo. Una cosa era sentir la necesidad de hacer un gesto similar y otra llevarlo a la práctica.
- Eres una bonita novia -dijo él.
Sus palabras hicieron que la grabadora una oleada de calor. Le resultaba estimulante que la mirara y hablara de ese modo. Le devolvió el cumplido.
Gracias, Rafael. Tú eres un novio muy guapo.
El hizo una profunda reverencia y pregunto:
- ¿Otra copa de champán?
Una botella esperaba dentro de un cubo de plata al lado de una par de copas.
Ella raras veces bebía y tenía que tener cuidado porque esa noche habían sido más que unos sorbos. Sin embargo, le corresponde adecuadamente compartir una copa con su marido.
- Sí, por favor -dijo.