1
Miranda Doyle, Ciudad Xalia, Continente del sur, planeta Trión
Unos dedos suaves se abrían paso a través de mi largo cabello oscuro mientras Brax lo acomodaba en una larga trenza. Me arrodillé en la cama y cerré los ojos, deleitándome en la sensación de sus atenciones. Incluso esta inocente tarea era excitante en su simplicidad. Me sentía como la estrella de una película que había visto antes de transportarme: una película donde el héroe trenzaba el cabello de su amante, y luego la llevaba a una habitación especial llena de juguetes.
Sí. Esto era exactamente así. Porque no tenía dudas de que tan pronto como Brax hubiera terminado, jugaría conmigo por horas.
Había estado esperando por esta noche, por su regreso del deber, desde hace semanas. El doctor Valck Brax era un hombre codiciado en Trión. Todos en la ciudad sabían que era un doctor brillante y el asesor de mayor confianza del concejal Roark. Lo que muchos no sabían era que Brax también era enviado regularmente a misiones peligrosas de las que no podía hablarme.
A pesar de sus frecuentes ausencias en la ciudad, no era la única que quería un pedazo de ese guapísimo hombre. Con su cabello oscuro, sus ojos aún más oscuros y una sonrisa que prometía travieso y desenfrenado placer, era todo mío… al menos por un día o dos. Después, nuevamente, le llamarían al deber, se pondría el uniforme y volvería a ser un soldado-espía, aparte de doctor. Cuando estaba desnudo, era mío. Vestido… era un guerrero Trión con deberes y lealtad hacia su concejal.
Sus dedos tiraban y luego expulsaban la tensión de mis sienes. Quería derretirme y suplicar que me acariciase por horas, pero teníamos los días contados. No quería desperdiciar ni un momento. Pero la tensión me delataba. No podía dejar de pensar sobre el pasado. Mi pasado.
Había viajado desde el otro lado del universo hasta este extraño planeta porque no había nada más para mí en la Tierra. Tenía un ex esposo, y poner varios años luz entre nosotros había estado bien por mí. Solo lo hacíamos en misionero, y me había dicho que el diablo estaba dentro de mí por necesitar algo más, por siquiera pensarlo. Prácticamente corría a la ducha cada vez que teníamos sexo. A menudo me preguntaba si no se habría golpeado el pie en la oscuridad… ya que nunca lo había hecho con la luz encendida. Me había hecho pensar que había algo mal conmigo. Que era retorcida de alguna forma. Pervertida. Sucia, incluso. Ahora, sabía que algo estaba mal con él.
El divorcio había sido una decisión sencilla. Venir a Trión con Natalie y el pequeño Noah había sido aún más sencillo. En ese entonces había querido algo más, pero no sabía lo que era. Finalmente, esta noche, después de meses con Brax, lo sabía. Deseaba lo que tenía Natalie. Quería un compañero como su Roark. Quería mi propio bebé. Familia. Seguridad. Protección.
Necesitaba pertenecer.
Cuando llegué, ocuparme de Noah y cuidarle la espalda a Natalie había sido suficiente. Pero Noah ya tenía dos años: ya no era un bebé. Y yo había comenzado a sanar. Siempre había querido un esposo, pero después del divorcio sabía que no estaba lista para otro.
Había venido aquí, a un nuevo planeta, para encontrarme a mí misma.
Tenía preguntas que necesitaban respuestas. Como por qué nunca encontré excitante el normal y típico sexo con mi ex. Por qué me había hecho sentir rota y sucia por querer cosas que él no entendía. Yo no lo podía entender. No sabía qué pensar. O sentir. O querer.
Hasta Brax. Hasta que abrió mis ojos a lo que deseaba. Lo que necesitaba. Anhelaba.
Que tiraran de mi cabello.
Esposas.
El escozor de las nalgadas en el culo.
La brusca embestida de un gran pene llenándome por detrás cuando estaba amarrada e indefensa.
La renovada confianza que había descubierto dentro de mí era algo que Brax me había dado en los últimos meses. Pero esta noche sería un nuevo comienzo para nosotros, o un final. El acuerdo de amigos con beneficios que habíamos tenido desde el inicio ya no era suficiente para mí. Algunos días salvajes cuando estuviese en la ciudad y fuera de servicio ya no podían satisfacerme. Ah, él me había dado orgasmos y hecho sudar a chorros, pero quería más que solo tener sexo con él.
Finalmente estaba completa, lista para entregar mi corazón: y ya Brax estaba a más de la mitad de reclamarlo.
Quería todo lo que tenía Natalie, todo por lo que la había seguido a Trión. Me encantaba cuidar a Noah y a su nueva hermana menor, pero ver a Natalie dar a luz a un segundo niño—esa pequeña bebé con apenas algunos días de edad—me hizo anhelar algo por primera vez en años. Mis ovarios prácticamente estallaron solo por cargarla.
Pero Brax no quería bebés. No quería una compañera. No quería nada más que un momento de diversión. Eso no me molestaba. Tampoco había querido otra cosa… hasta que sí lo quise. Y no era su culpa.
—Hoy estás callada, Miranda. —Brax había amarrado algo alrededor de la punta de mi trenza para asegurarla y bajó los labios hasta mi hombro expuesto. Su tacto suave y cálido era como fuego rozando mi piel desnuda.
—Lo lamento, amo.
En esta habitación, en su cama, nunca usaba su nombre. No tenía permiso. Cuando estábamos juntos él era mi amo en todo sentido, y había aprendido que con mi sumisión venía un asombroso placer.
Él se acercó, y yo jadeé mientras su pecho desnudo se posaba en mi espalda. Yo vestía menos que nada, capas sensuales de seda de araña que no impedirían a sus manos, boca o pene encontrar cualquier parte de mí que deseara. Era algo tan precioso, incluso exquisito, con un tejido reluciente como un ópalo transparente. Nunca había visto nada como eso en la Tierra, y había gastado el equivalente a dos semanas de salario de mi trabajo en el centro de educación juvenil para poder usarlo para Brax esta noche.
—¿Deseas compartirme lo que te molesta?
Sus manos descansaron en mis caderas, y podía sentir la paciencia en él. La escuchaba en el suave tono de su voz. Él esperaría si lo deseaba. Escucharía. Pero eso no era lo que necesitaba de él, pues ya conocía la respuesta. Habíamos acordado que no habría compromisos y eso es lo que habíamos hecho todo este tiempo. Algunos días salvajes y luego se iría. Había sido caliente, fácil y sencillo.
Hasta que no lo fue. No en mi cabeza… y mierda, no en mi corazón. No arruinaría este momento con él para decirle que quería más, que quería cambiar las reglas de nuestro acuerdo. No era justo para él, especialmente ya que conocía su respuesta. Él estaba satisfecho como estábamos. Y esa es la razón por la que permanecí callada. No quería su respuesta, no quería escucharle repetirme lo que era su deber para con su gente. Su lealtad hacia Roark. No necesitaba una lista de razones por las que no estaba listo para una compañera. Las razones por las que no podía tener una compañera. Yo ya sabía exactamente lo que diría.
No. Necesitaba olvidar… y sentir. Y si esta sería la última vez, que así fuera.
—No, amo.
—Entonces dime lo que necesitas.
El suave murmullo de su voz descansó dentro de mí, sobre todo aquello que me hacía… bueno, yo misma. Esa suave petición abrió puertas en mi mente que nadie había abierto antes. Puertas por las que, antes de Brax, había estado demasiado asustada para siquiera asomarme. Pero ahora lo entendía. Necesitaba rendirme. Necesitaba sentirme segura y darle a otro el control. Necesitaba confiar en que él cuidaría de mí. Esa ansiedad me hizo arrodillarme, llamarle amo, darle todo lo que quisiera porque confiaba en que él cuidaría de mí. Había estado asustada toda mi vida. Con Brax, obedecía… y estaba libre. Aunque estuviese sometiéndome, él concedería cada uno de mis deseos. Y ahora mismo, solo había una cosa que quería. Que necesitaba.
—A ti.
La palabra era poco más que un suspiro, y verdadero en maneras que no podría entender. Me había acercado a él, después de todo. Había llegado a Trión con Natalie y Noah hace casi dos años. Entonces no había estado lista. Pero hace seis meses, había ido con Brax y le ofrecí mi cuerpo. Le pedí que me hiciera el amor. Al principio se había negado. No se había reído ante la propuesta ni me había regañado, gracias a Dios. Me había estudiado de esa intensa forma suya, y luego me pidió que le explicara mi necesidad de ser follada. Por él. Un desconocido.
Trión era diferente. Dios, tan increíblemente diferente. Los hombres en Trión no eran para nada como los terrícolas, especialmente mi ex. Mi ex se habría burlado y me llamaría zorra. Pero Brax sintió que había una razón detrás de mi petición; que no lo pedía simplemente porque quería correrme o tenía un oscuro demonio dentro de mí.
Y así había tomado el mayor riesgo de mi vida y le dije la verdad. Le hablé de mi ex, mi pasado, cómo no sabía lo que mi cuerpo realmente necesitaba, pero que necesitaba… algo. Admití que había estado observando a mujeres en Trión por meses. Admirándolas con sus adornos y ropa brillante. No se avergüenzan. Son valientes. Se sometían a sus hombres voluntariamente y con una serenidad que envidiaba. Estaban satisfechas. Eran felices y descaradamente sensuales. Las mujeres trión no tenían que pedir sexo. Ellas lo emanaban.
En ese entonces yo no emanaba nada, excepto dudas constantes producidas por mi mal matrimonio. Y eso es lo que había visto Brax. Y entonces me hizo preguntas con una implacable intensidad que había llegado a adorar. Así de despiadado como había sido con las preguntas sobre mi pasado, fue igual de inclemente con sus exigencias de que lo superase.
Tener un doctor como amante tenía ciertos beneficios. Se había ocupado de los anticonceptivos con una inyección, doblándome en la mesa y ordenando que no me moviese mientras me examinaba. O más bien, me tocaba por todos lados—y hablo de todos—y encontró lo que me excitaba.
Maldición, no es raro que los hombres trión fuesen tan… ardientes. Ellos tomaban, pero daban muchísimo a cambio porque, bueno, descubrí que me encantaba que me flexionaran y usaran hasta que me convirtiese en una bestia sudorosa y saciada. Me encantaba saber que mi cuerpo lo excitaba, que disfrutaba verme desnuda. Que amaba que estuviera desnuda, sin permitir que mi ropa permaneciese en mí por mucho tiempo cuando estábamos juntos.
Y ahora, usaba el conocimiento que había reunido sobre mí, recorriéndome la espalda arriba y abajo con la mano, postrándome hacia adelante. Iba a donde él desease, me doblaba, luego me desplomaba en mis rodillas, de manos y piernas mientras permanecía detrás, acariciando las esferas redondeadas en mi trasero. Los separaba, mirando lo que escondían.
—Tienes una v****a preciosa.
Saber que podía verme a tal plenitud ya no me avergonzaba; me calentaba. Me mojaba. Me estremecía, deseando que deslizara los dedos dentro de mi empapado calor y tocase mi clítoris. Me lamiera. Me mordiera. Lo que sea. La espera era una tortura y me hizo gimotear.
Su mano aterrizó en mi culo con un fuerte azote, haciendo que mis senos se balanceasen debajo de mí. Otra vez. La punzada corría por mi cuerpo hasta mi corazón.
—Te hice un cumplido. ¿Qué respondes?
Solté una exhalación, sentía el calor dispersarse.
—Gracias, amo.
Calmado, se inclinó y presionó los labios en la zona que sabía que se estaba volviendo morada.
—Tu vestido es hermoso, Miranda. ¿Lo traes para mí?
—Sí, amo.
Dios sabe que sí. Quería que perdiera la cabeza. Que me estampara y me follara hasta que no pudiese ver con claridad. Quería que me mirase y decidiera que necesitaba una compañera después de todo. Pero debí haberlo sabido. Brax jamás había perdido el control. Ni una vez.
—También tengo un regalo para ti.
La manera en la que pronunció esas palabras hizo que se sintieran como sexo en mi cabeza. Estar con él era el regalo que me daba a mí misma una vez al mes cuando regresaba luego de la última peligrosa misión secreta en la que siempre parecía estar. Podría ser un doctor, pero aun así servía, y de una manera más peligrosa que otros asignados a la ciudad capital de Xalia. Esas misiones eran la razón por la que me había dicho que no podría tomar una compañera. La razón por la que insistió que esto entre nosotros fuese solo temporal; un arreglo casual entre amigos.