Capítulo 1-2

1924 คำ
Primero se concentró en romper cada barrera que mi ex hubiera puesto en mi cabeza. Me tocó en lugares en los que jamás había sido tocada. Me obligó a tocarme a mí misma. A tocarle. Empujó cada límite que tenía hasta destrozarme. Una vez que me convirtió en una flagrante criatura s****l, nuestra relación cambió. Ahora ambos llenábamos una necesidad en el otro. Una necesidad física. Ahora éramos amigos que se follan. Un ligue. Amigos con beneficios. No quería ser su amiga. Ya no más. Quería ser suya. Estaba lista para pertenecer a alguien nuevamente. Tener a alguien para mí. Estaba lista para entregar mi corazón, pero no quería cometer una equivocación. No esta vez. Tomaría lo que Brax me ofrecía esta noche porque los beneficios se sentían jodidamente bien, y lidiaría con el resto de mi vida después. —Gracias, amo. Se rio y cerré los ojos con placer. Era raro que pudiera hacerle reír. —¿No quieres saber lo que compré para ti antes de agradecerme? Quería. Pero permanecí callada, no miré sobre mi hombro para ver lo que podría ser. Hasta que sentí a sus dedos deslizarse entre mis piernas para conseguir mi clítoris. Solo entonces mi cabeza se alzó. Jadeé mientras algo duro prensaba ese pedacito duro de carne; gemí en asombro y tragué en seco por el dolor. Pero en segundos, el dolor se transformó en placer, y suspiré. —Gracias, amo. Su mano acarició mi espalda una vez más, con suaves movimientos mientras me ajustaba a la intensa presión en mi clítoris. —Tengo dos más, Miranda. Siéntate y muéstrame tus senos. Me apoyé sobre los tobillos y volví a arrodillarme. Cuando me rodeó para ponerse delante de mí, bajó la mirada hacia mis abiertas piernas, viendo la joya que colgaba debajo de mi v****a. Sí, a los hombres trión les encantaba adornar a sus mujeres. Adornarlas y hacerlas más hermosas. Aún más excitantes. Miré mientras tiraba de un pezón arriba y bajo hasta que la punta se ponía dura, y después le puso un piercing de joyas. La punzada de dolor fue inmediata, pero todo mi cuerpo se estremeció con placer mientras se iba hacia el otro. Necesitaba esto, la punzada, el dolor, el asombro que hacía a mi v****a prácticamente sollozar. Bajé la mirada y vi que los sólidos piercings tenían gemas verdes colgando de ellas. Se balanceaban con cada respiro estremecedor. Me sentía hermosa. Especial. Sentía que era el centro del mundo. Quería todo lo que pudiese darme… y más. No estaba segura de qué era el más que necesitaba, pero sabía que lo tenía dentro de mí, como un escozor en el cerebro. No importa cuántas veces Brax me hiciera correrme, había algo más que requería, un anhelo que había sentido casi cada día de mi vida. Pero el extraño vacío estaba enterrado tan profundamente dentro de mí que no podía nombrarlo. Ese espacio vacío me producía dolor todo el tiempo, como si mi alma hubiera sido herida y jamás se hubiese recuperado. Al principio, había ignorado la dolorosa soledad y deducido que esa oscuridad era simple ansiedad adolescente. Después, cuando me casé, empecé a pensar que quizá el sentimiento fuese un efecto secundario de mi frío y rígido ex. Pero ahora no estaba segura. Él me había hecho sentir como si hubiera algo mal conmigo, como si fuese una anormal. Un fenómeno. Eso es lo que había creído, hasta que Brax me liberó de mi cárcel s****l. ¿Y si mi ex me mirara ahora? ¿Desnuda, excepto por una tela opaca, empapada entre las piernas y desesperada por un alien que ponía pinzas en mi clítoris y pezones? No me reconocería. Y aun así, quería más. Mucho más. De alguna forma Brax sabía lo que me hacía gemir, lo que me ponía caliente. Él podía hacer que me viniese tan fácilmente como podía besarme. Cuando estaba con él perdía la cuenta de la cantidad de orgasmos que me había dado; de los lugares en los que me había tocado. Y todavía no era suficiente. Las pinzas demostraban su dominio, pero secretamente ansiaba más. Necesitaba algo que no podía pronunciar. Mi cuerpo no estaba roto. El placer que sentía con él era prueba de eso. Había un pozo profundo de ansiedad s****l que incluso él debía saciar todavía. ¿Qué demonios estaba mal conmigo? ¿Qué podría faltarme todavía? Brax me tocaba y yo me estremecía. Mi cuerpo estaba completo otra vez. ¿Pero mi mente? ¿Mi corazón? ¿Mi alma? No estaba segura del resto de mí. Y quizá esa era la razón por la que esto es todo lo que podía pasar entre nosotros. Sexo. Puro. Caliente. Sexo sin compromiso. La agonía se expandía por mi mente como una súbita explosión de fuegos artificiales, pero la tranquilicé, regresándola a su jaula. Este no era el momento ni el lugar. No quería sentir esas cosas ahora. No quería pensar sobre el pasado, o el futuro. Solo quería sentir y él estaba haciendo un trabajo excelente en eso. Jadeé, tratando de acostumbrarme al calor, al ardor, a la punzada de dolor. El más dulce de los placeres. No me di cuenta de que tenía los ojos cerrados hasta que la palma de Brax descansó sobre mi mejilla, y su pulgar suavemente apartó una lágrima que había escapado en contra mis órdenes. —¿Estás segura de que quieres estar aquí, Miranda? Aunque puedo ver que estás húmeda de desesperación por mí, estás… callada. Podemos parar. —La voz de Brax era amable, y sabía que lo decía en serio. Este era un acuerdo para nuestro mutuo placer, nada más. No iba a contarle todos mis miedos. Él ya sabía demasiado sobre mi pasado. Más que cualquiera en este planeta. Incluso más que Natalie. —No, amo. No quiero parar. Necesito esto. Te necesito. Brax se agachó y me besó, suavemente. Había comprensión en su roce, y sabía que aceptaría mis palabras y no insistiría por respuestas. Así como yo no exigía respuestas suyas sobre a dónde desaparecía por sus misiones, o cuándo regresaría, o si estaba follando con alguien más. Después de todo, él no era mi compañero. El beso se volvió tórrido y me estremeció. Inclinándome hacia adelante, sentí a las gemas repiquetear. Llevé las manos hacia su pecho, robándome el tacto que sabía me iba a negar después. Sus manos cubrieron mis muñecas y las alzó por encima de mi cabeza, negándome. —Vamos, Miranda —Brax no usaba el término que había oído decir a otros hombres con sus compañeras, gara. No había traducción literal en español, así que mi UPN no la sustituía por nada cuando la pronunciaban. Lo mejor que podía deducir era algo cercano a amor. Cuando le pregunté a Roark sobre el término, dijo que significaba literalmente una pieza de su alma. Muy romántico, y un recordatorio más de lo que éramos Brax y yo. Nos encargábamos de las necesidades físicas del otro, pero no éramos la misma alma. Ni de cerca. Y es por eso que jamás había oído esa palabra salir de sus labios. Obedientemente, me levanté y le seguí hasta un banco acolchado, común en las habitaciones privadas de los hombres en Trión. Brax tenía dos bancos, uno estrecho y sin espaldar, como una mesa donde podría doblarme y luego encadenarme las muñecas con los tobillos, dejándome la v****a y culo expuestos. El otro era un columpio acolchado con lugares para mi espalda, brazos y piernas, donde podría atarme suspendida en el aire y hacer conmigo lo que quisiese. Ambas opciones me encantaban. Esta noche me condujo al columpio, y en mi mente pedí paciencia mientras ataba mis manos y piernas a las correas de cuero que colgaban de unas cadenas fijadas al techo. Una vez amarrada, apartó mis tobillos a un lado, haciendo que se abriera mi v****a, y luego los desplazó hacia atrás, suavemente, hasta que mis pies abandonaron el suelo y yo me encontraba balanceándome, boca arriba, en el aire. De pie entre mis piernas abiertas, me miraba desde arriba como un dios s****l, y mi sexo se contrajo. —¿No quieres saber qué más pueden hacer tus regalos? —preguntó, recorriéndome con la mirada. Sabía que podía ver mis apretados pezones, con las hinchadas puntas al rojo vivo. Mi v****a estaba expuesta y abierta para él, coronada por la gema verdosa que colgaba de mi clítoris. Sabía que podía ver lo mojada que estaba, y cómo mi sexo—e incluso mi culo—se apretaban con deseo y expectativa. Me preguntaba si me follaría ahí o pondría un juguete en mi culo mientras se encargaba de mi v****a. Todo eso me encantaba. Lo quería todo a la vez. —Sí, amo. Por favor —yo ya sabía de lo que eran capaces esas joyas. Había oído hablar de adornos especiales que los hombres de este mundo ponían en sus mujeres. Cosas que vibraban y se sacudían y causaban estragos en su cordura. Podía causar un verdadero desastre en mí. Estaba más que lista. Parecía que las pinzas solo eran el inicio. Si tan solo fueran permanentes. Mías. Con una sonrisa con la que me había familiarizado demasiado, tocó el gran anillo que usaba en la mano derecha. Con un pequeño giro, pequeñas descargas eléctricas volaron a través de mi clítoris y pezones, seguidas de una vibración que hizo que arqueara la espalda y recuperase el aliento. —Cielos, ¿qué es eso? —jadeé. Él me sonrió. Trate de levantar las caderas, pero el columpio me sostenía de tal manera que no podía hacer más que recibir lo que me daba—. Me voy a correr, amo. —No, no lo harás. —A su seria orden la siguió un manotazo contra mi muslo, solo lo suficientemente fuerte para apartarme del borde del orgasmo—. No te correrás hasta que yo te dé permiso. Gimiendo, obedecí, luchando contra el inesperado incremento de calor fluyendo por mis venas. Por él lo aguantaría, sabiendo que al final mi control valdría la pena. Brax se inclinó sobre mí, sus oscuros ojos se posaban sobre las joyas que pendían de mis pezones. Recorrió con el dedo los pliegues internos de mi sexo y suavemente haló la joya que estaba ahí. No pude detener el gemido que escapó de mí. —Te verás hermosa un día, Miranda, cuando tu compañero te adorne apropiadamente. —Sus dedos trazaron una línea desde un pecho hasta el otro—. Una cadena estará aquí. —Su dedo se deslizó hacia mi v****a mientras luchaba contra el columpio para acercarme a él—. Y aquí, brillando como un faro contra tu piel. Nadie dudará que verdaderamente has sido reclamada. Separó los labios de mi v****a y colocó su gran pene en los bordes. El columpio estaba a la altura exacta para permitirle deslizarse justo dentro de mí. —Ahora voy a follarte. No te vendrás hasta que esté profundamente dentro de ti. Empujó hacia adelante, lentamente, extendiendo mi placer. Le dio otro toque al anillo—el control remoto era el más pequeño que hubiese visto—y otro choque de electricidad recorrió mi cuerpo. Su pene tocó el fondo de mi cuerpo, estirándome del todo, llenándome por completo. Completándome. Entonces, como esperaba, fue hasta debajo de mí y deslizó dos grandes dedos en mi culo, estirando mientras me embestía con su pene. Estaba llena; la punzada de dolor, la invasión a cada parte de mí que me hacía gritar. Enloquecí, el orgasmo corría a través de mí como si cada célula de mi cuerpo estuviera convulsionando. El éxtasis, este placer que podía darme, era como una droga. Era adicta, y no estaba segura de cómo podría resistir otro golpe. Pero podía. Tendría que hacerlo, pues no le pertenecía. Y aunque deseara tanto lo contrario, las palabras que había pronunciado hicieron calentar a mi cuerpo, pero rompieron mi corazón. No le pertenecía. Y él no me pertenecía.
อ่านฟรีสำหรับผู้ใช้งานใหม่
สแกนเพื่อดาวน์โหลดแอป
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    ผู้เขียน
  • chap_listสารบัญ
  • likeเพิ่ม