2
Erica Roberts, Centro de Procesamiento de Novias Interestelares, la Tierra
Todo estaba oscuro, pero podía oír a mis guerreros moviéndose a mi alrededor, tocándome.
Reclamándome.
Había estado esperando esto hacía semanas, ansiando que cedieran y me tomasen juntos frente a los demás…
Ese pensamiento me detuvo en seco y aceleró mi corazón; el difícil recuerdo de la silla de pruebas allá en esa fría habitación clínica dentro del centro de procesamiento de novias interrumpía mi éxtasis, al igual que los latidos de mi corazón, no por miedo, sino por expectativa.
Porque por mucho que la mente de esta mujer, quienquiera que fuese, quisiera este reclamo, yo también lo quería. Este no era mi cuerpo. En alguna parte lejana y racional de mí misma lo sabía. Pero se sentía real.
Era un sueño. Pero no lo era. Lo que estaba claro como el agua era que se sentía real. Era real, para ella, y de alguna forma lo compartiríamos.
Cuando una mano enorme aterrizó alrededor de mi cuello y el pecho cálido de mi compañero se apretó contra mi espalda desnuda, volví a entrar en el sueño, o en la alucinación —lo que sea que fuera esto. No me importaba si era real o no, necesitaba que mis compañeros me tocasen.
El guerrero a mis espaldas me alzó la barbilla; su cálida mano rodeaba mi garganta con un notorio gesto de propiedad. Alrededor de nosotros escuchaba voces masculinas cantando; y al menos seis, quizá siete, mirando.
No, presenciando este reclamo. La honrada elegida de mis compañeros, a quién juraron proteger. Ellos mirarían…
Antes de que mi mente pudiese terminar ese pensamiento, el hombre en mi espalda deslizó su dedo en mi adolorido coño y jadeé, arqueándome contra él.
—Bien mojada, compañera. ¿Estás preparada para nosotros?
Su placer al ver mis ansias vibraba a través de nuestro vínculo, el collar de unión que sentía alrededor de mi cuello. De alguna manera nos conectaba. A los tres. ¿Cómo? No tenía idea. Solo lo sentía.
Mi cabeza nuevamente se impuso, creando una bruma de confusión mientras procesaba los pensamientos de la otra mujer. ¿Los tres? ¿Tenía dos compañeros? ¿Quería dos compañeros? Dos bocas. Cuatro manos.
Dos pollas.
Y uno de ellos tenía un dedo dentro de mi coño.
Dios, sí. Era en todo lo que podía pensar, derritiéndome en un charco de desesperación entre los dos macizos guerreros prillon. Mis guerreros.
Así era como sabía que mi compañero primario nos estaba mirando; su polla estaba dura y pesada por la ansiedad, conteniéndose para prolongar el placer de este momento. Sus emociones, su deseo, me estaban ahogando; nos estaba abrumando a través de los collares mientras mi segundo compañero metía y sacaba sus gruesos dedos de mi coño. Quería que me follaran, me reclamaran, me hicieran suya. Ahora. Estaba lista para rendirme, para dárselo todo; para gritar de pasión frente a toda la maldita nave si tenía que hacerlo.
Los necesitaba. Dentro de mí. Necesitaba correrme.
Necesitaba. Necesitaba. Necesitaba.
Ansiosa, traté de tocarle, pero noté que mis brazos estaban atados ligeramente sobre mi cabeza, no extendidos, solo… fuera de su alcance. No tenía sentido, pero parecía que no se suponía que tuviese algún control.
Yo necesitaba sentirlo. Nada más.
Estaba desnuda y una cálida brisa se movía ligeramente sobre mi piel, fresca contra el húmedo calor de mi coño abierto. Estaba posicionada como si me sentara en una silla, pero no había ningún asiento. Mis piernas estaban separadas, bien abiertas, a cada lado de mi cuerpo; mis muslos y la mayor parte de mi peso estaban sobre un soporte que no podía ver, con el culo al aire y sobre… un columpio, abierta y desnuda. ¿Columpio? No lo entendía, pero tampoco necesitaba hacerlo.
—¿Aceptas mi reclamo, compañera? ¿Te entregas a mí y a mi segundo voluntariamente o deseas escoger a otro compañero principal?
Dios, el gruñido de esa voz casi hizo que me corriese. Mi segundo compañero dejó de mover sus dedos y me apretó con más fuerza, solo lo suficiente, en mi garganta. Mi coño se apretó en esos dedos y gemí. Necesitaba más.
Me lamí los labios.
—Acepto vuestro reclamo, guerreros…
¡Y por favor apuraos! Sabía que podían sentir mi desesperación a través de los collares de unión, la conexión psíquica nos conectaba de una forma que no entendía. Podía sentir su necesidad como si fuese la mía. Su deseo. Posesión.
Amor.
Dios, sí, había amor ahí.
Y así de rápido, Erica Roberts de la Tierra ya no existía. Me rendí por completo, hundiéndome más profundamente en el sueño. Sentía. No quería dejar este lugar, a estos guerreros. Este sentimiento. Jamás.
—Entonces te reclamo en el rito del nombramiento. Eres mía, y mataré a cualquier otro guerrero que no fuese mi segundo que se atreva a tocarte. —Mi compañero principal pronunció el voto con una voz que jamás había oído antes, muy solemne. Hablaba en serio. Mataría por protegerme.
Se metió entre mis muslos y mi segundo compañero sacó sus empapados dedos de las profundidades de mi coño, usándolos para separar los labios de mis carnes y abrirme para la polla de su compañero principal. Mientras el primero me llenaba, el compañero en mi espalda pronunció su propio voto.
—Ahora nos perteneces. Eres mía y yo soy tuyo. Moriré para protegerte a ti y a nuestros hijos. Mataré por protegerte. Mía. Para siempre, compañera.
Grité mientras el primer hombre avanzó, su entrada fue facilitada por mi ansiedad y la asistencia de mi segundo. Estaba bien estirada, llena. Cuando él estuvo totalmente dentro, grueso y profundo, mi compañero secundario movió la mano hasta mi culo, empujando gentilmente el tapón que no había notado. ¿Cómo no me había dado cuenta de algo tan carnal? Tan… osado. Salió fácilmente, y mi segundo empujó los dedos profundamente en mi culo. Gemí ante la invasión, al sentirme tan llena. Nunca había tenido a alguien que jugase con mi culo, mucho menos que lo llenara. No con un pequeño tapón o un dedo, sino dedos. En plural.
Me contraje, respirando su intensidad.
Estaba mojada ahí; cualquiera que fuese el lubricante que usó funcionaba tan bien que me tenía suplicando que empezara a follarme. No tenía idea de que podría sentirme tan bien.
Pero yo no quería sus dedos; quería sus pollas. Los quería a ambos dentro de mí. Dentro. Unidos. Follándome. Haciéndome suya.
—Por favor. Por favor. Os necesito —supliqué. No me importaba. Ellos eran míos, total y completamente míos. No había vergüenza en mí, no había freno—. Por favoooor.
Me sacudí contra las correas alrededor de mis muñecas, apretando con las carnes de mi coño al enorme m*****o dentro de mí.
El cántico se detuvo. Casi había olvidado a nuestros testigos; estaba demasiado distraída por mis compañeros para que me importase algo que no fuéramos nosotros.
—Que los dioses sean testigos y os protejan.
Apenas pude escuchar esas palabras antes de que el compañero frente a mí reclamase mis labios, besándome como si me fuera a devorar.
También quería eso.
Al mismo tiempo, mi segundo compañero movió su polla hasta mi entrada trasera, cuidadosamente, pero con decisión, y empujó hacia adelante, abriéndome. Llenándome.
Gemí en el beso, alzando los muslos, o intentándolo más bien, para poder mecerme hacia adelante y hacia atrás. Para follarme con sus dos p***s duros.
Muy grandes, es demasiado. Quiero más.
En su lugar, las manos de mi primer compañero se aferraron en mis caderas y las mantuvieron quietas. Mi segundo todavía tenía una mano sobre mi garganta, y me encantaba; la otra fue hacia mi pecho y luego a mi pezón, apretándolo. Tirando de él.
Estaba rodeada. Reclamada. Segura. Tan llena de estos miembros que iba a gritar si no se movían. Ahora.
Como si se hubieran dado cuenta de que me habían llevado al borde de la locura, se movieron, entrando y saliendo de mí al mismo tiempo. Lentamente. Follándome a la vez. Llenándome.
El sexo se sentía bien. Sí, solo bien. Usualmente. Para mí al menos, la vieja y monótona Erica de la Tierra.
Dentro. Fuera. Frotar. Acariciar. Los orgasmos, cuando se hacían a mano… literalmente, eran buenos. Ahí estaba esa palabra otra vez. Ahí estaba porque era bueno. Solo eso.
Hasta ahora.
Hasta esto.
Joder, ESTO.