Capítulo 1

3010 Words
“Fake till you make it” Eso dicen los americanos. Se supone que es fácil, que te da valor para hacer eso que en un día normal no harías. Pero mientras más repite la frase en su mente, más insegura se siente y una vez que llega a su destino dicha emoción ha cambiado por algo mucho peor; ahora se siente como una farsante, y lo peor es que es pésima en ello. No podría venderla incluso si lo intentara. Sus hombros encorvados, la mirada fija en el suelo, su andar cuidadoso, la manera en que retuerce sus manos. Todas esas cosas delatan su inseguridad, que no tiene nada que ver con la falta tipo A que trae puesta y la blusa semitransparente. Se supone que iba a hacerla sentir mejor, más segura de sí misma, un poco más atrevida y poderosa en este primer día de trabajo. En cambio, lo único que ha conseguido es sentirse más insegura que de costumbre, porque está muy alejada de su zona de confort. Entre el trabajo nuevo, la ropa atrevida, saber que tendrá que conocer nuevas personas… Dios, no son ni las nueve de la mañana y ya ha empapado su ropa con sudor. Debe pasar al baño para arreglar su aspecto. Primero junta agua en sus manos y la salpica sobre su rostro, luego intenta arreglar su cabello, pero liso es mucho más difícil de manejar, porque no se queda pillado detrás de su oreja. Frustrada saca las manos de su pelo y deja que caiga de acuerdo a la gravedad. Promete no volver a intentar hacer nada de este estilo de nuevo; no importa que su cabello sea algo desordenado, planchado es simplemente peor. Y ni hablar de la ropa, no volverá a someter sus muslos a la tortura de una falda nunca más. Con los tacos podría quedarse, le gusta el repiqueo que hacen cuando camina, aunque con ello llama demasiado la atención, así que puede que también los meta en su armario y los olvide ahí. Regresa la mirada a su rostro, a esas mejillas regordetas y sonrojadas de manera natural. Se ve como si hubiera corrido una maratón. Mientras a las chicas bonitas ese look podría quedarle bien, en ella se ve como si hubiera caminado demasiado rápido. Resopla, se moja un poco el pelo, para ver si así logra domarlo, no tiene mucho excito, así que palmea sus mejillas con las manos mojadas y después las mete dentro de la blusa para refrescarse la piel del escote. Seca sus manos con un papel que luego desecha y vuelve a mirarse en el espejo. —Tú puedes, tan solo debes mantener la calma, ser amable y respirar. Sí— asiente para sí misma —, no te olvides de respirar. Con un último movimiento de cabeza toma su cartera y sale del baño en dirección al mesón de la secretaria para preguntarle por las indicaciones hacia su oficina. Para su mala suerte no hay nadie ahí que pueda solucionar sus dudas. Recursos humanos casi siempre está en los últimos pisos del edificio, por lo que podría tomar el ascensor y probar suerte. Pero ese no es su estilo y no quiere pasearse por el edificio, luciendo como una tonta, ya bastante insegura se siente con su ropa. Es por eso que prefiere quedarse en su segura posición al lado del mesón, esperando a que alguien llegue y le de las indicaciones correspondientes. Mira el reloj en su muñeca, un poco ansiosa porque ya se está acercando la hora de inicio de jornada y no quiere registrarse tarde. Toma una respiración profunda, intenta despejarse el rostro con las manos, aunque nuevamente fracasa, y fija la mirada en la entrada con apreciación. Cuando ya está comenzando a creer que lo mejor es subir al ascensor y ver si alguien más la puede guiar, las puertas de vidrio se abren. Son empujadas por una sombra gris de sombrero y saco, que tan solo deja a la vista las manos morenas que han empujado el cristal. Eso, de por sí, es suficiente para hacerla salivar. Sí, no es nada, podría ser un moreno alto con un rostro horrible o un viejo, pero hasta que no descubra que se esconde tras el gorro tiene permiso para disfrutar de la altura, los hombros anchos y esas manos, que incluso de lejos se ven grandes. Estas se balancean con su andar seguro, cada paso lo da con la confianza de que se merece el espacio que está pisando. Su espalda ancha y erguida demuestran un poco de lo mismo. Está considerando dejar de mirarlo, porque es descortés, pero entonces el extraño tiene la osadía de quitarse el gorro y liberar su melena. La respiración se le atasca a medio camino y puede que esté dejando un charco de baba, pero es que… Dios Santo, el cabello de ese hombre es la epitome de sus fantasías. Le debe llegar algo más arriba de los hombros, en definitiva, más largo de lo profesionalmente correcto, pero no es tanto eso como el hecho de que cada pelo es oscuro y rizado, y… Mierda, es que ella tiene una cosa seria con los hombres de pelo ruliento que la hace comenzar a pensar en los miles de escenarios en donde acabaría tirando de esos rulos. Está a un paso de convencer a su cerebro de que debe dejar de observarlo con tanto descaro, cuando el sujeto decide pasar aquellos largos dedos por entre su melena, sacudirla y después acomodarla. Todo con una naturalidad que la atrapa y le revuelve el estómago. ¿Puede ser alguien tan espontaneo y perfecto al mismo tiempo? Que no sea un jefe. Que no sea un jefe. Repite en su mente. Aunque, ¿a quién engaña? Que fuera su superior solo la haría desearlo más. Que sea mi jefe. Puede que haya dicho eso en voz alta, pues el desconocido sale de su transe y barre todo el lugar con una mirada autoritaria y demandante, hasta que posa aquellos ojos marrones sobre ella. Agradase seguir pegada al mesón, porque de otra manera estaría tirada en el suelo, ya que al parecer sus piernas han dejado de funcionar. Parece una reacción cliché, sobre todo para una lectora como ella, pero aquello no es importante, más lo es el hecho de que ahora tiene la atención de aquel hombre. —Buenos días— saluda con un movimiento de cabeza cortes. —Buenos días— corresponde. Su voz es suave, como miel derretida, espesa, algo pegajosa y con un acento que no logra identificar. El extraño continúa con su camino en dirección al ascensor y es así cuando Katia recuerda la razón de su espera. —Ey— se aleja de su lugar y da pasos apresurados hasta el ascensor —¿Sabes dónde está recursos humanos? —Yo soy recursos humanos— responde con una sonrisa ladina que la desestabiliza —. Gael García— estira la mano en su dirección, ella la estrecha sin cuestionar su acción. Y es ahí cuando se da cuenta de que ese hombre es peligroso, no solo porque sea guapo, sino porque hizo que se olvidara del mundo en un segundo y con una copia barata de la sonrisa de Ian Somerhalder. —Katia Ivanov— dice después de relamerse los labios, que de pronto están escasos de agua. —Así que, ¿para qué me buscas? — curiosea con una ceja enarcada. —No te estaba buscando a ti— tiene la necesidad de aclarar, de inmediato se siente tonta, él intentando ser agradable y ella cagandola como siempre —. Trabajo aquí, es mi primer día— entrega un poco de información. —Oh, eso es genial. Ahora puedo mostrarte todo el lugar, te va a encantar. Las oficinas son muy amplias y tenemos una de las mejores vistas del edificio, además no estamos del lado que da el sol en la tarde, así que no pasaras calor. ¿De dónde eres? No tienes acento de Salem, bueno no importa, déjame decirte que, si eres del sur (lo asumo por tu bronceado) pasarás mucho frío. Solía hilar rápido los temas de conversación y las conversaciones en sí, había trabajado como secretaria en los primeros años de universidad y tenía un jefe que amaba decir todo entre líneas, pero estaba vez no pudo hacerlo y acabo mareándose un poco con toda la cachara de Gael. Era demasiada información, oleadas de ella, llegando una tras otra sin tiempo entre medio para procesarla, eso más su belleza, hizo difícil la tarea de entenderle. Asiente, sin saber que más responder. Pero unos segundos más tarde ella misma se da cuenta de que en realidad no le ha respondido nada. —Soy de Miami. —Mira, tú. Que coincidencia, yo también, desde los quince años. —¿Y antes donde vivías? —Brasil, de ahí vengo. Oh, así que ese era el acento. Se relame los labios, abstrayéndose en sus pensamientos por un segundo, pensando en lo rico que es escucharlo hablar. —Ah, Katia Ivanov, ya me acuerdo de ti— dice de repente —. Tú vienes por un traslado desde la sucursal en Miami. Yo hice tu contrato. Katia se muerde la lengua para no mencionar que eso es obvio, después de todo esa es una de las primeras tareas de recursos humanos.   —Cuéntame— su voz destruye el silencio antes que pueda construirse del todo —, ¿qué te trae por aquí? Déjame advertirte que te vas a morir de frío y que extrañaras demasiado— hace una expresión exagerada con los ojos y boca —la playa. —Quería un cambio de aire— decide dar la respuesta más simple posible. Es obvio que Gael no espera un recuento de las últimas desgracias de su vida que la llevaron a pedir un traslado. Y ella tampoco está de ánimo para recordar tales tragedias. Aunque con lo mucho que habla su colega, es imposible tener tiempo para pensar. Su personalidad extrovertida y atropelladora sirve para no tener silencios incomodos, y Katia agradece eso, pero al mismo tiempo le gustaría tener un segundo de calma y no escuchar su voz, para poder reordenar sus pensamientos y recuperar la compostura, ya que sigue afectada por su físico y ese acento que cada vez encuentra más atractivo. Pero no tiene tiempo para procesar nada, porque al parecer ha aceptado un tour por todo el edificio que Gael se toma muy en serio. No hay ni un momento en donde deje de hablar, a veces Katia ni siquiera tiene la oportunidad de responderle, pero a su compañero no le importa, él está más concentrado en darle los detalles de cada piso hasta llegar a su oficina, que está junto a la de ella. No sabe si eso es algo bueno o malo. Por un lado, su físico es encantador y tenerlo al lado es un regalo para la vista, pero su constante cháchara la tiene mareada y se sentía mal por desear que se fuera cuando nunca nadie la había recibido de tan buena manera. Lo peor es que Gael se ve como un buen tipo, no ha dejado de tener una sonrisa genuina en el rostro en ningún momento y a pesar de lo mucho que habla se ha detenido unos segundos, de vez en cuando, para preguntarle si va bien con todo.  Gael desprende una energía positiva y atractiva, igual que su voz, es como miel. Son la clase buenas vibras su madre hubiera odiado, porque ella detesta a todo aquel que sonría sin motivo y Gael no ha dejado de estirar sus labios en ningún momento.   —Aquí trabaja nuestra jefa— señala la oficina que utiliza casi todo el piso superior al de ella —, te recomiendo que no le hables cuando tiene la regla, puede ser una verdadera arpía esos días, pero generalmente es una persona muy dulce— Katia se detuvo un momento para ver dentro de la oficina, pero no había nadie —la de al lado es la de John, aunque él siempre está de viaje, es traductor…— de la nada se hace silencio. Paso la mirada de inmediato a Gael, para ver qué es lo que logro callar al hombre. —Oh Gael, te estaba buscando, voy a necesitar tu ayuda para las entrevistas de está semana, juro por las galletas de Josh que si me vuelve a tocar otro niño que no pueda responder una simple pregunta voy a colapsar. ¿Por qué nadie le enseño a estos niños que uno debe ir preparado a una entrevista? Pero odio más cuando me quedan mirando a mí, como si yo tuviera la respuesta. Termina de hablar con un bufido, la única evidencia de que en realidad respira, porque antes de eso Katia jura que no la ha escuchado tomar ni una bocanada de aire. Se ha mandado un monologo de minuto y medio como si nada. —Te presento a Katia— Gael hace caso omiso a su amiga y señala a la castaña —. Katia, esta es nuestra psicóloga laboral. —Ya te he dicho que odio que me presentes así— chasquea la lengua, pero con una expresión más afable se dirige a ella y estira su mano para que Katia la tome. —Y yo te he dicho que aún no sé cómo pronunciar tu nombre así que te aguantas. —Soy Zarifah. —Si la recuerdo, usted me hizo la entrevista. —¿Lo hice? — se rasca una ceja y después vuelve a mirarla — Lo siento, no te recuerdo. Antes de que pueda decirle que no pasa nada, es comprensible que ve miles de personas todas las semanas, Gael se pone a hablar con, quien supone, es su amiga. Katia pierde el hilo de la conversación, a estas alturas ya ni siquiera se está esforzando por entender lo que están diciendo, pero tampoco hay mucho por qué preocuparse, Gael y Zarifah parecen bastante entretenidos entre ellos, dejando a la pobre Katia fuera. Así son las cosas, su personalidad taciturna siempre hace que el resto destaque por sobre ella. Y a esas alturas de la vida ya tiene la madurez suficiente para comprender que no va a encantar a nadie a primera vista o con su silencio. Una mano la agarra de la cintura y tira de ella antes de que tenga tiempo para reaccionar por sí misma. Se estrella contra el cuerpo de Gael, le sorprende lo duro que es, pues su gabardina no revela nada del físico que hay debajo. La dureza de su torso junto al perfume masculina la marean, mucho más que la voz de Gael y necesita de varios segundos para recuperarse y darle las gracias, ya que ha evitado que choque con una pared de vidrio, que obviamente no vio. Traga con dificultad, la vergüenza le ha obstruido la garganta. ¡Qué pésima impresión! Que torpe de su parte. —Ten más cuidado te podría haber quedado la nariz plana si hubieras chocado con ese vidrio o podrías haberte ido con una buena contusión y sería una pena que tu primer día lo empezaras con un huevo en la frente, porque, aunque no lo parezca estos vidrios son muy duros— le soltó una reprimenda mientras continuaba con las manos en su cintura y tiraba de ella por el pasillo. —Lo dice por experiencia propia, el primer mes que estuvo aquí choco diez veces con el vidrio, su argumento es que estaban muy limpios y era peligroso, pero todos sabemos que en realidad es porque tenía los ojos en otra cosa. —Ya, deja de hablar, no ves que Katia no ha dicho nada en todo este rato— fue la mujer con el pañuelo en la cabeza quien hizo callar a Gael, luego se giró hacia ella. — ¿Has visto ya la cafetería? Está bien, aunque a mí no me gusta mucho eso de las mesas redondas y compartidas, soy bastante solitaria para comer, no me preguntes por qué. La comida está bien, aunque si eres vegetariana o algo exquisita no te recomendaría comer aquí, la carne con acompañamiento es el menú de todos los días, excepto los jueves que sirven lasaña. ¿Te gustan las pastas? A mí no mucho por eso los jueves voy a un restaurante que está aquí a la vuelta, es bastante bueno y barato, puedo mostrártelo un día. Cuando termino de hablar inspiro una buena bocanada de aire y la miro expectante. Katia proceso la información y fue a contestar que aún no había visto la cafetería y que no le gustaban las pastas, en especial la lasaña que tiene una gran cantidad de calorías. —¿Y a mí me dices que hablo mucho? Mira que la has dejado muda con tanta palabrería. —En realidad solo estaba pensando en una respuesta— por primera vez alzó la voz. La pareja poso los ojos sobre ella de inmediato y espero a que continuara. Por unos segundos se sintió cohibida, pero dejo de lado esos sentimientos y dio la pequeña respuesta que había pensado, claro que esta, al lado de las grandes oraciones que los otros dos decían le pareció ridícula. —No soy nada exquisita para la comida. —Tienes que hablar más Katia, para nosotros es súper aburrido que hablemos tanto y los demás nos contesten con pequeñas oraciones. Por eso me llevo bien con Gael, él habla casi tanto como yo, aunque tomo un par de meses que se abriera conmigo. —¿Querrás decir que tú te abrieras conmigo? — rebate con una ceja enarcada. —Te la perdono porque admito que te la he dejado fácil— Zarifah le da un golpe en el hombro, pero es suave y su voz no suena molesta. —En fin— suspira —, debo ir a hacer unas cosas, nos vemos luego— se despide agitando la mano con entusiasmo.
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