EN LA INCERTIDUMBRE

1608 Palabras
🌟 TIFFANY 🌟 Un año después de la muerte de mi padre, mi madre cambio mucho, ya no pasaba en casa, se la vivía de viaje en viaje, cuando regresaba simplemente me entregaba un peluche, como si fuera una bebé. Ya que mi cumpleaños lo había olvidado, ni yo tenia ánimos de celebración. Veinte años llegaron y yo ya no era la princesa de papá y la madre que me dijo que estaríamos juntas ya no había ni rastros de ella. Me toco seguir sola, fundirme en los estudios que era mi refugio en momentos depresivos. Nunca imaginé que el sonido de unos tacones en el vestíbulo pudiera congelarme la sangre. Bajaba las escaleras con el corazón en la garganta, aún en pijama, cuando la vi. Mi madre. Después de seis meses sin una llamada, sin una carta, sin siquiera una excusa. Ahí estaba, impecable como siempre, como si no hubiera desaparecido del mapa. Me detuve a mitad de las escaleras, lista para correr a abrazarla… hasta que vi que no venía sola. Un hombre de traje oscuro, sonrisa torcida. Y una chica de mi edad, con el mismo aire de perfección que mi madre solía exigir de mí. Me quedé paralizada. ¿Quiénes eran? ¿Por qué estaban en mi casa? —Hija, qué bueno encontrarte despierta —dijo ella con una sonrisa que no me alcanzó—. Ven, quiero que conozcas a tu nueva hermana. ¿Nueva hermana? Pensé que mamá estaba borracha. O que me estaba gastando una broma cruel. —¿Hermana? ¿Qué estás diciendo, mamá? —Conoce a mi esposo y su hija. Ella es Debbie. Tiene tu edad. Irán juntas a la universidad. Espero que se lleven bien. Debbie me miró con una sonrisa ensayada, como si ya supiera que debía agradarme para ganarse el favor de mi madre. —Hola, hermana —dijo, con una dulzura que me dio náuseas. —Él es tu nuevo padre, Ricardo. Desde hoy vivirán con nosotras. Mi mundo se tambaleó. Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. —¿Qué has hecho, mamá? ¿Por qué no me lo dijiste antes? No quiero extraños en mi casa. —¿Extraños? —repitió ella, como si no entendiera. —Mi padre murió hace poco. ¿Y tú traes a otro hombre a casa? ¿Es que no significo nada para ti? —Esto no tiene nada que ver contigo —respondió con frialdad—. No voy a discutir. Venimos cansados. Vamos, cariño, te llevaré a tu habitación. A ti también, hija. Ricardo me sonrió. Una sonrisa que no era amable. Me erizó la piel. No pude moverme. La alegría de ver a mi madre se evaporó como si nunca hubiera existido. Subí a mi habitación. No solía ponerle seguro a la puerta. Nunca había sentido la necesidad. Pero esa noche… esa noche fue distinta. A media noche, algo me despertó. Una caricia en las piernas. Suave. Invasiva. Abrí los ojos de golpe, el corazón latiéndome en los oídos. Encendí la lámpara de noche con manos temblorosas. Y lo vi. No podía creer lo que mis ojos estaban mirando. Nunca había sentido tanto asco, tanto miedo, tanta rabia contenida en un solo instante. Me despertó una caricia en la pierna, suave como una serpiente deslizándose por mi piel. Abrí los ojos de golpe, encendí la lámpara, y ahí estaba él. Ricardo. Ese hombre que mi madre había traído a casa como si fuera un regalo, como si pudiera reemplazar a mi padre. —Shss… solo quería darte las buenas noches, hija —susurró, con esa sonrisa que me heló la sangre. —¿Quién le dio permiso de entrar a mi dormitorio? —le grité, con el corazón latiéndome en los oídos. —Solo quería sentirme bienvenido por mi nueva hija —respondió, como si su presencia fuera algo natural, como si yo le debiera algo. —¡Salga o comienzo a gritar, degenerado! Esto lo sabrá mi madre. Se acercó un poco más, sin miedo, sin vergüenza. —Esto apenas empieza. No te molestes en decirle nada. Ella jamás te considerará. Feliz noche… sueña conmigo, preciosa. Corrí a cerrar la puerta con seguro. Temblaba. Me sentía sucia, invadida. Ese hombre era un pervertido, y ahora vivía bajo el mismo techo que yo. Me quedé despierta el resto de la noche, abrazada a mis rodillas, deseando que todo fuera una pesadilla. A la mañana siguiente, intenté hablar con mi madre. Pero ella estaba demasiado ocupada sonriendo con Debbie, esa chica que había llegado como una sombra, como una intrusa que ahora ocupaba mi lugar. Mi madre la miraba con ternura, le acariciaba el cabello, le servía el desayuno con una dulzura que yo no recordaba haber recibido en meses. Yo la observaba desde lejos, sintiéndome invisible. Pasaron los días. Ricardo aprovechaba cada momento en que estábamos solos para intimidarme. Una mirada, una palabra, una cercanía que me hacía retroceder. Me sentía atrapada. Y Debbie… Debbie se burlaba de mí, me decía cosas hirientes, como si disfrutara verme caer. Un día no aguanté más. Me armé de valor y enfrenté a mi madre. —Madre, soy tu hija. Ese hombre ha entrado a mi habitación por la noche. Ella me miró como si fuera una niña caprichosa. —Eres ridícula, Tiffany. Sé que aún no los aceptas como tu padre. Solo dale una oportunidad. Volveremos a ser una familia feliz. —¡Esto no es una familia! Esa chica me insulta y su padre me acosa. ¿Cómo quieres que los acepte? —Ya basta con tus ridiculeces. Con el tiempo aprenderás a amarlos. —¡Jamás los aceptaré! Él no es mi padre y ella no es nada mío. Y entonces lo hizo. Me dio una cachetada. Por primera vez en mi vida, mi madre me golpeó. Me quedé paralizada. No por el dolor físico, sino por el golpe emocional. Era como si me hubiera borrado de su corazón. Salí corriendo hacia mi habitación. En el pasillo me crucé con Debbie, que al verme llorando soltó una carcajada cruel. —¿Te duele, princesita? —dijo, con esa voz fingida que me revolvía el estómago. Cerré la puerta con fuerza, me tiré a la cama y lloré como nunca. Ya no era mi casa. Ya no era mi madre. Ya no era mi vida. Clamé por mi padre. Por sus abrazos, por sus palabras, por su forma de hacerme sentir segura. Quería regresar al pasado, a cuando todo era simple, a cuando el amor no se negociaba, a cuando yo era su niña y él era mi mundo. Ahora todo era distinto. Y yo… yo estaba sola. «Que haré ahora, no quiero seguir aquí, no siento que este sea mi hogar. Haré mi maleta, no voy a estar un día más en este sitio que ya no lo siento como mío. Busque la tarjeta que mi padre me regalo, no pensé usarla todavía, miro a mi alrededor, ya no puede seguir aquí, este ya no es mi hogar, no soporto más el acoso de ese hombre, temo que un día ese hombre me viole a la fuerza». Salí de casa en silencio, con el corazón hecho trizas y una nota temblorosa sobre la almohada. No podía quedarme ni un minuto más. No con ellos. No con esa mirada que me eriza la piel. No con una madre que ya no me ve. Me subí al auto con las manos frías y los ojos nublados. Conduje sin rumbo fijo, llorando hasta que las lágrimas se secaron y solo quedó ese vacío seco que arde más que el llanto. Al amanecer llegué a la casa de mi tía Betty. Me quedé dentro del auto, mirando esa fachada humilde que parecía tan ajena a mi mundo. Respiré hondo. No sabía si me recibiría. No sabía si tenía derecho siquiera a pedirle refugio. Pero bajé. Toqué la puerta tres veces, con los nudillos temblando. Cuando se abrió y vi su rostro, no pude contenerme. Me lancé a sus brazos como una niña que ha estado perdida demasiado tiempo. —Sobrina, ¿qué haces aquí? ¿Tu madre sabe que viniste? Entramos. La casa era pequeña, cálida, pero tan distinta a todo lo que conocía. Mi habitación en casa era más grande que toda esta vivienda. Me sentí fuera de lugar, pero también… a salvo. —¿Tía, me puedo quedar contigo un tiempo? —¡Cuéntame qué pasó! —No soporté más. Mamá se casó con un hombre que me acosa. Y su hija… me desprecia. Mamá ya no es la misma. Ya no le importo. —Las palabras salieron entre sollozos, como si cada una me desgarrara por dentro. —Claro que puedes quedarte. Pero sabes que aquí no hay lujos. Trabajo para sobrevivir. Tu padre me ayudaba antes… ahora me las arreglo sola. —Yo también voy a trabajar. Juntas podemos salir adelante. Aunque… nunca he trabajado. —¿Y la universidad? —Por ahora no. Buscaré empleo. Quiero ayudarte con los gastos. —Si estás decidida, mañana hablaré con mi jefa. Tal vez haya una vacante en el hotel. —Ojalá que sí, tía. Gracias por recibirme. —Ven a desayunar. Esta es tu casa ahora. Yo me voy a trabajar, sírvete lo que hay. Esta noche traeré algo para cenar. Me instalé en un cuartito diminuto. Apenas cabía la cama y una mesita. Mis maletas parecían ridículas en ese espacio. No desempaqué todo. Solo lo necesario. Desde ahora, esta sería mi vida. Nunca imaginé que la muerte de papá cambiaría tanto todo. Antes tenía un mundo ordenado, seguro. Ahora… solo tenía incertidumbre.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR