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Princesa Despreciada

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venganza
HE
los opuestos se atraen
arranged marriage
princesa
alegre
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Descripción

Helena van Holden es la hija irresponsable, la rebelde, la que pone en vergüenza a su familia. Tiene sus motivos, sin embargo, pero intenta vivir la vida como si años atrás su propio padre no le hubiera roto el corazón.

Ahora, su comportamiento la lleva lejos y sin poder hacer nada por evitarlo. El reino de Astley es su destino, una isla poderosa en el medio del Mediterráneo, donde una monarquía reside. Y ella será la nueva princesa.

La princesa consorte.

Archer Hawthorne de Astley es el siguiente en la línea de sucesión al trono y necesita una esposa a su altura. Guapo, mujeriego y con una lista de familiares negados a su herencia, convencerlo de que es hora de asumir su lugar, es todo un reto. El rey Evander sabe que debe ocuparse él mismo de encontrarle una mujer que sea útil para la corona, porque de ser por él, no duda que se case con una cualquiera solo por salirse con la suya.

Pero un encuentro entre ambos se da, incluso, antes de que el compromiso sea anunciado oficialmente. Una noche que ninguno de los dos está dispuesto a olvidar.

Sobre todo Archer, que ahora odia con todas sus fuerzas a su princesa prometida solo porque la culpa de no poder disfrutar del amor que conoció fugazmente.

En el reino todos los aman. En el palacio, a ella no la llaman por su nombre.

Ahora solo es la princesa despreciada.

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Capítulo 1. Prometida con un príncipe del Mediterráneo.
-Narrador- Helena mira por la ventana mientras recibe el peor de los sermones. Es el cuarto de lo que va de semana y cree fielmente que no será el último. En su interior, sabe que esta vez existen motivos, pero no está dispuesta a aceptarlo. Mucho menos delante de sus padres. Ya suficiente tiene con fingir que es una perfecta dama, ahora solo quiere irse al silencio de su habitación, donde nadie la juzga; donde es ella misma. La voz de Aurelius van Holden retumba en el despacho, enumerando cada una de las cosas que se atrevió a hacer durante el encuentro con la señora Westhorn y su hijo. «El cuarto pretendiente de la semana y es solo miércoles, eso debe ser un récord», piensa con falsa diversión, la voz de su cabeza se escucha irónica. Para Helena, no es que tenga mucha importancia todo lo que reclama su padre y su madre confirma con secos asentimientos, lo hizo con toda conciencia y no hay arrepentimiento en ella. No le gustan esos pretendientes. Los que vienen acompañados de sus madres, con actitud soberbia, creyendo que le hacen un favor si al menos la cortejan. Eso la hace resoplar. Y fue el principal motivo por el que tuvo que decirle a Atticus Westhorn que ella no sería una esposa florero y que, si eso era lo que buscaba, pues podía irse por donde mismo vino. Esto último, siendo menos educado y más como una amenaza malsonante. A su señora madre no le gustó y la suya puso el grito en el cielo. Prometió, delante de los invitados, que estaría castigada de por vida. Y que se llevaría un nuevo sermón de su padre. —Esta es la última vez que voy a amonestarte, Helena. A partir de hoy, si tú no tienes consideración con esta familia, yo tampoco la tendré. —El tono de su padre se escucha más amenazante que nunca. Helena levanta una ceja perfectamente arqueada y mira a su padre como si hubiera lanzado el chiste más divertido de todos. Siente la rabia de antaño cosquilleando bajo su piel, pero se controla. Ha aprendido a hacerlo en los últimos años, moldeándola de formas que sabe muy bien que les molesta, convirtiendo esa emoción en algo peor: ironía, sarcasmo, ataques directos y certeros, inteligentes. El control de sus emociones, lo irrisorio de esos intentos de apagarla, quitarle su carácter beligerante, son los principales motivos por los que saca de paso a sus padres con demasiada rapidez. —¿Significa eso que desde hoy serás peor? ¿Que las aberraciones de antes entran en lo que tú calificas como “consideración”? —El ácido de sus palabras ni siquiera es posible ocultarlo. No importa que ahora se mira las uñas con aburrimiento. Como si todo este teatro a su alrededor fuera lo más normal, que lo es, y ella no tuviera dudas de que sus palabras son solo una declaración que no necesita ser aprobada por él. Helena ya está cansada de su vida atada, desde que su padre le quitó lo único que quiso para sí misma, dejó de interesarse por algo más que hiciera felices a sus progenitores. A muy temprana edad se dio cuenta que estaba en esta vida únicamente prestada y que eso no cambiaría. Así escapara dos veces por semana para ir a fiestas a las que tenía prohibido asistir, ligara con hombres que no pertenecían a su mundo o se emborrachara en su habitación sin importarle las migrañas de su madre. Ya que no tiene control sobre sus decisiones, las que realmente importan, pues no se las pondrá fácil y en bandeja de plata a sus padres cero comprensivos —Vas a conocer mi verdadero alcance, muchachita. Eso tenlo por seguro. —Los ojos se Aurelius brillan con la amenaza, buscando la manera de intimidar a su rebelde hija, pero no hay forma que eso suceda. Ya está acostumbrada, después de todo, a su manera poco convencional de salirse con la suya. El miedo aparcó a un lado de la carretera hace mucho y realmente ya no tiene nada que perder. —Querido padre, nunca he tenido dudas de lo que tus alcances significan —adula con falso tono condescendiente. Se encarga de mostrarle, con la mirada, lo poco que eso le importa. Un “eso me ha importado poco hasta ahora” es la parte de esa frase que no termina porque le gusta su cara y no quiere ganarse la bofetada con labio partido incluido. Ya una vez probó los límites de su padre y descubrió de la peor forma que no tiene control cuando de ella se trata. Si le busca un marido, de seguro sería más libre de lo que ahora es. Ese es el pensamiento que se pasa varias veces por su cabeza durante los días encerrada en su inmensa mansión. Pero no es estúpida, ella sabe que en este mundo los hombres son caballeros de día y crueles por naturaleza en las noches. No pretende poner su garganta en bandeja de plata con tanta facilidad. Si alguien terminará siendo su compañero de vida en un futuro próximo, con todo lo que eso incluye, pues debe ser alguien que esté a la altura de sí misma. —Ve a tu habitación, tienes prohibido salir durante tres días. —La señala con un dedo acusador—. Y no se te ocurra escaparte, porque entonces te encerraré en las malditas mazmorras para que aprendas la lección de una vez. Helena se guarda la sonrisa burlona que quiere salir y hace una reverencia dirigida a su padre. Sale del despacho escuchando el clac de sus tacones y con la frente en alto. Ellos no tienen el poder de quebrarla por más que lo intenten. Y esa amenaza, la verdad es que no sirve de nada. Cuando se trata de Helena van Holden y sus caprichos, no hay forma de detener el desastre. ----- Ha pasado una semana desde que su padre amenazó con acabar con su rebeldía y nada pasa aún. Helena mira con aburrimiento el techo de su habitación, a las decoraciones de yeso que rodean la lámpara de cristales que engalana su amplio dormitorio. Resopla para quitarse un travieso mechón de cabello de la cara, pensando en que podría salir hoy para estirar un poco las piernas. Y de paso, el cuerpo. Con todo lo que eso incluye. La fiesta por el inicio del verano es un buen incentivo, pero sabe que la están vigilando más que de costumbre. Definitivamente, un evento de ese calibre no pasará desapercibido para sus padres y saben que intentará escapar. Que es justo lo que anda planeando. No le han pasado por alto las visitas a su habitación bien entrada la noche, ya sea por su madre o una de las sirvientas viperinas que limpian el piso con sus lenguas para que ella pase. Sabe que hoy la tendrá difícil para escapar, pero siempre le han gustado los retos. Se levanta de un salto cuando decide dar un bojeo rápido por la casa. Ya no está relegada a su habitación y puede andar libremente por los pasillos, lo que le servirá para analizar el estado de sus captores, como ahora los llama, y convencerse de que no será un plan de mierda el escaparse esta noche. No se cambia de ropa, eso solo levantará sospechas. Se queda con su vestido corto y de falda acampanada, acompañado de sus pantuflas preferidas. Cuando abre la puerta de su habitación, no le sorprende ver que una criada sacude con demasiada energía uno de los jarrones chinos que hay en el pasillo. —Lo vas a romper, mujer. No tienes que disimular tan estúpidamente. Rueda sus ojos y se aleja de su evidente guardia nocturna. «¿Quién se creería que ella está sacudiendo el inexistente polvo a las once de la noche?», se pregunta, divertida e irritada, a partes iguales, porque la creen idiota. Toma rumbo a la cocina para disimular su verdadero objetivo, que es el despacho de su padre en el ala contraria de la casa. De todas formas, el estómago le gruñe después de la comida escasa que le sirvieron por “estar a dieta”, por órdenes de su madre. Supone que es su castigo por ridiculizarla delante de una de sus estiradas amigas. No es que necesite hacer dieta, de todas formas. O que le importe lo que haga o diga su madre Avanza por los pasillos con poca iluminación hasta que llega a las escaleras y las baja con saltitos despreocupados. En el rellano, que divide el salón en las dos alas principales de la casa, mira a su alrededor por un segundo antes de tomar la dirección contraria a la que debe seguir para llegar a la cocina. Unas voces provenientes de ese pasillo, llaman su atención. Es evidente que Aurelius van Holden tiene una visita. Unos pasos resuenan a la distancia, en la profundidad del pasillo, pero no son los de una sola persona. Al menos dos, si sus sentidos no la traicionan. Con la curiosidad al máximo y la dosis correcta de atrevimiento, sigue las voces hasta que se encuentra con la puerta ahora cerrada del despacho de su padre. No tiene idea de por qué vino hasta aquí, solo sabe que es raro que su padre reciba visitas a esta hora de la noche. Y ella siempre ha sido la curiosa de la familia, lo llama “sentido de la supervivencia”, solo porque un secreto muy bien guardado puede derrocar a los reinos mejor establecidos. «Algunas cosas sí que aprendió de su padre, después de todo», piensa para sí misma con una media sonrisa. Aunque no se permite mucho el regodeo. Está expuesta si la puerta se abre y, en graves problemas, si su padre sospecha que ella estaba espiando. No se escucha nada claro por unos segundos, comienza a pensar que está perdiendo el tiempo y exponiéndose más de la cuenta, cuando unas palabras flotan hasta su posición y se sienten como gritos. —Helena será la reina de Astley. Eso nos dará una ventaja que nadie espera. Se ahoga con su propia respiración cuando escucha semejante aberración. ¿Ella?, ¿reina de dónde? Pega su oreja más a la puerta de caoba y trata de discernir buena información entre todos los murmullos que le siguen a esa declaración. Le parece escuchar unas risas bajas que no reconoce. Quien sea el visitante, tiene algo que decir respecto a lo que Aurelius acaba de decir. —¿Tu hija como la princesa consorte? Suerte con eso, van Holden. El príncipe Archer no querrá a tu hija como esposa, sin ofender. —Helena rueda los ojos ante esa afirmación, pero no lo culpa por decir en voz alta lo que todos saben—. El tipo es demasiado idiota, un alma libre, no querrá a una rebelde como Helena bajo su cuidado. Menos, a su lado, cuando reclame el trono de Astley. —Esa no es decisión del chico, mi estimado —interviene Aurelius, con un aire misterioso y soberbio que no le pasa por alto a Helena—. Ya el rey Evander dio su aprobación. Mañana Helena será trasladada a la isla del Mediterráneo que será su nuevo hogar. Le guste o no, ella será la futura reina y madre de los herederos al trono. Helena da un paso atrás cuando le toca ahogar un jadeo de sorpresa e indignación. Pretende irse, le ordena a sus pies hacerlo, pero hay algo que no le permite hacerlo del todo. La seguridad de su padre, el tono que usa para asegurar sus palabras. ¿Cómo puede estar tan seguro que aceptará eso sin chistar? —¿Cómo vas a convencerla de que no haga una de las suyas y termine jodiéndolo todo? El desconocido pone voz a sus propios pensamientos. Contiene el aliento mientras espera la respuesta que sabe, puede cambiarlo todo. Lo presiente. —Porque sé qué es lo que más quiere en este mundo. Y es lo que voy a darle como recompensa. «¡No», piensa, de repente desarmada y con las rodillas temblorosas. Retrocede con pasos rápidos, pero erráticos, cuando siente que ahora todo puede irse a la mierda. Lo hace antes de tener que escuchar el nombre que la hará trizas. No necesita escucharlo para saber que es justo eso lo que dirá. Porque es lo único que alguna vez ha querido y le fue negado. No quiere ni pensar a qué se refiere su padre cuando dice “recompensa”. Llega a las escaleras y corre sin pensar que alguien puede extrañarse por su carrerilla. Las lágrimas pican en sus ojos y se tapa la boca para no soltar el sollozo que quiere salir de ella. Llega a su habitación y agradece que la criada no esté por ningún lugar. Solo por eso empuja la puerta con su cuerpo y al cerrarla, pega su espalda a la madera y se deja caer sin pensar en lo que hace. Cierra los ojos y sus lágrimas caen. Solo hoy se permitirá llorar. Porque ahora está prometida con un príncipe del Mediterráneo y no puede hacer nada para corregir esa maldita injusticia.

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