Capítulo 1: En busca de una asistente.
Narra Sebastián
Cinco años parece poco cuando lo dices en voz alta, pero cuando lo vives... cuando lo respiras día tras día, cuando te reconstruyes desde los cimientos, cinco años pueden ser una eternidad.
En estos últimos cinco años han pasado muchas cosas buenas en mi vida, otras no tan buenas, pero han sido parte del proceso de crecer.
Recuerdo cómo empezó todo, una oficina compartida, una idea sin forma y una libreta llena de números que no cuadraban. Hoy, mi empresa ocupa el último piso de uno de los edificios más altos del centro de Madrid. El nombre “Ellison Group” resplandece en letras negras sobre el vidrio del ventanal. Ironías de la vida —yo que juré no querer seguir ese legado familiar, terminé construyendo uno propio.
Han pasado muchas cosas desde entonces. La compañía creció más rápido de lo que imaginé, y con ella, yo también.
Para crear mi imperio recibí mucha ayuda de Rodrigo, mi primo. Quién lo diría, pasamos de odiarnos a apoyarnos como hermanos. Él me apoyó con mi idea y valoró que el apellido de la familia siguiera llenando el mercado.
Ya no soy el hombre de antes, con temores a tomar decisiones impulsivas ni el que vivía buscando la aprobación de otros. Aprendí que la estabilidad no se construye con promesas, ni bajo la sombra del éxito de los demás, sino con disciplina, entrega y visión. Que el amor propio no se gana con aplausos, sino en silencio, a las tres de la mañana, cuando nadie te ve, pero tú sigues ahí, trabajando.
Ahora mis días comienzan antes del amanecer. Café n***o, silencioso, sin azúcar. Luego reviso informes, cierro acuerdos y trato de mantener a flote un equipo que confía en mí. No me quejo; elegí esta vida. Pero hay días en los que miro el reloj y siento que he dejado atrás una parte de mí que no sé si quiero recuperar.
—Señor Ellison —la voz de Camila, mi secretaria actual, me saca de mis pensamientos—. Llegaron los currículums para la vacante de asistente.
Levanto la vista. Camila tiene una eficiencia que roza lo inhumano. Nunca se le escapa un detalle. Me tiende una carpeta gruesa y yo la abro con desinterés.
—¿Cuántos son?
—Treinta y seis. Ya descarté los que no cumplían los requisitos.
—Perfecto.
—¿Desea que programe las entrevistas para esta semana?
—Sí. Quiero verlos personalmente.
Ella asiente y sale, dejándome otra vez solo con el sonido del reloj.
Busco un bolígrafo, empiezo a revisar los perfiles. Muchos nombres, muchas caras. Experiencia, idiomas, habilidades blandas... todos dicen lo mismo.
—“Soy responsable, comprometido, organizada”.
Estas palabras que con el tiempo se vuelven huecas.
No busco a alguien perfecto. Busco a alguien que aguante el ritmo, que sepa leer una sala antes de que yo lo haga, que entienda cuándo callar y cuándo hablar. Que se gane su lugar, no con encanto, sino con eficiencia.
He aprendido con mi experiencia trabajando en la compañía de mi familia a confiar en los hechos, no en las primeras impresiones.
Esa tarde, camino por el pasillo de cristal que conecta mi oficina con la sala de juntas. La ciudad se extiende abajo, vibrante, caótica, viva. El tráfico parece una coreografía desordenada, pero extrañamente perfecta.
Algunas veces pienso que los negocios son igual, una sucesión de errores controlados que, si sabes manejarlos, terminan funcionando.
Mi socio, Andrés, me espera dentro de la sala. Lleva la camisa arremangada y los lentes sobre la cabeza.
—Te ves cansado —dice apenas entro.
—No dormí mucho.
—¿Otra noche de revisión de contratos?
—Algo así.
Se ríe, y yo niego con la cabeza. Andrés y yo fundamos esto juntos. Es el único que me ha visto en mis peores momentos. En esos días en los que dudaba si valía la pena seguir.
—¿Qué hay con la vacante? —pregunta.
—Camila está programando entrevistas.
—Suerte con eso. La última te duró dos meses.
—Y los dos meses más largos del año —murmuro.
—Tal vez deberías dejar que yo elija esta vez.
—Prefiero hacerlo yo. Sé exactamente lo que necesito.
Él alza las manos, fingiendo rendición.
—De acuerdo, dictador. Solo recuerda que necesitamos a alguien antes del lanzamiento del nuevo proyecto.
Asiento. No necesito recordatorios. Todo está calculado, cada paso medido.
El nuevo proyecto es la mayor apuesta de mi carrera, es la primera expansión internacional. Una línea de productos que pretende posicionarnos en el mercado europeo. Es el tipo de salto que puede consolidar un nombre… o destruirlo.
Cuando cae la noche, mi oficina queda vacía. Solo las luces de la ciudad me acompañan. Miro el reflejo en el ventanal; traje oscuro, corbata floja, ojeras que delatan el cansancio.
A veces me pregunto si esto era lo que quería. Y la respuesta, aunque no la diga, es sí. Lo es. Pero hay un precio.
Saco del cajón una vieja foto, mi madre sonriendo, mi padre abrazándome el día que me gradué. Atrás, un mensaje escrito con su letra “Hazlo bien, Sebas. Pero sobre todo, hazlo con el corazón.”
Me prometí que algún día estaría orgulloso de lo que logré. Y ese día… creo que ya llegó.
Apago la luz y salgo.
Al día siguiente, las entrevistas comienzan. La sala está ordenada, la luz entra por el ventanal y el aire huele a café recién hecho.
Camila coloca una carpeta con los nombres.
—Tiene diez entrevistas hoy, señor.
—Perfecto. Que pasen de una en una.
El primero es un joven que habla demasiado. No llega a la segunda pregunta y ya me cuenta sus aspiraciones de convertirse en director.
El segundo, demasiado nervioso. El tercero… ni siquiera sabía a qué puesto aplicaba.
Suspiro cansado y apenas iniciamos.
La mañana avanza lenta. Cada candidato me recuerda por qué odio este proceso. Hasta que entra una joven de cabello oscuro, mirada atenta, postura recta. No parece intimidada, pero hay algo en ella… un leve temblor en sus manos, una inseguridad que intenta ocultar con una sonrisa.
—Buenos días —dice con voz suave.
—Buenos días. Tome asiento.
No la observo directamente, prefiero escucharla. A veces la voz dice más que las palabras.
—¿Por qué quiere trabajar aquí? —pregunto.
—Porque quiero aprender. Y porque sé que puedo aportar.
Una respuesta común, pero hay sinceridad en su tono.
—¿Experiencia previa?
—He trabajado en áreas administrativas. No tan grandes como esta empresa, pero me adapto rápido.
Asiento, reviso su hoja. Su nombre me llama la atención. Es poco común.
La entrevista dura apenas diez minutos. No fue la mejor candidata, pero algo en ella me deja pensativo. Una sensación que no logro identificar.
Cuando se va, quedo mirando la puerta cerrarse tras ella.
—¿Todo bien, señor? —pregunta Camila quien está presente en las entrevistas.
—Sí. Pero deja su hoja arriba del todo.
Ella arquea una ceja, sorprendida.
—¿Quiere que la llame para la segunda ronda?
—Sí.
Algo en esta mujer me llamó la atención, y no es que haya visto algo interesante en su currículo, es más, es muy parecido al de todos, pero… sentí una corazonada, de esas que se experimentan cuando se sabe internamente que un negocio puede funcionar.
Al día siguiente vuelvo a la oficina temprano. La ciudad despierta con su ruido habitual; bocinas, murmullos, el sonido de la lluvia fina golpeando el pavimento.
Camila me espera en el despacho.
—Buenos días, señor. La señorita de ayer confirmó la segunda entrevista.
—Perfecto.
Camino hacia la ventana y miro el horizonte.
No sé si es el clima, el cansancio o esa leve sensación en el pecho de que he encontrado lo que necesito o que tengo mucho trabajo pendiente, el nuevo proyecto, no lo sé, pero algo dentro de mí estaba intranquilo ese día, ¿por qué?
…
Han pasado cinco años desde que decidí salir de mi zona de confort y empezar de cero. No fue fácil renunciar a lo que tenía y apostar por primera vez en mí, en mis ideas de negocio y propósitos. Cinco años desde que aprendí que perderlo todo no siempre es una derrota. A veces, es la oportunidad de empezar bien.
Y ahora, al mirar hacia atrás, veo un camino lleno de tropiezos, pero también de crecimiento.
Tengo mi empresa, mi equipo, mi estabilidad.
Pero tras estos años, ahora hay algo en el aire, algo que me dice que lo más importante todavía está por llegar. Quizá esa sensación que tuve hoy —esa incomodidad leve, esa curiosidad sin razón— no sea casualidad, era más bien un aviso de que algo completamente nuevo estaba por golpearme y que esa chica de la entrevista no solo viene a ocupar una vacante, viene a poner mi mundo patas arriba.