El Lamborghini entró en un pequeño aeródromo a las afueras de la ciudad. Durante todo el trayecto, Sarah no dejaba de preguntar, insistir e incluso intentar adivinar el lugar al que iban, pero Enzo, con una sonrisa, mantenía un silencio absoluto. Detuvo el vehículo justo al lado de un pequeño avión donde varios mecánicos hacían las últimas comprobaciones. —¿Qué es eso? —preguntó Sarah al bajar del coche—. ¿Tienes un maldito avión privado? Enzo rió burlón y acercándose a la rueda de la aeronave, respondió: —Claro que no tengo un avión privado… Tengo dos. —¿Dos? Dónde quedó el romanticismo de viajar en tren o en coche durante veinte horas por carretera… —Bueno, lo del tren es una buena idea. Lo tendré en cuenta para la próxima —Se acercó de nuevo al coche y sacó las maletas de ambos qu

