Adrik dejó la habitación yendo a paso lento. No podía evitar en su expresión una sonrisa. «¡Vaya! Estuvo delicioso. Nunca había desayunado un postre, y menos en el día de mi maldito cumpleaños. Tenerla en mis brazos fue… ¡Maldición! No tengo palabras» Así, pensativo y con esa gran sonrisa entre asombro y contento, llegó al elevador. Ya dentro, se volvió a acomodar bien la toalla que lo cubría desde la cintura hasta media pierna. El elevador descendió un par de pisos, pero antes de llegar a la planta baja, se detuvo. Al abrirse las puertas, Adrik se encontró con la misma rubia que la noche anterior le había hecho conversación. Se subía la cremallera de una chaqueta oscura. Al alzar la vista y reconocerlo, sonrió con desconcierto… y luego con deleite. —¡Qué suerte! Es el mismo caballero

