Capítulo 6

1404 Palabras
No se fue de mi casa, se quedó conmigo, sí, sus emociones yo las tenía controladas, pero no me importaba con tal de tenerla a mi lado y tener ese hijo tan ansiado. No dormí con ella, lo ansiaba, sí, pero todavía no era el tiempo, le daría el espacio que necesitaba para acostumbrarse a la idea de estar conmigo. Y lo hizo. Estuvimos juntos un mes más tarde. Quedó encinta. Y comenzó su sufrimiento. Me dolía verla así y lo que más me dolía era que en sus cuatro nuevas vidas, su dolor no había servido de nada, porque nuestro hijo no lograba vivir, mi hermano los mataba a ambos antes de tiempo. Pero en esa ocasión sería diferente. No permitiría que él se acercara a mi esposa de nuevo. La mantendría protegida de Alejandro a como diera lugar. No lo logré. Una tarde, cuando ella estaba en un avanzado estado de gravidez, apareció mi hermano en la vida de Ana, mi esposa. Los vi, como en todas sus vidas anteriores, después de una discusión nuestra. Él volvió para conquistarla, pero no dejaría que la apartara de mi vida, otra vez. Lo saqué de allí iracundo, no admitiría que me la arrebatara una vez más. La lucha en aquella ocasión fue más brutal que las anteriores, estaba dispuesto a matarlo, ya no tendría compasión por él, no me importaba nada más que cumplir el propósito para el cual estaba destinado. Yo no entendía por qué reaccionaba así. Sí, era cierto que quería ese hijo, pero, la prefería a ella. ¿Por qué no podía evitar anhelar ese hijo de esa forma tan enfermiza? Parecía como si estuviera en una pesadilla de la que no lograba salir. Si lo pensaba con frialdad, no me importaba ese hijo más que Rithana, pero no podía evitar desearlo por sobre todas las cosas. Rodhon intentó separarnos, pero no lo logró. Ambos lo lanzamos lejos, era una lucha sin tregua, queríamos acabar de una vez por todas con tamaña estupidez. ―¿Hasta cuándo seguirás con esto? ―preguntó en una pequeña detención. ―Ella debe tener ese hijo, ¿no quieres que nuestro pueblo vuelva a tener su merecida gloria? ―No a costa de la vida y salud de Rithana. ―Sabes que si no sobrevive Rodhon puede volverla a la vida después, cuando el designio destinado para ella sea cumplido. ―¡No la lastimarás de nuevo! ―No la he lastimado. ―Esto la lastima, ¿no lo ves? ―Pero es por un propósito, entiéndelo de una vez. ―Es para tu beneficio. ―Es para el beneficio de nuestro pueblo. ―¡No es verdad! ―Sí, tú solo piensas en ti mismo, no te importa nada más que tener más y más poder. ―No es por mí, es por nuestro pueblo. ―¿Nuestro pueblo? Por favor, ¿quieres que te crea tamaña mentira? ―Sí, Alejandro, a mí me no me engañas, tú jamás has amado nuestro pueblo como lo hago yo. ―Yo amo a Egipto ―replicó molesto, pero no le creía. ―Si lo amaras como yo, no te importarían los medios para hacer de nuestro pueblo la potencia mundial... ―¡¿Qué potencia mundial, Ptolomeo!? ¿Crees que vale la pena todo el sufrimiento de Rithana por conseguir más poderío? ―Todo vale la pena, incluso el sacrificio de Rithana. ―Eres un maldito, Ptolomeo, no merecías la inmortalidad. ―¿No la merecía? ¿Y tú sí? ―Soy mucho mejor egipcio que tú ―respondió con orgullo. ―¿Mejor? A ti no te importa nuestro pueblo. ―A mí me importa nuestro pueblo, pero más me importan las personas. No estoy dispuesto a sacrificar a nadie por lograr mis propios planes. ―Es porque no quieres que Egipto vuelva a tener la gloria que tenía antes. ―Claro que me gustaría que todo volviera a ser como antes, pero no a costa de un sacrificio humano. Los grandes faraones no estarían de acuerdo con esto. ―¿Los grandes faraones? Desaparecieron hace tanto. Sus pirámides están ahí, ya se fueron de la tierra. ―No lo creas, Ptolomeo, ellos no se han ido de la tierra, tú lo sabes bien, ellos siguen entre nosotros, esperando el momento del nuevo faraón. Pero creo que ni tú ni yo estamos preparados para reinar en este nuevo orden, tú eres demasiado ambicioso y yo soy demasiado débil. Jamás expondría a Rithana a un sufrimiento como el que tú la haces pasar, tan solo por cumplir con tus propósitos. ―Habla por ti, hermano, yo estoy preparado desde el día en que me di cuenta de que tú no serías capaz de reinar sobre un pueblo como el nuestro, como el que llegará a ser. ―Tú no serás un buen faraón, es cosa de ver a la gente a tu alrededor, gente muriendo de hambre en tus tierras, mientras tú te das la gran vida… ¿Qué crees que vas a hacer cuando tengas el mundo a tus pies? ¿Te vas a preocupar igual de tus súbditos? Porque si es así, entonces los matarás de hambre y no tendrás sobre quién gobernar. Y no es falta de dinero, donde tú vas, el dinero te llueve a montones. ―Sí, es cierto, hay cosas que debo mejorar, pero estoy preparado para ser el nuevo faraón de Egipto y reinar sobre toda la tierra. ―¡No a costa de Rithana! ―gritó de nuevo. ―¡A costa de quien sea! ―bufé irritado, ¿quién era él para decirme cómo lograr lo que anhelaba? Maldije esas palabras de inmediato, no eran mis pensamientos. Él me lanzó un puñetazo que me arrojó a un par de metros hacia atrás, me incorporé y me eché encima de él para golpearlo una vez más. Ya me estaba cansando ese aire de perfecto puritano, ¿qué se creía? No por ser el mayor, él era mejor que yo, claro que no, aunque en un principio él merecía el puesto, ya no, él no estaba haciendo nada por hacer renacer a nuestro país, como las profecías lo dictaminaron, en cambio yo sí. Yo estaba luchando por volver a dar a mi pueblo la grandeza que se merecía. ―¡Vete de mis tierras y no te vuelvas a aparecer por acá. ―No sin Rithana ―contestó con seguridad. ―¡¡Vete!! ―rugí ya cansado de todo ese circo. ―¡Dame a Rithana y te dejaré en paz! ―¡Jamás la dejaré ir! Mucho menos ahora que está tan cerca de cumplir el propósito para el cual nació. ―No nació para morir ―reclamó en baja voz. ―Ella no morirá, te lo aseguro, y si lo hace, volverá, entonces, podrás hacerla tu mujer y yo no interferiré en sus vidas, dejaré que sean todo lo felices que quieran ser. Ahora la necesito conmigo. ―Eres un desalmado infeliz, ni siquiera la amas… Vi a mi hermano llorar. De todo lo que había dicho, en una cosa tenía toda la razón: él era demasiado débil. Y yo un desalmado infeliz. A un grito de Rithana, un grito desgarrador que hasta a mí me hizo estremecer, corrimos a su lado, mi hijo la estaba “pateando”. Rodhon se acercó a mí y puso su mano en mi hombro. Sonreí. A través de su vientre se podía notar la preciosa extremidad de mi hijo. Ella gritaba y se quejaba de dolor, suplicando que terminásemos con su calvario. ¿Cómo no era capaz de darse cuenta de que aquello era lo más maravilloso que podía sucederle a una mujer? Me agaché a su lado e intenté tranquilizarla, pero no me quería cerca de ella, en cambio, sí dejó que mi hermano se acercara. ¡¡Él la besó!! Maldito infeliz. Iba a golpearlo, pero antes que pudiera reaccionar, él desapareció de mi vista. Solo vi el lugar donde se encontraba cuando un zarpazo, una garra mortal atravesó el cuello de mi amada esposa, matándola a ella y a mi hijo no nacido. Por más que intenté salvarlos, no pude, se suponía que debía ser más fuerte, pero no, ella estaba muerta y mi hijo todavía era frágil, era demasiado pequeño como para sobrevivir a un ataque de esa magnitud. Ambos murieron en mis brazos.
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