Un ruido. -Cap 1
Seis meses después…
Un ruido sordo la devolvió a la realidad. Parpadeó con fuerza y, al hacerlo, sintió como si su cabeza fuese a explotar, y con toda seguridad así lo haría.
Miró a su alrededor tratando de averiguar dónde estaba y qué habia sucedido. Era tarde, los rayos plateados de la luna brillaban nítidos y le molestaban en los ojos. Al frente vio la pared; su coche estaba empotrado contra la dura superficie, y ella, al volante. Entonces pensó en lo que había ocurrido… Recordó el volantazo que tuvo que pegar para esquivar aquel vehículo, que ella iba demasiado deprisa pues, trataba de escapar de ese coche que la perseguía, que terminó estampada contra un edificio… ese edificio.
Estaba a punto de salir y pedir ayuda, pero por suerte advirtió el sonido justo después de ver las chispas: un cable eléctrico.
Un cable de alta tensión se había roto debido al impacto y bailaba amenazante sobre su capó, sacando su lengua eléctrica para burlarse de ella.
¡Genial! Atrapada en su propio coche.
Golpeó enérgicamente el volante, desesperada, y el claxon chilló,
rompiendo la quietud de la noche. Sabía que no podía salir, pues de hacerlo corría el riesgo de morir electrocutada.
Pero estaba tan asustada… Quizá los que la habían perseguido seguían por allí, en algún lugar cercano, esperando para rematar el trabajo. Además, le dolía la cabeza y sangraba por una brecha que se había abierto encima de una ceja, pero en ese instante nada de eso era tan importante como abandonar el maldito vehículo.
¡El jodido airbag no se había activado! ¿Por qué? No tenía ni la más remota idea, pero era consciente de que las quejas no le servirían de nada.
Con todo, llevaba una semana horrible que acababa de empeorar y necesitaba desahogarse, así que gritó y lloró sin saber qué más podía hacer, aparte de permitir que el miedo, que no la dejaba pensar con claridad, escapase de su cuerpo a través de las lágrimas que humedecían su rostro y arrastraban con ellas restos de sangre.
Tras unos minutos tratando de discernir qué era lo mejor, recordó su móvil, pero entonces se percató de que todo el contenido de su bolso se había desparramado por el interior del coche y no fue capaz de dar con él. Sopesó sus posibilidades y decidió que, aunque no le hiciera ninguna gracia arriesgarse a salir del vehículo, no le quedaba otra opción para tratar de encontrar ayuda. Tomó aire para llenar sus pulmones de una seguridad que estaba muy lejos de sentir, cuando las sirenas interrumpieron sus pensamientos con su estridente alarido.
Antes de darse cuenta, las luces de un camión de bomberos y las de una…
¿ambulancia?… la tenían acorralada, sin escapatoria. Quienquiera que los hubiera avisado acababa de salvarle la vida, y tal vez también, si sus sospechas eran ciertas, la suya propia, porque, si detrás de su aparatoso
accidente estaba alguno de los hombres de su padre, tenía la seguridad de que
este no les perdonaría tal descuido.
—Señorita, ¿se encuentra bien? —preguntó una voz varonil y ronca desde
el otro lado del cristal.
—Sí, eso creo, aunque estoy sangrando —dijo colocando su mano a modo
de visera para ver con claridad tras la luz brillante de la linterna que la
cegaba.
—No se preocupe. Ha hecho lo correcto quedándose dentro del coche —
gritó.
—No quería freírme —soltó sin más.
La risa de su interlocutor resonó en sus oídos como un cosquilleo ardiente
y, pese a la preocupación, rio también. Apenas podía verlo, el traje y el casco
ocultaban casi todo de él; sin embargo, se movía con seguridad, era atlético
—aunque eso era de esperar en un bombero— y su voz tenía una cadencia
que se deslizaba como una lengua de fuego sobre la piel, erizándola.
Su profesión era la de apagar incendios, pero Tereza tuvo la sensación de
que él era capaz de provocarlos tan solo con su presencia.
—MacKinney —dijo de repente otra voz más aguda—
, no podemos
esperar a que llegue la compañía eléctrica. Mira esto…
Al percibir el tono de preocupación del otro bombero, su cuerpo tembló;
estaba segura de que corría verdadero peligro. De repente se sintió
desfallecer, confusa y rodeada de un murmullo que empezaba a colapsar sus
oídos y no la dejaba oír ni entender nada.
Se centró en las palabras del otro bombero y observó sin más cómo su
rescatador se agachaba para mirar los bajos del vehículo, y esa fue la
confirmación de que algo iba realmente mal.
Analizándolo desde una perspectiva racional, lo peor que podía pasar,
¿qué era? Que su coche perdiese combustible, algo lógico ya que la parte
delantera había quedado como un acordeón al golpear primero contra un poste
y, después, de rebote, contra la pared.
Respiró con fuerza y trató de relajarse, aunque, cuando se tiene la certeza
de que se puede morir, eso resulta algo complicado.
—Señorita, vamos a tratar de apartar el cable de alta tensión de encima
del vehículo, no podemos esperar más. Por favor, mantenga la calma.
—Tranquilo. Haga su trabajo.
MacKinney, ya nunca olvidaría su nombre, se alejó unos pasos hasta
posicionarse junto al camión de bomberos, del que cogió una cuerda.
Pidió ayuda a su compañero y, entre los dos, pasaron la cuerda bajo el
cable, que no dejaba de amenazarlos a todos con su baile furioso y
resbaladizo.
Lograron pasar la soga por debajo del mismo y, con sumo cuidado, lo
alzaron, trasladando el cable hacia una zona con dos pivotes de dura roca a los
cuales lo sujetaron, gracias a la larga cuerda; durante ese proceso, el cable no
dejó de quejarse y escupir chispas mortales.
Tereza respiró más tranquila cuando el bombero se acercó hasta su puerta
y la abrió de un tirón para ayudarla a salir de allí. El hombre la abrumó por su
envergadura… Dentro del coche parecía más grande, más fuerte y, aunque
seguía sin poder ver su rostro, podía notar el calor que desprendía y ese aroma
varonil mezclado con heroísmo que siempre pensó que tenían todos los
hombres que, de alguna forma, salvaban el mundo… todo lo contrario a su
padre.
El bombero le tendió una mano, ya desprovista de guante, y ella la aceptó
sin rechistar. La calidez de su piel la traspasó y, al topar con sus ojos color
avellana, quedó fulminada, como si el cable de alta tensión la hubiese rodeado
y le estuviese friendo las entrañas. Lo que no habían conseguido los esbirros
de su padre, el accidente y el cable eléctrico, iba a conseguirlo él con una
mirada: que su corazón se detuviese.
—¿Puede bajar sola o necesita ayuda? —se ofreció.
La verdad es que estuvo tentada a decir que era incapaz de salir sola, pues
deseaba saber qué se sentía al ser rescatada por los brazos de un fuerte y apuesto bombero, pero negó con la cabeza, se desabrochó el cinturón de
seguridad y abandonó el automóvil por su propio pie.
Él la ayudó a alejarse, pues cojeaba, hasta una zona fuera del alcance del
maldito cable, que no dejaba de protestar y escupir destellos plateados que
semejaban pequeños fuegos artificiales. MacKinney se quitó el casco y ella
pudo ver su pelo, oscuro como la noche y alborotado por haber estado
atrapado, sus mejillas afiladas, que mostraban una incipiente barba que
peleaba contra la piel para salir de nuevo, y su boca… tan perfecta que no
parecía real. El hombre le sonrió y aparecieron unos hoyuelos que acentuaron
aún más su atractivo, impidiendo que los ojos de la chica se pudiesen apartar
de él.
El cable, sin previo aviso, chisporroteó enérgicamente y Tereza se
acobardó e, instintivamente, se refugió en los brazos de su salvador,
descubriendo en ese momento lo dura que podía estar esa parte de la anatomía
masculina. En sus clases, había visto muchos torsos, los había tocado antes de
abrirlos, pero no era igual que eso, ¡ni de lejos! Ese hombre no tenía masa
muscular, tenía acero bajo la piel. Y no era que estuviese deleitándose en plan
sexual, ¡no!, solo estaba constatando lo que conocía sobre anatomía
humana… aunque cuando practicaba con los cadáveres nunca se quemaba.
—¿Está bien, señorita? —murmuró él con su tono ronco.
—Podría estar mejor, supongo…
—mintió ruborizada, ¡estaba en la
gloria!—
. Me he asustado —susurró al mirar hacia sus ojos y ver que seguían
muy cerca.
—¿Qué le ha pasado? ¿Ha perdido el control del vehículo?
—Eso parece.
Tereza tenía demasiados sentimientos diferentes en ese momento. Estaba
inquieta por lo que había sucedido y también furiosa, porque estaba
convencida de que quienes la habían perseguido eran esbirros de su padre…
También estaba asustada, pues pensar en él así le provocaba escalofríos, pues
no era quien había creído que era durante toda su vida; la había engañado con
respecto a la forma tan ruin como se ganaba la vida, y por ello lo odiaba.
—Debería ir al hospital con mis compañeros de la ambulancia —comentó
el bombero mientras observaba la brecha que tenía sobre la ceja con
detenimiento.
—Podría ir, pero no es necesario; estoy bien.
MacKinney le devolvió una sonrisa a cambio de ese comentario, a la vez
que sus ojos no dejaban de mirar, curiosos, a la chica. Las manos de esta se
paseaban por su frente y estudiaban una herida que, por suerte, no era demasiado grave. Mientras lo hacía, él no podía evitar agradecer mentalmente
la suerte que había tenido esa noche… pues como caída del cielo le había
llegado la solución a su problema. El caso es que llevaba un tiempo
acechando a esa joven, pues necesitaba conocer todo lo que pudiese de
Dragos para acabar con él como él había arrasado con lo único que tenía… y,
de repente, por casualidad, acababa de convertirse en su héroe.
Y podía ver en su mirada que había despertado su interés. ¿Qué mujer se
resistiría a su héroe? Y, para qué engañarse, la muchacha era preciosa…
Tenía una mirada penetrante, como si se hubiese llevado toda la luz de la que
Dragos carecía, y no podía evitar sentir esa atracción que sin duda no debería
experimentar, pues ella era una parte del hombre que más detestaba y
despreciaba.
—Van a tener que darle puntos. Le quedará una bonita cicatriz de la que
presumir.
—Sonrió para disimular lo que de verdad hervía en su interior.
Tereza no pudo evitar que su boca se curvara imitando el gesto… Si él
supiera la de cicatrices que tenía…
—Inspector —se dirigió a él uno de los sanitarios—
, ¿cree que podemos
revisar ya a la joven?
—Sí, perdonad. Parece que está bien, tal vez una leve conmoción y
algunos puntos que habrá que ponerle sobre la ceja, poco más.
—Estoy de acuerdo con el diagnóstico. ¿Qué hay, Manuel?
—¿Tereza? ¿Eres tú? ¡Dios! ¿Estás bien?
—Sí, de verdad, no es nada.
—¿Os conocéis?
—Estudia medicina, va a ser doctora, ¿verdad?
—Eso espero, todavía estoy en tercer curso.
—No le haga caso, es un genio. Va la primera de clase. Estoy con ella en
algunas asignaturas y se lo puedo asegurar.
Manuel era un joven técnico sanitario que trabajaba, igual que ella, para
pagarse los estudios. Habían empezado juntos el mismo año y se llevaban
bien; había sido una verdadera casualidad, una más, que su unidad atendiese
ese aviso.
—Así que doctora, ¿eh?
—Algún día.
—Se encogió de hombros y sonrió.
—Deja que te examine.
—Estoy bien, en serio, Manuel —repitió mientras el chico tocaba el
cuerpo de la chica en busca de más heridas. Una vez que le hubo comprobado el pulso y que el examen previo no indicó ningún síntoma neurológico, se
quedó más tranquilo.
—Tenemos que irnos. Encantado, doctora…
—Tereza, solo Tereza.
—Sonrió al estrechar su mano.
—Inspector del cuerpo de bomberos Benjamin MacKinney, de la brigada
de salvamento.
—Gracias por el rescate.
—Le dedicó una última sonrisa y se alejó.
Manuel la acompañó hasta la ambulancia e insistió en quedarse con ella
en el hospital para su tranquilidad, a pesar de que Tereza no lo creía
necesario.
—Doc, no se preocupe por el parte y los trámites con la Guardia Civil. Ya
me encargo yo, tengo contactos.
—No lo dudo —afirmó Manuel mientras, de forma eficiente, cerraba la
puerta de la ambulancia.
Se alejaron del sitio donde había tenido lugar el accidente, dejando allí a
su rescatador. ¿Dónde se habría metido el otro bombero? Ni siquiera le había
agradecido su buen hacer, pues había quedado cegada por la mirada del
inspector y no se había acordado de darle las gracias a su otro héroe. Tendría
que arreglar eso.
Una vez en el hospital, la reconocieron y confirmaron que estaba sana y
salva. Tal y como Benjamin había pronosticado, le pusieron algunos puntos,
aunque no los suficientes como para coser todas las cicatrices que tenía
dentro.
Dejó el hospital al amanecer, hambrienta y cansada, y se detuvo a
comprar algo para comer en un local que abría todos los días del año, las
veinticuatro horas del día; allí compró lo que se le antojó.
Luego su primer impulso fue ir a coger su coche, pero, claro, eso resultaba
imposible, porque este sin duda seguía empotrado contra la pared, así que
llamó un taxi y, sin saber muy bien por qué, le pidió al conductor que la
llevase al lugar de trabajo de su particular y guapo héroe.