Cuando el coche estacionó frente a la entrada de la casa, no le sorprendió ya ver a Wesley y a su madre esperándolos y por ello, apenas frenaron, él se bajó, seguido de su madre segundos después, mientras el chofer se quedó dentro, esperando, como su padre le había ordenado.
–Buenos días –saludó cordial su madre y se acercó a Teresa, la madre de Wesley, extendiendo su mano en forma de saludo.
Teresa aceptó su mano algo reacia y en cuanto a Wesley y él, se miraron con cara de pocos amigos, sabiendo claramente qué era lo que estaban haciendo allí.
–Un placer volver a verte Dalia –comentó Teresa con una sonrisa falsa y se giró hacia su hijo –Como veo, has venido con tu hijo.
–Claramente –le contestó su madre con cierto tinte de arrogancia –Como habíamos quedado, hemos venido ambos a ver la casa donde vivirá mi hijo con el suyo –le sonrió falsa.
Vladimir por su parte rodó los ojos al sentir la aspereza entre ambas mujeres, algo que era más que claro luego de la gran discusión que habían tenido por cual unión se llevaría a cabo primero.
Fue entonces que pasó de ellas y se encaminó hacia la casa, intentando abrir la puerta principal, algo que no logró hacer.
–Imposible que puedas abrirla si no tienes una llave –le comentó Wesley a sus espaldas y escuchó el tintineo de las llaves a sus espaldas, girándose y tomándolas sin siquiera dirigirle la mirada o siquiera la palabra.
Abrió la puerta e ingresó ignorándolo y viendo claramente cómo las cajas y muebles que él había entregado al camión de mudanza el día anterior, ya se encontraban allí.
La casa era una casa clásica, de dos pisos, con una escalera del costado izquierdo, que conducía a la planta alta, que contaba con tres habitaciones y dos baños, uno en suite con una de las habitaciones, mientras que en la planta de abajo se encontraba la sala de estar, un estudio, el comedor, la cocina, amplia, dos baños y un lavadero con dos lavarropas y un tendedero.
–¿Prefieres la habitación que se supone debemos compartir o la de invitados? –le preguntó con una sonrisa falsa mientras afianzaba el bolso que había llevado con él y sin siquiera esperar una respuesta se dirigió al piso de arriba, donde se instaló en una de las habitaciones libres, sabiendo claramente que aquella no había sido la elegida por los padres de Wesley para que compartieran, pues aquella era la que más apestaba a lobos y no estaba dispuesto a siquiera acercarse.
–¿Qué crees que haces? –le preguntó su madre ingresando, seguida de la madre de Wes.
Vlad rodó los ojos y se tiró en la cama matrimonial.
–¿Instalándome?
–Sabes que debes… –tragó grueso –Compartir habitación con… él –terminó y señaló a Wesley que se encontraba ingresando a la habitación de enfrente, que era la se suponían debían de compartir.
Vlad suspiró con pesar y rodó los ojos. –¿En serio harás un espectáculo ahora? –preguntó y se sentó en la cama con una sonrisa torcida adornando sus labios –Ya has montado varios números hasta el momento –terminó y miró a la madre de Wes antes de volverla a su madre, quien también tenía en sus labios dibujada una sonrisa petulante.
Levantó una de sus cejas antes de hablar y se cruzó de brazos, mirándolo de la misma forma en que él lo hacía.
–Sabes que no soy tu padre –comenzó entonces –Pero puedo ser aún peor si te pones en este papel pedante e idiota –la sonrisa en sus labios se agrandó –Imagina el disgusto de tu padre cuando le diga que ni siquiera comparten habitación –cambió entonces sus facciones a una afligida –¿Quieres angustiar más a tu padre de lo que ya está? –cuestionó teatralmente, lo que provocó que Vlad rodara los ojos y de mala gana tomara su bolso y se metiera en la habitación donde Wesley ya se encontraba, junto con Teresa, más que consciente de que habían escuchado a su madre.
–¿Contenta? –gruñó por la bajo y le dedicó una sonrisa falsa a su madre, quien llevaba en sus labios una sonrisa levemente satisfactoria, pues bien, él sabía que ella también se había negado a aquella unión que había llevado años en ser concretada, más específicamente, por Wesley, quien, a diferencia de ellos, los vampiros, crecía como un humano normal y corriente, al igual que envejecía como estos.
Vlad siempre había estado más que enterado que aquella unión se llevaría a cabo tarde o temprano. Siempre hubiese preferido más tarde que temprano, pero allí estaban ya, con un hombre lobo que cumpliría la mayoría de edad en pocos días y con una responsabilidad que caería en sus hombros, al igual que en los de Vlad. Ambos tomarían el mando de sus respectivos clan y manada. Ambos deberían de enfrentar la negación de algunos de aceptar a los vampiros, como a los de su especie, a aceptar a los hombres lobo.
Él incluso sentía la negatividad que el mismo Wesley desprendía por cada poro de su piel. Incluso él, en cierto punto, se negaba a aceptar a Wesley como su unión, como su primera unión, más aún si con aquello borraba el crimen que había llevado a cabo décadas atrás.
Sabía que ya nadie en el clan lo recordaba, o no habían sido lo suficientemente grandes como para saberlo. Sabía que su propio padre se había encargado de limpiar su nombre, más que todo, por Vasile mismo y su cargo en El Gran Consejo de Vampiros que existía. Sabía que lo había hecho más por él mismo que por su propio hijo, pero con aquello también le había evitado un exilio que claramente podría haberse ganado, como también la imposibilidad de llevar a cabo un clan y mucho menos, heredar el de su padre.
Sabía que en algún momento las cadenas de sus crímenes y su propia vida terminarían apretando más de la cuenta en su cuello y aquella era la situación.
Él era un mero peón en todo aquello que querían llevar a cabo. Pero como peón, al igual que todos los demás, tenía un papel que llevar a cabo. Que interpretar. Y debía de hacerlo, quisiera o no.
Su unión con Wesley podría evitar que La Enfermedad de Sangre Negra se siguiera propagando entre los suyos y si aquel era el precio que debía de pagar para evitar que los vampiros siguieran muriendo, lo aceptaba… Aunque no lo quisiera y tuviera que vivir en la misma casa junto con un hombre lobo y pretender ser feliz con este.