Estábamos comiendo en el comedor cuando el timbre de la puerta principal sonó, nos miramos el uno al otro, extrañados por lo que acababa de suceder. Él se levantó primero y preguntó quién era. No hubo respuesta. Me acerqué donde él y repetí la pregunta, no había respuesta, nos miramos nuevamente y nos cuestionamos si habíamos oído bien, éramos los únicos que vivíamos en el barrio y la estación de policía más cercana estaba a dos horas de aquí. Los últimos asesinatos habían obligado a todos despejar sus casas, abandonar sus negocios y centros comerciales. Regresamos al comedor y esperamos.
Sonó nuevamente el timbre y corrimos hasta la puerta, la abrimos al mismo tiempo y vimos un paquete cerrado en la entrada. La llevó adentro y la colocó sobre la mesa del comedor. La caja temblaba sin ninguna razón. La abrió y sacó un corazón bañado de oro que aún latía que tenía un mensaje pegado con cinta.
—Gracias por no haberse ido, reciban este corazón como muestra de cariño.
—Viviremos un largo tiempo aquí, querida —me sonrió.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Es muestra de que no nos harán daño, además tendremos todo para nosotros.
—Creo que tienes razón.