Fueron dos años realmente difíciles para mí. Aunque recibía mensualmente una pensión por mis hermanos y había quedado dinero disponible para nosotros por parte de mis padres, sabía que eso no nos iba a mantener por siempre, así que intentaba no tocar el dinero de reserva. Conseguí un trabajo de jornada completa como mesera en un restaurante gracias a los contactos de mi tía Alessia, el que, si bien me dejaba buen sueldo y buenas propinas, me tenía desgastada. Aunque no era sólo eso. El trabajo doméstico y la crianza de mis hermanos me dejaba poco espacio para descansar. Entre cocinar, limpiar, llevar a Alonso y Bianca a la escuela y después ayudarlos con sus tareas, terminaba durmiéndome apenas ponía la cabeza sobre la almohada. Felizmente Delilah recogía a mis hermanos junto a su hijo Robbie y se quedaban con él gran parte de la tarde hasta que yo pasaba por ellos, de otra forma se me habría hecho imposible sobrevivir.
Si me hubieran ofrecido un superpoder, probablemente habría escogido poder multiplicarme. O crear dinero con la mente. Sí, creo que ese sería muchísimo mejor.
—¡Clarisse! —gritaron de pronto, llamando mi atención de inmediato.
—¿Qué pasa, Walter? —respondí presentándome en menos de cinco segundos frente a mi jefe.
Él se removió nervioso y me tomó de los hombros. Le miré confundida.
—No quiero ponerte nerviosa, Clarisse, pero necesito de tu ayuda.
—Si puedo ser útil, adelante.
Suspiró y soltó mis hombros.
—Bien. Tú sabes que aquí suelen venir personas con mucho dinero, ¿no?
—Sí. Y son las que peor propina dejan —bromeé.
Walter rió.
—Cierto. Pero esta vez es distinto. —Miró rápido sobre su espalda—. Uno de mis mejores clientes vendrá aquí esta noche. La última vez que lo vi fue hace tres años y con todo lo que gastó con sus invitados en una sola tarde igualé la ganancia de todo el día anterior. ¿Te das cuenta de lo importante que es?
Alcé las cejas.
—Creo que sí.
—Bien. Mira, Clary, yo sé que eres una excelente anfitriona, de eso no tengo dudas, pero créeme que, si esta noche llevas bien su mesa, te subiré el sueldo.
Le miré con sospecha.
—¿Hay algún problema con ellos que no me estás diciendo? Quiero decir, ¿por qué podría salir mal?
—En realidad no hay ninguna razón en particular, pero…
—¿Pero?
—Necesito que les atiendas en italiano. Aunque sea sólo al saludarles, quiero que se sientan lo más bienvenidos posible.
Solté una risa y le miré incrédula.
—¿Eso es todo, Walter?
—Sí, eso es todo. Ahora, la última vez que vinieron, algunos de sus invitados no fueron particularmente amables, Clary, así que debo advertirte que puedes pasar un mal rato.
—No es como si en estos años no hayamos tenido malos clientes.
Alzó un dedo y abrió la boca para decir algo, pero guardó silencio un segundo.
—Tienes razón. —Rió—. Está bien. Su nombre es Giovenni Tagliani, es un hombre de negocios. Siempre va bien vestido, es adulador con las chicas y le gustan las cosas rápido. Él y toda su mesa serán prioridad esta noche, ¿está bien? No atenderás a nadie más que ellos y tendrás que ponerles toda la atención posible.
Asentí rápido.
—Entendido.
Respiró profundo mientras asentía.
—Bien, bien. —Tomó mis hombros y me sonrió—. Sé que lo harás bien.
—No te arrepentirás —respondí devolviéndole la sonrisa, intentando esconder mi ansiedad.
Yo de verdad quería ese aumento.
—Perfecto. —Miró a la puerta y comenzó a hiperventilar mientras Beth los registraba en la entrada—. ¡Ahí vienen! Arréglate un poco el cabello y sonríeles cuando lleguen.
—Hecho.
Walter casi me empujó hacia el pasillo, dándome una fracción de segundo para recomponerme de la impresión antes de acercarme con mi mejor sonrisa para recibir a los comensales y dirigirles a su mesa.
—Buona notte, signori (buenas noches, señores) —saludé cordial, inclinando cortésmente mi cabeza hacia los numerosos y elegantes presentes, recibiendo un gesto similar de vuelta junto a varias sonrisas resplandecientes. Me sentí como un patito feo—. Mi chiamo Clarisse e oggi saró il vostro anfitrione. Per favore, seguimi qui (me llamo Clarisse y hoy seré su anfitriona. Por favor, síganme por aquí).
Encaminé al enorme grupo de hombres hacia la alargada mesa bajo la mirada curiosa de los otros clientes, trayendo otros de mis compañeros la pila de menús necesarias para cada uno de los presentes. Y mientras terminaban de tomaban asiento, me preguntaba quién de todos los hombres frente a mí sería Giovenni. Si era quien se acababa de sentar a la cabeza, sólo podía decir guau. Se notaba que era un hombre maduro, probablemente sobre los cuarenta y cinco, pero lo suficientemente atractivo como para parecer un actor de cine. Y las miradas de las mujeres sentadas cerca de la mesa lo confirmaban. Tenía ese no sé qué que lo hacía agradable a la vista. Ojos oscuros, barba arreglada, cabello castaño. No estaba segura de su altura, pero comparando mi metro sesenta con él, diría que me superaba en unos veinte centímetros. No se podía ver tan claramente bajo su abrigo elegante, pero era obvio que se mantenía bastante bien para su edad. Mejor, incluso, que varios chicos que conocía.
Me pareció extraño el asiento vacío a su derecha y no pude evitar preguntarme quién sería lo suficientemente importante para que no hayan querido ocupar su lugar.
—¿Desean un poco de tiempo para tomar su decisión o realizarán de inmediato su pedido? —pregunté cordialmente, llamando la atención de los invitados.
Vaya, creo que nunca antes me habían mirado tantos hombres al mismo tiempo.
—Nos tomaremos nuestro tiempo —dijo el hombre a la cabeza, dejando la carta a un lado para apoyar los codos sobre la mesa, cubriendo su mano izquierda con la otra en el aire—. Mientras mis amigos eligen, si no es problema, me gustaría hacerle algunas preguntas, señorita…
—Clarisse.
—¿Clarisse…?
Claro, qué tonta.
—Aldrigde —me apuré a completar—. Clarisse Aldrige, señor Tagliani.
Su rostro se llenó de decepción.
—Pensaba encontrarme con un apellido italiano, especialmente por lo bien que habla el idioma.
—Muchas gracias, señor Tagliani…
—Giovenni, por favor —atajó—. Dígame Giovenni.
Asentí.
—Muchas gracias, Giovenni. —Él sonrió ampliamente—. Sin embargo, puede encontrar un poco de Italia en mi segundo apellido: Lettieri. Mi madre era italiana.
Frunció el ceño.
—Me parece que italiano no se deja de ser nunca —replicó.
Me contuve para no rodar los ojos. No tanto por el contenido de su respuesta, sino por lo innecesaria que había sido. Creo que yo no le haría una acotación tan particular a alguien que no conozco.
Preferí sonreír condescendiente.
—Me parece que se puede dejar de serlo cuando se muere, si me permite decir, Giovenni —corregí de vuelta.
Él se aclaró la garganta, removiéndose en su asiento.
—Mis disculpas, señorita —dijo con mirada sincera—. Fue impertinente de mi parte.
—No tiene por qué disculparse, señor Tagliani —respondí rápidamente—. No tiene cómo adivinar la vida de una desconocida.
Él me miró curioso.
—¿Hace cuánto trabaja acá, Clarisse? —La mirada de varios comensales comenzaban a posarse en mí al escucharnos conversar—. No recuerdo haberla visto la última vez que vine.
No podía negar que era un poco incómodo.
—Hace unos dos años.
—¡Eso es, entonces! —Hizo sonar la lengua—. Una lástima no haber vuelto en todo este tiempo.
Sonreí amable.
—Siempre puede pasar más seguido al restaurante. Aquí les recibiremos encantados.
Pareció agradarle mi respuesta.
—Muchas gracias por la invitación. —Sus invitados comenzaban a mirarse entre sí y yo no sabía cómo interrumpirle para preguntar por lo que iban a comer—. ¿Alguna vez ha viajado a Italia?
—Hace muchos años —me limité a decir, cada vez más incómoda.
El señor Tagliani sonrió y se acomodó el en asiento, listo para hablar, pero una tercera voz intervino en nuestro diálogo disculpándose por el retraso. Todas las miradas, incluyendo la mía, se dirigieron al recién llegado.
Quedé helada ante tanta belleza. Y tuve que intentar recomponerme al darme cuenta de que me estaba mirando de arriba hacia abajo.
Tragué saliva y esbocé mi mejor sonrisa.
—Buona notte, signore.
—Buenas noches —respondió cortante, yendo a su asiento y recibiendo el menú sin una palabra más.
Quise expresar mi indignación, pero fingí que nada había pasado.
—¿Están listos para ordenar? —pregunté mirando al resto de los comensales.
Los ojos del recién llegado me miraron y él alzó una ceja.
—Acabo de llegar —dijo molesto—. ¿Esperas que haya visto todo el menú en tan poco tiempo?
Parpadeé varias veces, confundida con su actitud. Giovenni le miró mal y él simplemente lo ignoró.
—Me disculpo en su nombre, señorita Clarisse. Vuelva en algunos minutos y todos pediremos.
Asentí y le sonreí, obligando a mi cara a creerse mi buen ánimo.
—No se preocupe. Tómense el tiempo necesario, estaré pendiente a su llamado.
Todos los presentes asintieron con solemnidad y yo me retiré a grandes zancadas, intentando zafarme del escrutinio severo de aquel desconocido que probablemente jamás había escuchado de buenos modales.
—¿Y bien? ¿Cómo estuvo? —susurró Walter, apurándose a mi encuentro una vez me encontré lo suficientemente lejos de la mesa para poder conversar tranquila con él.
Hice una mueca.
—Bueno… todo iba bien. —Me miró aterrado—. Hasta que llegó un último invitado. Creo que a él por alguna razón no le agradé.
Walter resopló.
—Debe ser el joven Zaid —dijo pasándose una mano con la frente, como irritado—. ¡Es un demonio ese chico! Vaya que no le han enseñado modales. Uno pensaría que con la edad podría mejorar, pero ya veo que no.
Rodé los ojos.
—Lo noté —contesté exasperada.
Walter puso su mano en mi hombro y me miró con las cejas en alto.
—De todas formas, ten cuidado con él —advirtió más serio—. Es un tipo impredecible, yo diría que hasta peligroso. Es cosa de ver cómo mira a la gente. Hay algo en él que no me gusta.
Ladeé la cabeza, confundida.
—¿Y por qué habría de tener cuidado con él? —inquirí.
—Bueno, Clary, Zaid puede no caracterizarse por sus buenos modales, pero sí por su interés en las mujeres.
—No creo que eso sea un problema. Estuvo cerca de ladrarme.
Se rió entre dientes y meneó la cabeza.
—Quizás sea un idiota, pero no creo que eso le haga obviar lo bonita que eres.
Fruncí el ceño.
—Él puede pensar lo que quiera, no me interesa.
—¿No te gustó? —Chocó su hombro con el mío, sonriendo.
—No. Quiero decir, es atractivo, no soy ciega. Pero me trató horrible, ¿cómo podría interesarme alguien así? Además… Bueno, no estoy realmente en una relación, pero tú sabes que estoy esperando a alguien.
Walter me miró con ternura.
—Ay, Clarisse, eres demasiado buena.
Rodé los ojos y reí.
—Sí, como digas. Iré a pedirles la orden.
Me encaminé a la mesa nuevamente, intentando mostrarme con la mayor seguridad posible.
No iba a dejar que nadie intentara intimidarme, especialmente cuando no me lo merecía.
Me solté el cabelló y tomé un vaso de agua tan rápido como pude. Necesitaba refrescarme. Estaba agotada y los músculos de la cara me pedían un descanso después de tantas horas forzándome a sonreír. Miré la hora con un segundo vaso de agua en la mano y el reloj marcaba las diez treinta y siete de la noche. Tagliani y sus amigos acababan de irse, incluso habíamos tenido que dejar el local abierto durante más tiempo por su culpa. Nunca había tenido que quedarme hasta tan tarde, mi turno era de nueve a seis. Pero era un buen sacrificio si eso significaba que, además de las horas extras, tendría un aumento a fin de mes.
Me apoyé sobre el lavaplatos y exhalé con fuerza, agradeciendo que Delilah no hubiese tenido problema en quedarse más tiempo con mis hermanos. Buscaría alguna forma de agradecérselo luego.
—Lo hiciste excelente —dijo Walter con una enorme sonrisa, entrando a la cocina vacía y poniéndose frente a mí—. Giovenni sólo dijo maravillas de ti. De hecho, me dijo que se quedaría una semana y que vendría tan seguido como pudiera. Quiere que tú los atiendas.
Me alarmé de inmediato.
—Walter, si hay que repetir esto por una semana completa, no podré hacerlo —contesté preocupada—. Tengo que cuidar de mis hermanos, tú lo sabes.
Él se desordenó el cabello y me miró complicado.
—No puedo pedirles que se vayan —murmuró frunciendo el ceño—. Tal vez tú puedes hablar con Giovenni.
Abrí los ojos como plato.
—¿Qué? ¿Yo hablar con él? ¿No crees que sería un poco… fuera de lugar?
—Bueno, es un hombre de familia, supongo que puede entender que tú no puedes quedarte hasta tan tarde todos los días si tienes gente a tu cargo.
—No lo sé, Walter. Me incomoda un poco la idea de tener que hablar con él y contarle de mi vida personal.
Asintió pensativo.
—Sí, tienes razón. Yo hablaré con él, ¿está bien? No quiero causarte problemas, mucho menos después de hoy. Estuviste de verdad increíble, Clarisse.
Sonreí.
—Gracias, Walter. Hice lo que pude.
—¡Hiciste mucho más que eso! Giovenni dijo que jamás se había sentido tan bien recibido. Así que saluda a tu aumento.
Solté una risa y meneé la cabeza.
—Yo creo que sólo lo dice porque tengo ascendencia italiana y está enamorado de su país.
Walter puso los ojos en blanco y apoyó su mano en mi hombro.
—Clarisse, eres una excelente trabajadora —alabó mirándome directo a los ojos—. Es una lástima que hayas empezado tan pronto, pero tienes todas las de ganar. Lo estás haciendo mejor que muchas personas que conozco. Estás saliendo adelante y estoy seguro de que tus hermanos lo saben.
Se me hinchó el corazón y hasta se me hizo un nudo en la garganta.
—Gracias, Wally —susurré emocionada—. Creo que nadie me había dicho eso antes.
Él me abrazó apretado.
—¡Sin lágrimas, Clary! —exclamó con una sonrisa paternal—. Es la pura verdad. Deberías sentirte orgullosa de ti misma. Yo me siento orgulloso de ti. Eres como una segunda hija para mí.
Lo miré con agradecimiento y cariño, asintiendo con la cabeza.
—Gracias, de verdad —volví a decir, haciendo que él tomara mis manos y me mirara con ternura.
—Tú sólo sigue luchando —aconsejó—. Estás ganándole al destino. Eso pocos lo hacen.
Miró rápidamente el reloj.
—Bien, debo irme —anunció—. ¿Nos vamos juntos o te quedarás más?
—Johnny vendrá a buscarme en un rato más, así que lo esperaré aquí —respondí—. Que te vaya bien, mándale saludos a Rosalie.
—¡En tu nombre! —confirmó alegre, saliendo de la cocina—. ¡Nos vemos mañana! ¡Cierra bien la entrada!
—¡Lo haré! —respondí de igual forma, yendo a los casilleros para sacar mi bolso. Miré la hora y fui a cerrar la entrada con llave para esperar más tranquila que pasaran por mí. Me aseguré de que la puerta no se abriera girando la manilla un par de veces y me di vuelta, pegando un respingo al darme cuenta de que no estaba sola.
—Debiste cerrar la entrada antes —dijeron desde las sombras.
Me congelé.
—¿Q-qué hace aquí? —pregunté con el corazón latiendo a mil por hora. Podía sentirlo en mi garganta.
Walter me había dicho que tuviera cuidado con él, pero nunca dijo que podía hacer algo así. Aunque la duda era otra: ¿Qué era realmente lo que estaba haciendo aquí?
Tragué saliva.
—Así que por ti nos quedaremos más tiempo —dijo con una mirada peligrosa, obviando mi pregunta y dedicándose mirarme, tal como lo había hecho horas atrás, de arriba a abajo—. Pareces una buena razón.
Retrocedí un paso cuando él comenzó a caminar hacia mí, intentando maquinar una escapada.
Pero yo había cerrado la única vía cercana.
—¿Estás nerviosa, Clarisse? —preguntó ladeando una sonrisa felina.
Me sentía como un ciervo viendo a un cazador apuntando directamente a mi cráneo.
—Señor, usted no puede estar aquí. —No sé cómo logré sonar tranquila.
Él soltó una risa entre dientes, irguiéndose frente a mí y sofocándome con su energía imponente. Tuve que levantar la mirada para enfrentarlo, aunque en realidad no me sintiera de ninguna manera segura y sólo rogaba que mis piernas no flaquearan.
—No quiero hacerte daño, Clarisse —ronroneó dejando sus palmas a cada lado de mi cabeza, acercando su rostro al mío. Sentí que la cabeza me comenzaba a dar vueltas y me reprimí a mí misma cuando mi corazón dio un vuelco al escuchar mi nombre en su boca.
No sabía por qué estaba exactamente nerviosa, si es que él me atraía, me enervaba o me aterraba. O todas las anteriores.
—Vienen en camino a buscarme —insistí mientras él hurgueteaba mi cuello con su nariz.
—¿Lo dices para que vaya al grano? ¿O porque crees que eso me detendrá?
—Señor, por favor…
—Zaid.
—¿Qué? —jadeé.
—Zaid. Ese es mi nombre.
Respiré profundo.
—Zaid. Por favor… No sé qué pretendes, pero me estás asustando.
Alzó la mirada. Era como ver lava ardiendo. Hipnotizante, pero aterradora.
—Dije que no era mi intención hacerte daño.
Apreté los labios y me forcé a hablar con tranquilidad, aunque mis manos estuviesen temblando.
—¿Entonces por qué no me dejas ir? Vendrán a buscarme pronto.
—Eso ya me lo dijiste. ¿Quién viene por ti? —Tomó un mechón de mi cabello—. ¿Tu novio?
—Sí —mentí.
—¿Sí? —repitió mirándome fijo. Sonrió—. No pareces muy convencida.
Cerré los ojos y suspiré.
—Por favor —supliqué.
Arqueó una ceja.
—¿Qué es lo que me estás pidiendo exactamente?
—Déjame ir.
—Pero todavía no vienen por ti, Clarisse. ¿Cómo podría dejarte ir sola a estas horas de la noche? Hay muchos peligros allá afuera.
Tragué saliva.
—¿Qué quieres de mí?
Su mirada se oscureció.
—Muchas cosas. Una de ellas, es que me acompañes a mi hotel y seas tan buena anfitriona como lo fuiste con mi padre.
—¿Tu padre? —Caí en cuenta y solté un grito ahogado. Mi voz fue apenas un susurro—. Eres hijo de Giovenni.
Sonrió.
—Parece que te impresionó más mi familia que mi oferta. ¿Eso significa que estarías dispuesta?
—¡No! —me apuré a decir, poniendo ambas manos contra él, intentando alejarlo—. Por favor, señor Tagliani, no…
Tomó mis muñecas sin ejercer demasiada presión y me miró con ojos inescudriñables.
—No es necesaria la formalidad ahora, Clarisse.
Me comencé a desesperar.
—Por favor, te lo ruego, Zaid, déjame ir. No le diré a nadie de esto, pero te lo ruego… Quiero volver a casa, tengo que cuidar de mis hermanos. Por favor, no puede pasarme nada o ellos…
—¿Por qué crees que podría pasarte algo? —Frunció el ceño, echándose hacia atrás—. ¿Qué crees que te voy a hacer?
Se me escapó un sollozo y él soltó mis muñecas como si le hubiesen dado una descarga eléctrica.
—No lo sé, yo… Tú viniste en medio de la noche, esperaste que estuviera sola y… Por favor, no me hagas nada. Yo sólo estaba haciendo mi trabajo.
Tragó saliva y me miró en silencio. No sabía qué más hacer o decir. ¿Qué estaba pasando aquí?
—¿Sabes, Clarisse? —dijo de pronto, caminando cuidadoso hacia mí, volviendo a poner mis pelos de punta—. Yo sólo había venido a hacerte compañía y a pasar un buen rato. Recuerdo cómo me miraste cuando llegué al restaurante. No sé por qué ahora actúas así.
—Tengo novio —fue lo primero que se me ocurrió decir.
Se acercó más.
—¿Y?
—¿Eso no significa nada para ti?
—No. ¿Significa algo para ti?
—Por supuesto que sí.
—Y si significa tanto para ti, ¿por qué no me has alejado todavía?
Recién me di cuenta de lo cerca que estábamos cuando terminó de hablar. Intenté alejarme de inmediato, pero él me afirmó.
—Él no tiene que saberlo —ofreció.
Le pegué un empujón.
—¡Jamás estaría con alguien como tú!
Me miró confundido justo antes de cambiar por completo su postura. Él volvía a ser el cazador.
—¿Qué se supone que…?
—¿Clarisse? —escuché de pronto, desde afuera.
Volví a respirar.
—¡Johnny! —respondí rápido, sin darle tiempo a Zaid de hacer nada más—. ¡Estoy adentro!
Zaid bufó.
—¡Genial, te espero en el auto! —respondió—. ¡Estaré por la calle principal!
—¡Iré en un minuto!
Me moví lento, esperando la reacción de Zaid, pero no hubo ninguna. Saqué el seguro de la puerta y mi corazón volvió a su lugar. Caminé bajo la mirada atenta de Zaid a apagar las luces, pero, antes de hacerlo, le hablé.
—Tienes que salir de aquí.
—No me digas —gruñó.
No me moví hasta que él abrió la puerta. Bajé el interruptor y me acerqué a la salida. Él seguía ahí, apoyado contra la cortina.
Ignoré su presencia mientras cerraba la puerta de entrada y cerraba el candado de la cortina. Zaid se paró detrás de mí y acercó su boca a mi oído. Aguanté la respiración.
—Esto no va a quedar así.
Cuando pude voltearme, él ya iba caminando por la acera. No miró hacia atrás.
Pegué mi frente contra el metal y respiré profundo.
¿Qué había pasado aquí?