Capítulo 2

1847 Palabras
—¿Estarás bien? —preguntó cuando ambos ya nos habíamos bajado del auto, apoyándose contra la puerta y acercándome hacia a él con las cejas en alto. Cerré mis brazos alrededor de él y le miré desde abajo. —Sí —respondí con una media sonrisa mientras él acariciaba mi mejilla—. Volveré lo más rápido posible. Él asintió con la cabeza y me besó fugazmente. —Tómate tu tiempo, Riss —murmuró con una sonrisa alucinante—. Estaré esperando. Llámame en caso de cualquier cosa. Apoyé mi cabeza contra su pecho y apreté más mi abrazo. —Gracias, Joel —le dije inspirando con fuerza antes de darme ánimo para separarme de él. Dejamos nuestras manos entrelazadas hasta que la distancia ya no nos permitía mantener el contacto y me volteé a mirarlo una última vez antes de entrar al cementerio, recibiendo otra sonrisa de vuelta. Caminé lentamente por el camino de tierra que separaba dos amplios espacios verdes donde se encontraban repartidas las lápidas. Cuando llegué a la altura indicada, giré a la izquierda y me distraje leyendo distraídamente nombres al azar, algunas fechas dispersas, preguntándome varias veces qué le habría pasado a toda la gente descansando bajo mis pies, cuáles serían sus historias, y por qué algunos vivían tan injustamente poco. Aunque en realidad no importaba, porque de todas formas nunca lo iba a saber. Sonreí de lado y dejé un mechón de cabello detrás de mi oreja, sentándome frente a las dos frías lápidas que dictaban los nombres de mis padres: Cristal Lettieri y Alfred Aldridge, ambos con la misma fecha de defunción, más un texto escueto que no alcanzaba a describir en lo absoluto cómo me sentía con todo esto Ambas estaban adornadas con fotografías varias y con coloridas flores que, a pesar de todo, me parecían demasiado aburridas frente a la alegría inigualable que los caracterizó mientras vivían. Y esto era todo lo que tendría de ellos desde ahora: dos simples lápidas de concreto con sus nombres. Dos piezas de concreto que jamás se compararían a los cálidos abrazos que ellos me otorgaban, a sus sonrisas cariñosas y a sus consejos sabios. Suponía que tendría que vivir con ese sentimiento de pérdida por siempre. Podía intentar hacerme la idea de que sólo se habían ido a un largo viaje, pero creo que lo que más dolía era que sabía, y no me podía engañar al respecto, que nunca más los volvería a ver. ¿A esto veníamos al mundo? ¿A amar y ser amados, a sufrir, a llorar, a reír, a soñar y… después, qué? ¿Todo eso sólo para terminar bajo tierra? No podía ser todo tan vano, ¿verdad? Me restregué los ojos, intentando hacer desaparecer las lágrimas que se acumulaban rebeldes y se atascaban en mis pestañas. —Hola —murmuré jugando con mis manos. Solté una risa débil y temblorosa, pasándome la manga de mi suéter por el rostro—. No sé qué se supone que debería decirles en un momento como este. —Suspiré—. Ha pasado muy poco tiempo y yo… ya los extraño. Ha sido difícil, ¿saben? Pero, bueno, por lo menos he tenido a Joel conmigo. —Me callé un par de segundos, mirando hacia la nada, hacia la gente que merodeaba a mi alrededor, probablemente haciendo varios lo mismo que yo—. No sé qué hacer, me siento… desorientada. Estoy preocupada, de verdad que sí. Creo que no soy lo suficientemente fuerte para… criarlos sola. Sé que Bianca y Alonso aún no terminan de entender lo que sucedió y que, en un futuro, cualquier error, me lo recriminarán a mí. No quiero echarlo todo a perder. Y están también los trámites, los interminables trámites que no termino de entender. He tenido apoyo, me han explicado un poco de todo, pero es demasiada información para mi cerebro. Me siento agotada. Nunca pensé que tendría que hacerme cargo de mí misma tan pronto, mucho menos que tendría que hacerme cargo de Alonso y Bianca. Ya no sólo soy yo, y estoy aterrada. ¿Cómo pudieron hacerlo ustedes? Parecía que les era tan fácil… Apreté los labios, bajé la mirada y jugué con mi anillo, girándolo en mi dedo una y otra vez. —La primera noche sin ustedes —comencé a decir—, ellos me preguntaron a qué hora volverían, porque querían que les leyera un cuento. Y yo… les dije que no podrían volver, porque, a veces, Dios necesita ángeles para cuidar el mundo y que los llamó a ustedes. Ellos me miraron con sus ojitos tristes y me preguntaron por qué. —Alcé la mirada, respiré profundo y meneé la cabeza—. Sólo les… les dije que… eran demasiado buenos y que ustedes siempre estarían con nosotros, cuidándonos desde alguna parte. Porque es así, ¿verdad? —Tragué saliva y respiré pesado—. No puedo conformarme con pensar que los perdí y que ya no hay marcha atrás, que no los volveré a ver jamás. No… no… Una mano se posó en mi hombro y levanté la mirada cristalizada hacia mi nueva compañía. —Riss —susurró él, estrechándome contra su cuerpo, dejándome llorar tranquila. —No sé qué voy a hacer —sollocé escondiéndome en su pecho, arrugando su camiseta, humedeciéndola—. Mi vida se fue a la mierda. No podré estudiar, no podré… cumplir mis sueños. Demonios, Joel, ¿y si lo hago todo mal? Puedo vivir tranquila con joderme la vida, ¡pero no con echarle a perder la vida a mis hermanos! No podría vivir con ello. —Tranquila, Clarisse —insistió suavemente, acariciando mi cabello—. Sé que lo podrás solucionar. Eres una increíble hermana y una increíble mujer. Nada podrá vencerte. Sé que tú y tus hermanos saldrán adelante. —Pero no es justo —sollocé apretándolo más—. Y duele tanto… Es casi insoportable, Joel. Nuestra vida se estanca, pero la de los demás sigue. Con tristeza, pero sigue. Nosotros tendremos que reconstruirnos, levantar nuestros pedacitos desde el suelo. Yo tendré que reconstruirme cuando apenas puedo moverme para poder hacerme cargo de todo. Levantó mi rostro con sus manos encajadas en mis mejillas y me sonrió de lado. —Te quiero —murmuró con dulzura—. Sé que es difícil, pero… No, la verdad es que no lo sé. No sé cómo te sientes, Riss, pero te conozco desde siempre y sé que eres lo suficientemente fuerte para hacer eso y mucho más, ¿sí? No estás sola. Quizás lo parece con todo esto de la distancia, pero tienes a mis padres, me tienes a mí. Asentí lánguida, haciendo una línea apretada con mis labios. —Te extrañaré —le dije en un hilo de voz, melancólica. Él bajó la cabeza y suspiró. —Lo siento —respondió luciendo abatido—. Si hubiese sabido que algo así iba a pasar, jamás habría postulado a ese magíster, mucho menos en Francia. Lo sabes, ¿verdad? —Asentí y él buscó mis ojos, serio—. Clarisse, si quieres que me quede, yo… —No, no, no —interrumpí meneando la cabeza, sonriéndole lo mejor que pude—. Te lo mereces. Has trabajado duro y me alegro por ti, Joel, de verdad que sí. No puedo ser tan egoísta como para pedirte que te quedes a cuidarme. No quiero arrastrarte conmigo. No a ti, que tienes toda una vida por delante y muchas oportunidades que esperan por ti. Estaré bien, lo juro. Me miró cauteloso y acercó su rostro al mío, lentamente, sosteniendo mi mirada y dejando una de sus manos enredada en mi cabello, tomándome por la nuca. Su frente se pegó a la mía. —¿Me esperarás? Lo miré desconcertada. —Te he esperado desde siempre —susurré mirándole con los ojos bien abiertos—. ¿Crees que un año me será difícil? Me sonrió con ternura y me besó lentamente, con cariño, haciendo que las mariposas revolotearan desde mi estómago hacia todo mi cuerpo. —Entonces… ¿nunca ha habido otro? —murmuró acariciando mi labio inferior con su pulgar, con ojos brillantes—. ¿Cómo puede ser eso posible? Me sonrojé levemente y solté una pequeña risa. —Creo que tuviste tu respuesta a eso ayer —contesté. Él me miró con una sonrisa traviesa que me apuró el pulso y que me obligó a morderme el labio. —Tienes razón, lo siento —ronroneó mirando rápidamente mis labios y mis ojos. Reí. —Está bien —respondí alzando los hombros—. Salí con algunos chicos, pero nunca quise nada con ellos. Quiero decir, nunca tuve alguna clase de compromiso y… No me daba miedo acostarme con ellos, ¿sabes? No era eso, ni que me asustara o que me diera vergüenza. Es que no quería. No… No confiaba en ellos. Recuerdo que mi madre siempre me decía que no importaba si estaba enamorada o no, sino que lo realmente importante era sentirme lo suficientemente segura de la persona que tenía en frente. Que me iba a cuidar, que se iba a preocupar de que todo estuviera bien. Nunca sentí eso. —Sonreí de lado—. Excepto contigo. —Yo siempre pensé que no me tenías la confianza suficiente para contarme sobre los chicos con los que salías. Quiero decir, ¿cómo una mujer como tú podría no tener ningún pretendiente lo suficientemente decente como para querer salir con él? Reí y meneé la cabeza. —¿Recuerdas cuando te dije que estaba enamorada de un chico que ponía a todas de cabeza? Él bajó fugazmente la mirada y asintió con la cabeza. —Sí, te dije que probablemente era un imbécil —respondió divertido—. Que un chico que valiera la pena no estaría detrás de todas las chicas, que sólo se preocuparía por ti. Acaricié su mejilla y alcé las cejas. —¿No se te pasó por la cabeza que hablaba de ti?  —No, para nada —se encogió levemente de hombros—. Porque jamás he tenido tanta suerte con las chicas, Clarisse, me sobreestimas. —Rodé los ojos y él rió—. De todas formas, sólo quería alejarte de quien hubieras estado hablando. Una terrible estrategia, por cierto. Hubiese sido más fácil simplemente decirte lo que sentía por ti. —Definitivamente. —Solté una pequeña carcajada y él besó mi frente. —Vamos a casa, ¿sí? —murmuró haciéndome un gesto con la cabeza. Asentí y me volteé. —Adiós, mamá —le dije a las lápidas, tomando la mano de Joel—. Adiós, papá. Los amo. Volveré pronto, ¿sí? No me extrañen. Volví la mirada hacia al frente y me encontré con un par de tiernos ojos chocolates que me observaban fijamente. —Eres hermosa, Riss —me dijo tironeándome hacia él y besándome. Y en ese momento todo parecía realmente fácil. Pero nadie me advirtió que esto era sólo el comienzo. Hubiese deseado que alguien lo hubiera hecho.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR