William Habían pasado dos meses desde aquel momento que lo cambió todo. Desde ese beso que pareció detener el tiempo. Desde ese “sí, te elegí” que aún me resonaba como un milagro, cada vez que la miraba. Y aunque sonaba cursi —incluso para mí—, desde este momento nos convertimos en unos seres felices. Increíblemente felices. Nuestro amor no fue inmediato, ni perfecto, ni libre de dudas. Pero había algo poderoso en despertar cada día sabiendo que ella estaba ahí, en mi vida, que su presencia era constante y, aún más importante, elegida. Cada mañana nos conocíamos un poco más. Cada tarde traía una rutina compartida, y cada noche —incluso sin palabras— confirmaba que habíamos tenido suerte. Que habíamos encontrado, de entre tantas vidas cruzadas, a la persona correcta. Yo, el escéptico.

