La bienvenida Savelli

1895 Palabras
No estaba muy seguro del por qué aceptó la invitación. Tal vez fuera por la soledad, esa que le había acompañado desde que se bajase del avión. Al tocar tierra firme, los recuerdos hicieron lo suyo evocando a la nostalgia, pero a la vez le recordaron su lejanía con el pasado y los que a él pertenecían. Ya no era un transeúnte normal y conocido que recorría las calles encontrándose con amigos; ahora era un extraño, famélico de afecto, adolorido por una pérdida y sin nadie con quien llorarla. La soledad, dama desoladora, fue su única compañía al llegar a ese lugar al que alguna vez tuvo el descaro de llamar hogar, pero que ya no le pertenecía. No era como esa casa antigua en la que los hijos hechos adultos vuelven para visitar a sus padres y el hogar donde crecieron; ahora el lugar se les escapaba y la casa la ocupaban otros. Así se sentía Ryan. Alojado en una casa que debía reconocer, pero cuyas paredes pintadas y estructura cambiada lo hicieron ajeno. Tal vez por eso aceptó, por sentirse fuera de lugar como un cubo de hielo en el desierto. Por ver a tantos sonreír sin él encontrar motivo para hacerlo. Pasó gran parte del día siguiente ordenando comida en la habitación de su hotel. Alojado cómodamente en su cama estuvo viendo la televisión, pasando de canal en canal, sin encontrarse nada interesante. Caviló muy poco sobre la invitación, aunque esta le generara cierta expectativa. Era extraño. A pesar de sus muchos años de amistad, Ryan nunca visitó tal lugar; Hernán se encargaba de que no lo hiciera. Y ahora que entraría sin la compañía de su amigo, por la invitación de una tercera (aunque fuese una grosería llamarla así) no pudo evitar sentirse extrañado. Desubicado. Del mismo modo en que se sentía cuando intentaba dilucidar los motivos de Javiera, aunque estos pudieran ser fácilmente explicados. Pero poco o nada sabía Ryan de psicología y nunca fue muy empático. A él siempre le gustó lo lógico, lo razonable, lo que podía deducir teniendo el control. Este no era el caso. No conocía a Javiera tanto como quisiera y por ende le faltaban datos. Aunque era extraño, ¿no? Una invitación como esa justo un día después del entierro. Los Savelli tenían reputación de extravagantes, aunque quizá eso era un poco demasiado. Bueno, Ryan decidió no darle importancia. Al fin y al cabo, él no sabía un carajo de psicología, mucho menos de sociología. El cielo le dio paso al ocaso. Por el balcón se fueron colando las luces rojizas creándole un afecto arrebol a la habitación. El bullicio aumentó y las farolas se encendieron una por una como en un espectáculo. En la noche es cuando más viva está la ciudad. Ryan se vestía algo indeciso. Elegante, casual, bien arreglado, demasiado arreglado o muy poco arreglado. Pensó en los Savelli, una familia poderosa, aunque no rica en exceso. Gran parte de su fortuna había sido ganada a base de herencias e inversiones muy precisas. Eso no se les podía negar: tenían talentos para los negocios. Expertos en la bolsa de valores, los Savelli se fueron expandiendo hasta adueñarse con varios negocios claves de la ciudad; negocios que les proporcionaron cierto poder que, desgraciadamente, disminuía más en cada generación. No se encontraban en su mejor momento, pero tampoco en el peor. Seguían manteniendo una relevancia digna de acotar y difícil de ignorar. Gabriel Savelli, el padre de la familia, era un hombre inteligente. Su talento era casi tan grande como su poca habilidad con las palabras, o al menos su poco deseo de expresarlas. Callado hasta la muerte, pero ingenioso con el dinero. Decidió vestirse con una camisa oscura elegante con rayas verticales, y unos pantalones de vestir recién comprados. Se vio en el espejo del baño: Su cabello largo y oscuro, liso como la seda, cayéndole hacia un lado en un remolino; sus ojos marrones; su barba bien afeitada en un mentón firme bajo unos labios ligeramente gruesos. Si bien no era un deportista, el gimnasio le daba el regalo de mantenerlo en forma, dotándole de buena compostura y un porte que apenas creía merecer considerando su estado de ánimo. Aún no había anochecido por completo cuando salió del hotel y tomó un taxi en dirección a la casa de los Savelli. Los semáforos una y otra vez lo atrasaron, pero seguía sin ser tan tarde. El taxista no estaba acostumbrado a visitar la zona de Gainnoob, una de las zonas más lujosas de la ciudad, por lo que en más de una ocasión se tuvo que detener a pedir indicaciones. En cierta avenida cruzaron hacia la derecha subiendo por una ligera colina rodeada de quintas, con sus piscinas y enormes garajes. Atravesaron por delante de un parque, un gimnasio aún en movimiento y entraron en una zona de edificios muy juntos entre sí, formando una curva en forma de C. Prácticamente a la mitad de la vía, en plena curva, se hallaba la casa. Las farolas le daban la bienvenida cuando se estacionó al frente y se dispuso a asombrarse. Los Savelli siempre fueron legendarios por su terquedad, por su carácter, su temperamento y su amor por las costumbres antiguas. La casa era una clara muestra de aquello. Su primer acto estrafalario era el hecho de encontrarse entre dos edificios que le doblaban diez veces la altura. La familia, haciendo honor a su reputación, se negó rotundamente a vender los terrenos de su casa para permitirle a la ciudad construir el conjunto de edificios, por lo que estos tuvieron que conformarse con construir por un lado y por el otro. La casa era de tres pisos y un estilo Victoriano muy marcado, con dos torreones a cada lado y un portal al que se llegaba ascendiendo por unas escaleras de piedra. Las paredes eran rojizas con ocho ventanales: dos en el centro y una en cada torreón del primer y el segundo piso. Un techo de tejas triangulares le daba una simetría exquisita. Todo bajo una puerta de madera hecha con roble n***o. Ryan recordó aquella pequeña casita de Stuart Little alojada en el medio de Nueva York. Se le parecía tanto que sonrió. Desencajaba completamente con los edificios modernos que le rodeaban, pero así eran los Savelli y así siempre serían. Hasta que a algún insensato se le ocurriera alzar la voz y tuviera el resto de su vida para arrepentirse de ello. Ryan cruzó la calle, subió por los escalones y tocó el timbre. Un minuto después le abrieron la puerta. Javiera estaba hermosa. Vestía con un sencillo pero elegante vestido que le llegaba a las rodillas y de un color azulejo. El cabello suelto y dorado le bailaba por la espalda y el brillo natural de su piel no se dejaba opacar por las estrellas. ⸻Qué bueno que aceptaras venir ⸻le dijo ella sonriendo. ⸻Creo que me hacía falta. Y lo dejó pasar. Lo guio por un pasillo muy poco iluminado y repleto de cuadros con arte moderno ⸻irónicamente⸻, hasta un salón que le hizo retroceder varios años en el tiempo hacia una época en la que ni siquiera vivía. El suelo de caoba, como era de esperarse, cubierto con una alfombra. Las paredes de un blanco crema, igual que los muebles, rodeando una mesa cuadrada con varios grabados en él. Las paredes estaban repletas de estanterías y estas de libros, enciclopedias y novelas clásicas, desde Don Quijote, pasando por Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, misterios de Agatha Christie, ejemplares de Conan Doyle, la magnánima novela de Bram Stoker, hasta las obras completas de Mark Twain. Al terminar el pasillo sobresalían las escaleras hacia los demás pisos y a su lado una pared en arco le servía de entrada para el comedor. De un techo blanco colgaban varios ventiladores encendidos, y a un lado de los muebles y las mesas, una chimenea apagada con un espejo en la parte de arriba. Ryan se asomó al comedor y pudo ver una gran mesa acompañado por una ventana que daba a la calle, con varias mesitas de noche cubiertas por fotos familiares y muros repletos de diplomas con nombres que no reconocía. ⸻La alfombra es una Sarough Iran Kork antigua ⸻¿Qué? ⸻No sé. Mi madre me obliga a decirle eso a todo invitado que viene. Se siente muy orgullosa de su casa ⸻Y tiene derecho a estarlo. Javiera le dedicó una sonrisa tímida y él se la devolvió. Ambos se sentaron en el sofá en espera de los demás. ⸻Papá y Rick están en sus cuartos. Mamá en la cocina. ⸻¿Está cocinando ella? ⸻Para nada; ordenó la comida. Pero le gusta servirla ella misma. ⸻¿No tienen sirvientes o algo así? ⸻No, mamá dice que nadie puede entrar sin un Savelli aquí. Le da miedo que roben algo. Y sin duda había mucho que robar. Ryan vio cuadros que no conocía pero que de seguro debían tener un valor altísimo. Una espada en una pared y varios joyeros en las estanterías, así como copas de cristal y adornos en los estantes. Unos pasos se escucharon y Gabriel Savelli hizo acto de presencia precedido por su hijo Rick. Ryan se puso de pie. ⸻Es un gusto tenerte aquí, Ryan. ⸻dijo sin sonreír⸻. Años sin verte, pero te reconocí en el funeral. ⸻No podía perdérmelo ⸻respondió estrechándole la mano. ⸻Este es mi hijo Rick, no sé si lo conociste antes de… ⸻No, no pude. El niño era más o menos como lo recordaba por las fotos. Un cabello castaño y liso que le caía por debajo de las mejillas sobre una piel blanca bañada en pecas. El pequeño apenas hizo un sonido humano cuando su padre lo presentó. Ryan le sonrió, pero no recibió el mismo gesto. Los tres Savelli y el visitante se sentaron en los muebles sin tener mucho que decir. Ahí murió la conversación. Tras el saludo, la cabeza de la familia mostró su cara distante desde el comienzo. Gabriel Savelli tenía mal aspecto; ojos seguían rojos y su cabello parecía aún más blanco que en el día anterior, sobre una frente cuyas arrugas le daban un aspecto permanente de ceño fruncido. Sus ojos vagaban de un lado a otro de la habitación sin detenerse en un punto fijo y su boca se cerraba y se abría al compás de la respiración. El pequeño tenía una actitud parecida; miraba a su padre, a su hermana, a su invitado y a sus zapatos, donde se quedaba varios minutos para luego repetir el ciclo. Javiera le sonreía con educación a Ryan, pero al ver a su familia no podía disimular su melancolía. En un intento desesperado, Ryan rompió el silencio. ⸻Muchas gracias por invitarme a cenar. ⸻No hay de qué ⸻respondió el hombre y siguió ensimismado. ⸻Estamos intentando acercarnos a los amigos de Hernán ⸻intervino Javiera⸻. Él siempre fue muy distante y muy cerrado con su vida personal. Tal vez conociendo a sus amigos podamos saber más de él y entender por qué, bueno, por qué hizo lo que hizo. ⸻No sé si yo pueda ayudarles mucho con eso. Lo conocí tanto como ustedes, y me quedé muy sorprendido cuando lo supe. ⸻De todas formas, ⸻replicó con tristeza la chica⸻ me gustaría saber por qué… ⸻Porque era un cobarde. La respuesta fue de la recién llegada. 
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