Joe Impact

2278 Palabras
            Atravesaron calles y avenidas que otra vez le trajeron recuerdos. Una plaza de skate donde solía reunirse con sus amigos a patinar. La cantidad de matadas que se dio ahí con Hernán… Pero no era el momento de pensar en eso. No, era el momento de disparar. Oh sí.             Cerró los ojos y se dejó arrastrar por el auto. Cuando los abrió de nuevo ya estaba delante de la tienda que tantas veces en su juventud fue motivo de su ensoñación. Se apeó y contempló la entrada. Estaba casi igual como la recordaba. Una puerta sencilla debajo de un letrero rojo con letras amarillas: “Impact joe”. En las vidrieras de los lados se veían imágenes de soldados portando armas fingiendo que no estaban posando para la cámara. Ryan sonrió con nostalgia y entró. Adentro si estaba tal y como lo recordaba. En las paredes colgaban toda clase de rifles, fusiles, escopetas, carabinas y ametralladoras. El local era pequeño, aunque Ryan sabía que tenía una puerta dirigida a un patio trasero mucho más grande. En el centro, como simples vestimentas, lucían los chalecos antibalas divididos en sus tipos: II, IIIA, IIA, III y IV; algunos negros como la noche, camuflados, grises, para hombres, para mujere. En las paredes destacaban ante todo las armas más vendidas: Uzi, AK-47, PG5, AR-15, y una Remigton 870 atemorizante. Todas una por encima de las otras con sus respectivos precios. Se acercó al mostrador, donde un hombre leía una revista sin prestarle mucha atención. El sujeto dejó de leer, se fijó en su cliente y abrió los ojos por la sorpresa             ⸻¡Eres tú!             Joe aún no me olvida, pensó con felicidad.             Joe le sonrió.             ⸻Acércate ⸻le dijo abriendo muchos los abrazos como si quisiera abrazarlo⸻, creí que no te volvería a ver.             Los años le habían pasado factura, aunque por suerte no mucha. Seguía siendo un hombre más cercano de los sesenta que de los cincuenta, con una calvicie clara, pero con una barba blanca que le cubría toda la mejilla hasta las orejas. Sus lentes no escondían sus ojos oscuros, grandes y alegres; así como su camisa a cuadros rojas y naranjas no eran suficientes para esconder su pansa prominente. Tenía arruga bajo sus ojos y varias bolsas en ellos, sus movimientos eran más lentos, pero del resto seguía siendo el mismo Joe. ⸻Me sorprende que aún te acuerdes de mí ⸻¿Cómo olvidarte, hombre? Eras el chiquillo molesto que venía todos los días rogando porque te dejara usar un arma. Eso era verdad. Desde los quince años Ryan fue víctima de una fascinación por las armas de fuego y en más de una ocasión trató de convencer y hasta de chantajear a Joe para que le dejara usar alguna. ⸻Ya no soy un chiquillo, como puedes ver ⸻le dijo y le estrechó la mano. Estaba contento de ver una cara conocida que no lo tratara como un extraño. ⸻Ya veo, aunque seguro que sigues siendo bastante chiquillo y bastante molesto. Al menos no eres como los chiquillos molestos modernos. ⸻ ¿Cómo así? ⸻Por culpa de esos videojuegos de ahora, donde todo es disparo y matazón, vienen niños creyéndose la gran cosa. Pretendiendo que saben mucho de armas solo porque en su jueguecito, oprimiendo un par de botones, pueden comprar el arma que quieren y hasta ponerle colorcito. Créeme cuando te digo que lo único que ellos han sostenido en sus manos, son sus p***s de adolescentes cuando se masturban pensando que algún día conseguirán una mujer como las que ven en televisión. Una Jaime Fox como esa. ⸻Jaime Fox es un hombre ⸻corrigió Ryan conteniendo la risa ⸻Como sea, me tienen harto. Tú interés en las armas al menos era sincero. ⸻Y no ha disminuido en nada, viejo. Joe le dio un par de palmadas en el hombro y no disimuló su alegría. Un par de clientes entraron en la tienda, pero Joe, con un gesto de su mano, envió a uno de sus empleados ⸻jóvenes con cara que querer estar en cualquier otro sitio⸻ para despacharlos. ⸻Entonces aún sigues interesado, ¿eh? Como respuesta, Ryan sacó de su bolsillo el permiso oficial que le permitía portar armas de fuego. Lo había conseguido tras mucho esfuerzo años después de salir de la universidad y se sentía orgulloso de poder mostrárselo a Joe. Siempre lo llevaba consigo a cualquier viaje y en esta ocasión lo había sacado de su maleta justo antes de salir del hotel. Joe dio un par de aplausos estruendosos en el aire y ensanchó la sonrisa.  ⸻¡Así que el hombre los consiguió! Siempre tuviste cara de testarudo. Bien, muy bien, pero creí que estabas lejos, ¿qué te trae a mi tienda? ¿Estaría Joe al tanto de lo de Hernán? Si no era así, no quería ser él quien le pusiera al corriente. Prefirió omitir la información. ⸻Creo que después de tantos años, es hora de que me dejes probar esa galería de tiros, Joe. Ya no tienes excusa para negármelo Joe soltó una carcajada y le dio la razón. ⸻¿Qué arma quieres usar? ⸻¿Qué pistolas tienes? ⸻Las mejores. En el mismo mostrador que le servía de vitrina, estaban posadas las pistolas, al lado de las navajas de caza, de buceo y de colección. Ryan intentó no hacer un comentario sobre el hecho de que, a pesar de sus quejas, Joe exponía las pistolas más conocidas por películas y videojuegos: la Glock, el Revólver Smith & Wesson, una 9mm, la Beretta, un Taurus, un Sturm, y una Springfield XDM9. Todas obviamente descargadas; esta lección la aprendió por la malas a los dieciséis cuando se atrevió a preguntarle a Joe si las pistolas del mostrador estaban cargadas y este respondió preguntándole si el hurgarse tanto los mocos le había afectado el cerebro. Se decidió por una Beretta. Joe se la dio proporcionándole también varios cartuchos y dejándolo pasar a la habitación trasera donde se encontraba el campo de tipo. Era un contraste radical con la tienda, pues si esta era pequeña, el campo era inmenso, con varias líneas verticales y un suelo verde que se le asimilaba al césped. A los lejos las dianas esperaban a los ocupantes de los cubículos y las paredes grises oprimían el aire tanto por sus fortalezas como su color. ⸻¿En cuánto saldrá la cuenta? ⸻Aquí trabajamos de un modo bastante simple: Tú gasta todas las balas que quieras, las dianas que quieras y el tiempo que quieras, y yo al final te cobro al salir. Y así dejas que el cliente se relaje sin pensar en cuanto le va a costar y termine gastando todo lo posible sin darse cuenta. Siempre fuiste muy listo, Joe. ⸻Me parece bien. ⸻Disfrútalo, chiquillo molesto. Le dio una palmada en la espalda y se regresó a la tienda. Ryan se acomodó en uno de los cubículos, se puso las gafas de protección al igual que los audífonos y cargó su Beretta por completo. La sostuvo en sus manos sintiendo el frio material del arma. Sopesó su peso. Relajó los músculos. La pasó de una mano a otra como si fuese un juguete antes de levantarla y apuntarle a la diana que tenía en frente. Volvió a concentrarse en el peso y en su tacto frio, y en su dedo jugueteando con el gatillo. Respiró profundamente, con paciencia, viendo su objetivo, estirando ambos brazos y con la cabeza ligeramente inclinada hacia su derecha. Apretó el gatillo. El retroceso le golpeó. El primer retroceso siempre es el más difícil, pero no le importó. Ryan ya no estaba ahí, estaba en otro sitio, muy muy lejos. En un lugar donde Hernán seguía vivo y no había cometido s******o; donde su corazón seguía palpitando y aún seguían haciendo planes sobre cuando se verían; planes que nunca se cumplirían. Volvió a disparar. El retroceso fue menor, o eso le pareció. Ese sonido, ese estallido, el sonido de un disparo. Es definitivo y brutal. Eso fue lo último que escuchó Hernán, ¿no? Una de las personas que estaba en el funeral lo dijo: Hernán se dio un tiro en la sien. Así que eso tuvo que haber sido lo último que escuchó. Una explosión justo al lado de su oído, y ya, fin. Se acabó todo. Ryan disparó dos veces seguidas. Hernán disparó una sola vez, solo una, eso le bastó. Adiós. Y él no pudo hacer nada al respecto. Claro, estaba a kilómetros de distancia, alejado de todos a los que alguna vez quiso, alejado de esa amistad que por un momento lo fue todo; seguían hablando por mensajes y r************* , mantenían el contacto, pero no era lo mismo. Él quiso engañarse a, pensar que todo seguía igual, que la amistad no estaba difuminada y que, si sucedía algo, Hernán se lo contaría; pero no fue así. Algo sucedía y Hernán guardó silencio. Lloró a solas quien sabe cuántas noches seguidas, perturbado por la realidad de su vida, deseando acabar con todo, deseando morir hasta que finalmente cumplió su deseo. Apretó el gatillo del mismo modo en que ahora lo hacía Ryan, solo que él no apuntaba a una diana, apuntaba a su propia cabeza. Disparó más veces hasta que agotó el cargador, recogió otro, recargó rápidamente y volvió a apuntar. El olor a pólvora ya le inundaba las fosas nasales y tenía los músculos tensados. El dedo índice le dolía un poco de tanto disparar y el arma le pesaba, pero ¿qué importaba? ¿Qué importaba todo eso? El seguía ahí disparándole a una diana que ya debía ser cambiada mientras quien fue su mejor amigo yacía acostado metros bajo tierra esperando pudrirse. Cuando se ve de ese modo, importa una mierda que te duela un simple dedo. Al menos te duele algo. Al menos estas vivo. Volvió a disparar.  No pudo hacer nada para ayudar a Hernán. Dios, siempre supo que tenía problemas. Su familia era problemática y de por si era un hombre melancólico, lo fue casi desde su nacimiento; él intentó ayudarlo, pero de nada había servido. Una bala lo terminó todo. Una simple y maldita bala. No pudo hacer nada, no pudo hacer nada para ayudarlo. Estaba impotente, lejos, con mucha distancia entre ambos; pero aun si hubiese estado cerca, de seguro no lo hubiera logrado impedir. Hernán podía tomar sus decisiones y decidió morir. Él perdió un amigo y fin de la historia. Por lo menos ahora tenía el control. Con la Beretta entre las manos, con el blanco al frente, los cascos en los oídos. Le gustaba tener el control y ahí lo tenía. Volvió a disparar, una, dos, tres, cuatros veces; descargó el cargador entero, cogió otro y siguió disparando. Se imaginó a Hernán sentado solo en su apartamento y disparó. Se imaginó a Hernán levantando la pistola y disparó. Se imaginó a Hernán apuntándose en la sien y disparó. Se lo imaginó jalando el gastillo y disparó una ráfaga de tiros agujereando todo el blanco. Su respiración se entrecortaba y el retroceso le había lastimado el brazo, pero siguió disparando. Recargó y prosiguió, con la imagen de un Hernán imperturbable acostado sobre un ataúd. ⸻¡Chico! Ryan se detuvo. Sudaba a mares y temblaba de pies a cabeza. Le dolía la garganta. Sin darse cuenta había estado gritando mientras disparaba y la pólvora se le había metido por la boca. Joe lo miraba con los ojos como platos. Agachó la cabeza un momento, levantó la mirada y lo vio con unos ojos llenos de tristeza ⸻Sí, a mí también me afectó su muerte.   ⸻⸻⸻   Una hora después Ryan volvía a estar en el taxi. Las horas del día pasaron volando y ya eran las cinco de la tarde. Comía una hamburguesa en el asiento trasero. El sol comenzaba a bajar, algunos locales a cerrar y la acera se inundaba de gente que volvía de sus trabajos. Poco después de que Joe le interrumpiera, había salido sin apenas mediar palabras. Se sentía avergonzado y a la vez aliviado. Una parte de él afloró en la práctica de tiro y le alivió la pena que cargaba desde que recibiera la llamada. Se despidió de Joe y subió al taxi pensando en que haría a continuación. Estaba cansado y con unas ganas inmensas de echarse un baño y luego a la cama, pero aún le quedaban dos meses libres en los que debía buscarse algo que hacer. Pensó de nuevo en tomar un vuelo de vuelta a su casa, peor bah, quedaría en las mismas: sin nada que hacer. Y su cartera no aguantaría más vuelos a otros sitios. Mejor quedarse ahí y buscarse una distracción un par de meses. No podía estar los siguientes sesenta días visitando la tienda de armas para practicar, aunque seguro que eso a Joe le encantaría tanto por el dinero como por la compañía. Le preguntó al taxista si había algún evento interesante en la ciudad y este le habló de una obra de teatro próxima a estrenar. Le pareció buena idea y se detuvieron un momento a comprar la entrada. Es un comienzo. La obra sería dentro de tres días. Finalmente llegó a su hotel. Cuando estaba por llamar al ascensor, la misma recepcionista de antes le detuvo y le dijo que tenía un mensaje esperando en el teléfono de la habitación. ¿Quién podría llamarlo? Subió con poco interés y mucho su agotamiento, entró en su cuarto, se desvistió sin orden y se arrojó en la cama. Desnudo entre las sabanas se acercó a la mesa de noche para escuchar el mensaje que le habían dejado. Era Javiera.
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