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La protegida del CEO

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Descripción

Isabel Sánchez, joven de 25 años tras vivir un pasado lleno de desgracias perdiendo a su familia en manos de un desalmado, encuentra la oportunidad de su vida en una empresa extranjera que la ayuda a salir de su país, trasladándola a Estados Unidos para empezar una nueva vida, sin saber que el destino le jugaría una mala pasada llevándola a sufrir un accidente que la unirá a la vida de Alex Word, joven de 28 años, dueño de las empresas, Word Internacional, quien también sería su nuevo jefe sin saberlo. Pero como el destino esta escrito, Isabella se verá afectada tras un trágico accidente que ocasiona su perdida temporal de la memoria, quien olvida todo antes del accidente, quedando bajo la tutela de Alex Word, quien bajo una orden judicial deberá hacerse responsable de ella por un plazo mínimo de un año, tiempo en el que ellos vivirán infinidades de momentos inolvidables juntos, pero todo se sale de control, cuando la actual prometida de Alex regresa de su largo viaje y decide tomar su lugar como la señora de la casa, Isabella tendrá que sacrificarse por el hombre que ama y su felicidad, llevándose con ella un gran secreto que lo cambiara todo.

¿Podrán volver a estar juntos?

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Capitulo 1. Encuentro
Capítulo 1: Encuentro Hace 1 año —Toma. Firma. Es un contrato de derechos y deberes que me exige el tribunal. Alex desliza un fajo de hojas sobre la superficie pulida del escritorio, su voz es seca, carente de paciencia. —¿Y qué pasa si me niego a firmar? Isabel no lo toca. Sus brazos están cruzados, su mirada desafiante. —Me sacas de quicio. Esto no es fácil para nadie, Isabel. Yo tengo mi propia vida y mis propios problemas. —Qué conveniente. Yo también tenía una vida que no te incluía en absoluto. Y no elegí que me atropellaras, ni que me hicieras perder la memoria. Ahora debo vivir contigo, y aun así tienes el descaro de exigirme firmar un contrato de convivencia. Vete al demonio, Alex. —Créeme, si hubiera sido por mí, te habría dejado en esa clínica. No te soporto. —Dice, mirándola con puro odio, sus ojos fijos y fríos. —Créeme, el deseo es mutuo. Hubiera preferido morir antes de caer en tus manos. —Pues tendrás que acostumbrarte. Tenemos un año antes de que pueda deshacerme de ti legalmente. —Ojalá ese plazo se cumpla rápido. Te odio tanto que solo verte saca la peor versión de mí. —Firma de una vez y sal de mi estudio. —Firmaré cuando me dé la gana. Alex golpea el escritorio con la palma, un gesto de furia contenida. —Isabel, puedo ser tu peor pesadilla si me obligas a perder la paciencia. —Bien. Entonces que empiece la guerra. Flashback —Isabel— Hace un año, mi vida era una locura desordenada. La depresión por la pérdida de mis padres aumentaba día a día, como una marea oscura que me arrastraba. Mi madrina, Marina, era el único ancla que me mantenía a flote. Ella ha sido mi apoyo incondicional desde que ese bastardo les arrebató la vida a mis padres, y con ella, la mía. Cada mañana sentía que despertaba muerta en vida. A pesar de todo, reuní el valor y salí a buscar trabajo en un restaurante de un amigo de Marina, quien me abrió las puertas. Incluso tomé horas extras, buscando el agotamiento físico para no tener que pensar. Le temía a ir a casa, porque sabía que allí, en las noches, las pesadillas no me dejarían dormir. Los recuerdos de mi pasado me atormentaban hasta en mis sueños más profundos. Decidida a cambiar mi triste existencia, ingresé mis datos a una empresa extranjera con la ayuda de una amiga. Antes de la tragedia, mi gran sueño siempre fue ir al extranjero a trabajar en una de las empresas de publicidad más reconocidas de Estados Unidos. Mis padres, de hecho, habían vendido la mayoría de sus bienes para que yo cumpliera ese anhelo. Hoy, por fin, me decidí a llenar la solicitud, ya que un anuncio de internet informaba sobre vacantes. Después de varias semanas de espera, el correo de confirmación y aceptación de World International Corporation llegó a mi bandeja. Al fin, veía mi sueño de mudarme de Argentina a Estados Unidos más cerca que nunca. Llené los últimos requisitos, enviando la información de mi visa de trabajo. Con todo listo, me dispuse a hacer las maletas para emprender mi nueva vida. Aunque el pasado viajaba conmigo, el recuerdo de lo feliz que fui en este lugar siempre permanecería. En el aeropuerto, me despedí de mi madrina, quien lloraba desconsolada al verme partir. Esperando que anunciaran mi vuelo, observé el boleto en mi mano: la certeza tangible de un nuevo comienzo. —¿Nerviosa? —dice mi madrina, tomando mi mano entre las suyas. —Un poco —respondí, la adrenalina y el miedo mezclándose en mi estómago. —Lo harás bien, mi niña. Te has preparado toda la vida para esto. Tengo el presentimiento de que este viaje te cambiará la vida por completo. Solo no dejes de escribir. —No lo haré —le dije, abrazándola con fuerza. —Pasajeros del vuelo con destino a Nueva York, por favor, diríjanse a la puerta 3 para su embarcación. —La voz de la operadora resonó, y mi abrazo a Marina se hizo aún más fuerte. —Te voy a extrañar —susurré, sintiendo las lágrimas caer por mis mejillas. —Yo a ti, mi pequeña peleona. Ve, ve, te dejará el avión. —Dijo, limpiando mis lágrimas con sus pulgares. Me acerqué a la puerta 3, entregué mi boleto y me giré para mirarla por última vez antes de abordar. Ella me lanzó un beso al aire, y yo seguí las indicaciones de una azafata. Era la primera vez que subía a un avión; mis nervios eran incontables. Al llegar al aeropuerto JFK de Nueva York, bajé y recogí mis maletas. El frío de la ciudad me hizo ponerme la chaqueta rápidamente. Saqué de mi bolso la guía enviada por la empresa. Todo estaba listo. Salí y subí al primer taxi libre. —Central Park West, por favor —indiqué. —Como diga, señorita. —El chófer, notando mi nerviosismo evidente, intentó calmarme. —¿Va a una entrevista? —Sí, solo espero que todo salga bien —dije, observando el camino. Intentaba memorizar cada detalle, aún sin creer que estaba en Nueva York. La ciudad de mis sueños, mucho más vibrante y real que en mis fantasías. —Le irá muy bien, le deseó suerte. —Me sonrió por el espejo. —Gracias —le dije, devolviéndole una gran sonrisa para agradecer su amabilidad. Al llegar al imponente edificio de cristales azules, mis nervios se desbordaron. Le pagué al chófer y me quedé parada unos minutos fuera, observando la magnitud del lugar. Tomé una respiración profunda, buscando valor, y me adentré. Una joven en la recepción me indicó el piso. Arriba, otra recepcionista me atendió. —Buenos días. Vengo a mi entrevista de trabajo. Soy Isabel Sánchez, un gusto. —Bienvenida, señorita Isabel. Tome asiento en la sala de espera mientras llena este formulario. Su nombre será anunciado en la gran pantalla al fondo. —Muchas gracias —dije. Llené el formulario y me dirigí a los asientos. Para entretenerme, saqué mi libro favorito, Un servicio al jefe. Después de esperar más de quince minutos, mi nombre apareció en la gran pantalla. Me adentré a la oficina, escoltada por la joven rubia. Fui recibida por una morena muy amable que me hizo la entrevista, la cual aprobé sin problemas. —Bienvenida al equipo, Isabel. Meredith te enseñará tu lugar de trabajo y te dará la información de tu arrendador. Además, te proporcionaremos un coche para que puedas trasladarte de tu apartamento a la oficina sin problemas. —Muchas gracias por la oportunidad —dije con genuina gratitud. —No tienes que agradecer. Cumples con todos los requerimientos que esta empresa exige. Suerte. Nos vemos el lunes para tu primer día. Después de ordenar mis cosas en la oficina, salí con Meredith. En el estacionamiento, me entregó las llaves del coche y me enseñó a usar el GPS. Solo debía aprender el camino de la oficina al departamento y viceversa hasta que pudiera orientarme por mi cuenta. Subí al coche. Iba de camino a mi nuevo departamento, siguiendo las indicaciones del GPS. Conducía lo más rápido que podía. La entrevista se había alargado más de lo esperado y llegaba tarde a mi cita con el arrendatario. Me aproximaba a un cruce cuando, sin pensarlo, la luz del semáforo cambió a rojo. Detuve el coche, sintiendo mis nervios a flor de piel. Respiré profundamente, tratando de calmarme. Las bocinas de los coches detrás de mí empezaron a sonar, atormentándome. Justo cuando intentaba mover el vehículo, vi unas luces aproximarse a toda velocidad. Un coche n***o se saltó el semáforo en rojo. Sentí un impacto brutal. El coche chocó contra el mío, haciéndome perder el control. Colapsé contra el muro de un centro comercial. El dolor fue total y el mundo se volvió n***o. Perdí el conocimiento. —Alex— Salí de mi empresa lo más rápido que pude para llegar a la cena donde se anunciaría mi compromiso con Ángela. Me sentía ansioso y profundamente nervioso. No estaba seguro de casarme. Cuando la conocí, ella era hermosa y, a mi parecer, su belleza no le hacía justicia a su humildad. Salimos un tiempo, pero jamás logré conectar con ella emocionalmente, solo de forma física. El tiempo pasó, y mis padres le tomaron un afecto desmedido. Finalmente, me pidieron que me casara con ella. ¿La razón? El padre de Ángela, Ángel, sumaría una inversión significativa a nuestra empresa, permitiéndonos abrir una sucursal en California. Matrimonio por negocio. Ahora, iba con toda la velocidad que me permitía la hora pico para no llegar tan tarde. Intenté cruzar la intersección. La luz cambió a rojo, pero mi pie, impulsado por el apuro y la presión, no reaccionó a tiempo. En una fracción de segundo fatal, impacté contra un coche de color n***o. El golpe fue seco y violento, lanzando el vehículo contra la pared de un centro comercial. Reaccioné de inmediato, quitándome el cinturón. Bajé y corrí hacia el coche siniestrado. Al ver a la joven dentro, inconsciente y con mucha sangre en la cabeza, el pánico me invadió. Marqué a emergencias mientras la multitud comenzaba a aglomerarse. Los minutos se hicieron eternos. Empecé a ponerme ansioso al ver que la ambulancia no llegaba. No me atrevía a moverla por miedo a causarle más daño. Después de unos segundos interminables, escuché la sirena de la ambulancia. Tomé mis pertenencias del coche destrozado y me acerqué mientras subían a la joven a la camilla. Subí a la ambulancia también. Mis nervios se desataron al ver el estado de la joven, mientras los paramédicos la atendían de urgencia. Al llegar a la clínica, llamé a mi padre para informarle lo ocurrido. Él, a su vez, contactó a mi madre, quien se puso histérica. Ambos se alarmaron y se dirigieron a la clínica de inmediato. Ella no debe morir por mi culpa, pensé, sintiendo una culpa abrumadora. Todo por la prisa de una reunión a la que ni siquiera estaba seguro de querer asistir. Las horas pasaron, y nadie salía a dar información. Yo no sufrí ningún daño grave; le había hecho caso a mi amigo Jordan de instalar un sistema de airbag de emergencia avanzado, y eso contuvo la fuerza del impacto en mi lado. Llegaron mis padres junto con Ángela. Les conté lo sucedido. Mi madre, llorando, rogaba a Dios que la joven se salvara. Minutos más tarde, unos oficiales se aproximaron para tomar declaración. Mi padre llamó a nuestros abogados para que se hicieran cargo. Seis horas de espera. Nadie nos daba razón del estado de la joven. Me dirigí a la recepción. Una enfermera me informó que el doctor no había salido de la sala de emergencias. —Lo mejor es que espere a que el doctor le dé información concreta —me dijo, mirándome fijamente. —Por favor, haga lo que sea necesario. Yo me haré responsable de todos los gastos médicos —le dije, angustiado. Cuando regresé junto a mis padres, un doctor salió de la sala con un expediente y unas pertenencias en sus manos. —¿Familiares de Isabel Sánchez? —Doctor, ellos no son los familiares, pero el joven es con quien tuvo el accidente —dijo la enfermera, señalándome. —Doctor, ¿cómo está? Soy Alex Word. ¿En qué estado se encuentra la joven? —Me acerqué, temiendo la respuesta. —Bien. Dado que no hay familiares presentes, lamento informarle que la joven ha sufrido un trauma cerebral, induciéndola a un coma. Deberá permanecer en observación. En este tipo de casos, puede durar horas, días, o incluso semanas. Lo lamento, solo resta esperar. —Dijo, entregando las pertenencias a la enfermera. Mi reacción a esa noticia fue terrible. No podía imaginar qué sucedería si no despertaba, o si sus familiares aparecían. —Doctor, ¿tiene alguna información de sus familiares? —Lo lamento. Según los oficiales que me interrogaron hace unos minutos, la joven acaba de llegar al país del extranjero y no tiene contactos en la ciudad. Es todo lo que puedo decirle. —Gracias —le dije, alejándome para sentarme. Esa escasa información sobre Isabel me molestaba, pero también me daba una extraña determinación. Seguramente sus familiares aparecerían y me demandarían, pero no me importaba. Yo cuidaría de ella hasta que eso pasara, y me haría responsable de mis actos. Unos oficiales llegaron y me llevaron a la delegación. Sería procesado por incumplimiento de las leyes de tránsito. Llegamos. Mis abogados ya estaban presentes. En un juicio rápido, un juez me condenó por mi falta. Sin embargo, mis abogados lograron negociar un acuerdo insólito: debido a que la joven no tenía a nadie a cargo, yo me haría responsable de ella y su cuidado hasta que se recuperara. Mi sentencia quedaría en suspenso mientras durara la espera de su reacción, determinando así el tiempo que debía encargarme de ella. Era mi única opción legal. Ya en casa, mi madre me enfrentó, molesta y llorando. —Ruégale a Dios que todo se resuelva, Alex. Tú no puedes hacerte cargo de esa muchacha. ¡Estás a punto de comprometerte con Ángela! ¿Qué vamos a decirle a su familia? —Nada, madre. Ellos no tienen por qué enterarse. No por ahora.

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