Capitulo 2. Dos semanas.

1475 Palabras
Capítulo 2: Dos Semanas —Alex— Han pasado dos semanas infernales desde el accidente, e Isabel por fin ha despertado del coma. Voy de camino a verla, con el estómago revuelto. Intenté prepararme para su reacción, pero solo podía rezar para que estuviera bien y que de alguna forma pudiéramos llegar a un acuerdo civil. Al entrar en la clínica, me encuentro con el doctor Damián, quien ha llevado el caso de Isabel desde el inicio. Me sorprende verlo conversando con los mismos oficiales de policía que llevan el caso del accidente. Me acerco a ellos, invadido por la urgencia. —Doctor Damián, ¿cómo está Isabel? La expresión del médico era grave. —Alex, lamento decirte que Isabel despertó con amnesia temporal. Debido al trauma cerebral, no recuerda absolutamente nada de su vida antes del accidente. Mi corazón se aceleró, sintiendo un nudo frío en el pecho. Amnesia. Todo esto era mi culpa. La vida que perdió era ya irrecuperable, pero ahora incluso sus recuerdos habían sido borrados por mi negligencia. —Señor Word —dice uno de los oficiales con voz firme—. Acompáñenos a la delegación. No perdí tiempo en refutar. En el juzgado, mis abogados lucharon por conseguir una conciliación que evitara la prisión. El juez, sin más rodeos, me impuso la sentencia definitiva ante la gravedad de los acontecimientos. La sala, con sus altos techos, se sentía opresiva. —Joven Alex Word, debido a que no se ha presentado familiar ni reporte de búsqueda alguno hasta la fecha, este tribunal determina, bajo la figura de conciliación judicial, que usted deberá hacerse responsable de la joven Isabel Sánchez por un periodo no mayor a un año, o hasta su total recuperación. Estará bajo su estricta vigilancia y cuidado; de no ser así, el estado tiene el derecho de tomar represalias, incluso su detención. La noticia me cayó como un balde de agua helada. Un año. Responsable de una desconocida con amnesia, justo cuando debía comprometerme y cerrar un negocio millonario. —Señoría, con todo respeto, no puedo hacerme cargo de la joven. Tiene que haber otra solución. —Eso no fue lo que sus abogados impusieron como estrategia de defensa. Me temo que la decisión está tomada. Se levanta la sesión. Salí del lugar sin poder refutar. La sensación de que esto se me escapaba de las manos era abrumadora. Me dirigí a la clínica, donde mis padres esperaban. Les conté lo sucedido. Mi padre palideció; mi madre, histérica, gritó que era una locura descabellada, pero no podía hacer otra cosa. Si desacato las órdenes del juez, iría a prisión. Nunca me había sentido tan nervioso, ni siquiera en las reuniones más importantes con nuevos inversores. Siempre he sido un hombre de control; esta situación, de alguna forma, se burlaba de mi supuesta calma. Me acerqué a su habitación. Sería la primera vez que hablaría con Isabel, y no sabía cómo reaccionaría. Estando a dos pasos de la puerta, escuché su voz. La enfermera le estaba informando de lo ocurrido: el accidente, el coma y la amnesia. Eso, de alguna manera, me dio un respiro. No tendría que explicarlo todo desde cero. Parecía tomarlo con una entereza extraña para alguien en su situación. Parece ser una joven fuerte. Al cruzar el umbral, sus ojos, de un intenso color miel, se posaron en los míos, analizando cada rasgo con una frialdad que me hizo temblar. Eran hermosos, sí, pero estaban llenos de resentimiento. La enfermera nos dejó solos. Me acerqué lentamente. —¿Cómo te sientes? —le pregunté, sintiéndome estúpido e incómodo. —¿Qué quieres de mí? ¿Por qué tu presencia? —Hizo una pausa, su mirada se endureció con rabia—. Imagino que eres el responsable de mi estado actual. —Solo vine a ayudarte —le dije, frustrado por su hostilidad, aunque entendía su enojo. —Pues no necesito tu ayuda. Vete. —Cruzó sus brazos sobre el pecho, una barrera de pura molestia. —No puedo irme, te guste o no. Mi presencia es algo a lo que deberás acostumbrarte. Después de que Damián dicte tu salida, vendrás conmigo. Vi su mirada asesina, frunciendo el ceño hasta que pareció que iba a gritar. —¿Y por qué demonios debería hacer eso? Ni siquiera te conozco. No me pienso ir con un desconocido. —¿Por qué? Bien, te explico: un juez dictaminó que, como no hay un familiar ni persona que se haga responsable de ti, yo me veo en la obligación de hacerme cargo para no ir detenido. —¡No te necesito! ¡No es necesario! Sé cuidarme sola. —Pronunció esas palabras con la garganta apretada, con molestia y a la vez, con un dolor palpable de su total soledad. —No lo dudo, pero esto ya no se trata de querer o no. Se trata de deber y compromiso. Tú eres mi compromiso ahora. Espero que puedas entenderlo. —Me acerqué a la puerta, sintiendo que había dicho suficiente. —Como quieras. —La vi acostarse en la cama, dándome la espalda. Aproveché el gesto para salir de la habitación, cerrando la puerta con un suspiro. —Isabel— Los días en la clínica se hicieron insoportablemente largos. Desde la conversación con Alex, he tenido que soportar su presencia en todo momento. Ha traído ropa y utensilios de higiene, y a veces se queda hasta tarde. Jamás hablamos y siempre mantiene una distancia incómoda. Me sentía una carga para él. Todo esto me parecía una locura. A veces, me levantaba para mirar por la ventana, preguntándome si tenía familia, o de dónde demonios venía. Cada día en este lugar se ha vuelto un infierno de incertidumbre. La idea de que al salir debo irme con él me resultaba insoportable. Sé que él no me quiere en su vida, y yo lo detesto por lo que me ha hecho. Traté de persuadir a los oficiales de que puedo cuidarme sola, pero insisten en que es deber legal de Alex velar por mí. No sé cómo resultará esta convivencia, pero él y yo somos como el agua y el aceite: no nos mezclamos. —Alex— Ya pasó una semana desde que Damián indicó que Isabel estaba fuera de peligro. El único problema es la amnesia temporal, pero me aseguró que, con terapia y a medida que supere el trauma del accidente, sus recuerdos regresarán gradualmente. Ahora me dirijo a la clínica a buscarla. Mandé a acondicionar una de las habitaciones de huéspedes de la casa. Rezo para que esto no sea un problema adicional. Al llegar, firmé los documentos de salida. Poco después, la vi salir con su pequeña maleta. Me acerqué para ayudarla. Ella me entregó la maleta sin una palabra, y nos adentramos al ascensor en completo silencio. Entregué el equipaje a mi chófer y subimos a mi coche. De camino a casa, ella no dijo ninguna palabra. Estaba aliviado de que no estuviera discutiendo, ya que detestaba las confrontaciones. Volteé a verla por un instante y noté que una lágrima silenciosa caía por su mejilla. Debe ser una tortura no recordar nada de tu vida, ni saber si tienes a alguien. Al llegar a la mansión, ella bajó del coche y, por primera vez, me dirigió la palabra. —¿Esta es tu casa? —dijo, observando el lugar con una mezcla de asombro y desdén. —Sí, y ahora también es tuya. Mientras se cumpla el plazo establecido por el juez, vivirás aquí. Al decir eso, se giró para mirarme con odio puro. —Ok. Espero que termine pronto —dijo, frunciendo el ceño. Entramos en la casa y la llevé a la sala de estar. Ya que estábamos bajo el mismo techo, debíamos repasar unos términos que harían nuestra convivencia lo menos caótica posible. Quería dejar las cosas meridianamente claras. —¿Puedes acompañarme a mi despacho? Necesito que hablemos de las reglas. —Realmente no tengo ganas de hablar contigo. —Qué lástima, porque yo sí. —La tomé del brazo con firmeza, llevándola a mi despacho. Apenas entramos, la solté sobre el sofá de cuero. —¿Así serán las cosas contigo? ¿Me obligarás a hacer cosas que no quiero hacer? —Si es necesario, sí. —Le dije, buscando en mi escritorio el documento que había preparado con mis abogados: el contrato de convivencia. —Mira, Alex, no me interesa tener ningún tipo de relación amistosa contigo. El hecho de que me hayas dejado en este estado y que tengas que velar por mí no te da el derecho de dirigir mi vida. La miré, mi paciencia agotada, y le extendí el fajo de papeles. —Toma. Firma. Es un contrato de derechos y deberes que me exige el tribunal. Y con esta frase, la guerra que nos espera comienza.
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