CAPITULO UNO
꧁★AMELIA★꧂
Dicen que las tragedias tienen el poder de transformarnos, de moldearnos como el fuego hace con el hierro. Soy la prueba viviente de ello. Cada día despierto recordando el accidente que cambió mi vida para siempre. Perdí a mis padres cuando tenía apenas 16 años. Íbamos de regreso a casa después de un fin de semana en el campo, el auto resbaló en una carretera mojada, y todo se convirtió en un caos de luces, ruido y dolor. Yo fui la única que sobrevivió. Sin imaginarme que años después confié en las personas equivocadas.
Mi abuelo, Lord Alistair Blackwood, ha sido mi salvador desde entonces. A sus 72 años, es un hombre fuerte, con una mirada sabia y un corazón tierno, aunque la vida no siempre le ha permitido mostrarlo. Cuando mi mundo se derrumbó, él me acogió bajo su ala y me dio un hogar en esta mansión victoriana en el corazón de Londres. La casa es un reflejo de él: majestuosa, imponente, pero llena de historia y calidez.
Ahora, a mis 23 años, soy la heredera de la cadena de hoteles Blackwood, un imperio que mi abuelo construyó con esfuerzo y dedicación. Sin embargo, la responsabilidad que conlleva este legado todavía no recae completamente sobre mis hombros, aunque sé que pronto llegará el momento. Hoy es un día especial para mí: me gradué hace apenas unas semanas con honores en Administración Hotelera y Turismo de la Universidad de Londres. Mi abuelo estaba tan orgulloso que no dejaba de presumirlo a todo el que se cruzara con él, desde los vecinos hasta los jardineros.
Sin embargo, detrás de mi éxito académico, todavía soy, en el fondo, una joven que cree en lo mejor de las personas. Soy ingenua, según dicen mis amigos más cercanos, pero yo prefiero llamarlo fe en la humanidad. Esta tarde me encuentro en la alcoba de mi abuelo, una habitación que mezcla lujo con tradición: cortinas pesadas de terciopelo burdeos, muebles de caoba y estanterías llenas de libros que parecen susurrar historias antiguas. A pesar de su edad, el abuelo prefiere pasar tiempo aquí, donde dice que puede reflexionar mejor.
—Amelia, querida, ¿cómo te va el té? —me pregunta desde su sillón favorito, donde suele leer el Financial Times.
—Perfecto, abuelo, como siempre. Gracias por pedirle a James que lo preparara con un toque de miel. —Le sonrío, disfrutando del momento. Estos son los pequeños rituales que aprecio más que nada en el mundo. Mientras sorbo mi té, el móvil en la mesita junto a mí vibra.
Es un mensaje de Emma, una de mis amigas más cercanas desde la universidad. «¡Amelia! Esta noche nos reunimos en la fiesta de despedida de Claire antes de que se vaya a París. ¡No puedes faltar! Tienes que venir. Ya sabes cómo somos, ¡no aceptamos un no por respuesta!»
Antes de que pueda responder, suena una videollamada. Miro al abuelo, quien asiente con una sonrisa indulgente. Contesto.
—¡Amelia! —grita Emma desde la pantalla, rodeada por otras de mis amigas del grupo, incluida Claire, la protagonista de la noche—. ¿Qué vas a ponerte esta noche?
—No estoy segura de que pueda ir —respondí, sintiéndome un poco culpable—. Tengo cosas que organizar aquí en casa y…
—¡No! Nada de excusas. Esta es una reunión importante. Además, no queremos que Claire se vaya pensando que eres una aburrida.
—Amelia, no nos dejes plantadas —interviene Claire con un tono melodramático—. ¿Es que ya no te importamos?
Antes de que pueda darles una respuesta concreta, mi abuelo, que ha estado escuchando todo desde su sillón, se aclara la garganta.
—Dame un momento, chicas —digo, cubriendo el micrófono con la mano.
El abuelo se inclina hacia adelante, dejando el periódico a un lado. Su expresión es seria, pero sus ojos están llenos de ternura.
—Amelia, creo que deberías ir.
—¿De verdad, abuelo?
—Sí, mi niña. No debes perder tu juventud encerrada aquí conmigo. Eres una joven brillante y tienes todo el derecho de disfrutar tu vida. Eso sí, prométeme que regresarás temprano. Recuerda que tus sueños y tu salud siempre serán lo más importante.
Le sonrío con gratitud, dejando mi taza de té a un lado.
—Gracias, abuelo… Ah, ¿qué haría sin ti?
—Ve y pásatelo bien, Amelia. Pero sé prudente, como siempre.
Vuelvo a la videollamada, donde mis amigas están esperando ansiosas.
—Está bien, iré. Pero no esperen que me quede hasta el amanecer.
Los gritos de emoción al otro lado de la pantalla me hacen reír.
Unas horas más tarde, me encuentro en mi habitación, ¡estoy como loca!, eligiendo qué ponerme. La mansión está en calma, salvo por los murmullos de los empleados que trabajan en los pasillos. Greta, mi asistente personal, entra con una sonrisa discreta.
—Señorita Blackwood, he preparado tres opciones para usted —dice, señalando los vestidos que ha colocado sobre mi cama.
—Gracias, Greta. Creo que optaré por algo sencillo pero elegante. No quiero llamar demasiado la atención.
Finalmente, elijo un vestido n***o clásico, ajustado en la cintura y con un ligero escote en la espalda. Es elegante sin ser ostentoso. Greta me ayuda con los detalles finales, y cuando termino de arreglarme, bajo las escaleras donde me espera el auto con chofer que mi abuelo insistió en que usara.
Mientras cruzo las puertas principales de la mansión, no puedo evitar sentir una mezcla de emoción y nerviosismo. Es raro en mí salir a eventos sociales como este, pero sé que será una buena oportunidad para desconectar un poco de las responsabilidades que pesan sobre mí. Cuando subo al auto, el chófer, Alfred, me saluda cortésmente.
—¿Lista para la fiesta, señorita Blackwood?
—Lo estoy, Alfred. Gracias.
El auto se desliza por las calles de Londres, iluminadas por las luces de la ciudad. Miro por la ventana, dejando que mi mente divague. Aunque sé que tengo una vida privilegiada, mi corazón anhela algo más: un propósito más profundo, tal vez incluso un amor verdadero. Para mí, el hombre de mis sueños no será cualquiera. Será alguien que me proponga un compromiso serio, alguien que valore lo que soy y lo que represento.
Por ahora, sin embargo, estoy decidida a disfrutar de esta noche con mis amigas. Es una oportunidad para ser simplemente Amelia, no la heredera Blackwood, no la joven marcada por una tragedia, sino una chica normal divirtiéndose con quienes aprecia.
La música se siente como un latido en el suelo de la discoteca. Cada paso que doy hacia el interior me envuelve más en esa atmósfera vibrante, llena de luces de neón y humo artificial. Las risas y voces se mezclan con el ritmo contagioso de una canción que no reconozco, pero que hace que todo el lugar se mueva al unísono.
Claire había elegido este lugar para su despedida, un club exclusivo en el corazón de Londres, conocido por su ambiente elegante pero salvaje. Me tomó apenas un par de minutos encontrar a mis amigas en una de las mesas VIP, situada justo frente a la pista de baile.
—¡Amelia! —gritó Emma, levantándose de un salto para abrazarme como si no nos hubiéramos visto en meses, aunque habíamos hablado por videollamada hacía unas horas.
Claire, radiante en un vestido rojo que parecía hecho para ella, se acercó y me agarró de las manos con su típica energía explosiva.
—¡Finalmente, la heredera Blackwood hace su aparición en el mundo real! —dijo con una sonrisa burlona—. Pensé que tu abuelo te iba a encerrar en una torre como en un cuento de hadas.
—Deberías saber que él mismo fue quien me animó a venir —respondí, sonriendo.
—Entonces ya me cae mejor tu abuelo. Ahora ven, tenemos una mesa reservada y toda la noche por delante.
La noche prometía ser una de aquellas que dejan huella; sin embargo, poco sabía yo que un encuentro inesperado cambiaría mi vida para siempre. Las luces, la música y el ambiente efervescente de la discoteca ocultaban una verdad que estaba a punto de descubrir.