*°• LEONEL •°*
A mis 30 años, he visto casi todo en este mundo. Dirijo una de las empresas más importantes del sector inmobiliario y hotelero, con proyectos en ciudades como Dubai, Nueva York y Londres. Mi vida gira en torno a las reuniones, conferencias y eventos de gala. Estoy acostumbrado a mantenerme distante, calculador y enfocado en los negocios. Pero nada de lo que he vivido me preparó para lo que presencié esta noche.
Acababa de salir de una conferencia en el Westgate Hotel. Había cerrado un trato importante con un grupo de inversores y me dirigía hacia mi auto. Estaba cansado, deseando llegar a casa y desconectar un rato. Pero mientras caminaba por el estacionamiento del hotel, algo llamó mi atención: un grupo de jóvenes estaba junto a un auto oscuro, hablando en un tono bajo, pero claramente sospechoso.
Me detuve a cierta distancia, observando cómo sacaban algo —no, alguien— de la cajuela. Me costó procesarlo al principio. Era una chica. Estaba tambaleándose, con los brazos flojos y la cabeza cayendo hacia adelante. Parecía borracha o drogada, y la manera en que la trataban me hizo apretar los dientes.
Mi instinto me decía que algo estaba muy mal. Me acerqué un poco más, tratando de no llamar la atención. Podía escuchar fragmentos de su conversación, palabras sueltas que solo aumentaban mi preocupación. “Rápido”, “nadie nos verá”, “cállate”. Cada palabra era como una alarma en mi mente.
—¡No la lleves así! —dijo uno de ellos, aunque más como una burla que una advertencia—. Se va a desmayar antes de llegar.
—Da igual. No es como si fuera a quejarse, ¿verdad?
Escuchar esas palabras me encendió una chispa de rabia que no sentía desde hacía años. La chica trató de balbucear algo, pero no se le entendía. Apenas podía sostenerse en pie.
“¿Qué demonios están haciendo?,” pensé, pero no necesité mucho para saberlo.
Mis pasos se volvieron más firmes mientras me acercaba. Una parte de mí me decía que no me metiera, que no era mi problema. Pero cuando la vi mejor, todo cambió.
Era hermosa, incluso en su estado actual. Su cabello rubio caía en ondas desordenadas, y aunque apenas podía mantener los ojos abiertos, el verde intenso de su mirada era inconfundible. Era delicada, con un rostro angelical y, al mismo tiempo, una figura que evidenciaba que no era ninguna niña.
Por un segundo, me quedé inmóvil, pero su vulnerabilidad me rompió algo por dentro. No podía permitir que esos malditos hicieran lo que claramente tenían en mente. La chica levantó la cabeza con dificultad, sus ojos vidriosos y llenos de miedo. Eso fue suficiente para mí. Di un paso más hacia ellos, mi mirada fija en el líder.
—¿Dónde se la llevan? —pregunté, mi voz, resonando con una calma que enmascaraba la furia que sentía.
Los chicos se giraron hacia mí, sorprendidos. Lo demás pasó rápido: intercambiamos palabras, pero no les di espacio para discutir. Mi tono, mi postura y el simple hecho de que yo no tenía intención de retroceder los hizo huir como las ratas que eran.
Hubo un momento de silencio tenso. Podía ver la duda en sus ojos, la lucha interna entre seguir con su plan o evitar problemas. Finalmente, el líder levantó las manos en señal de rendición.
Al arribar, me abalancé junto a la dama. Su piel estaba fría, y su respiración, aunque algo irregular, parecía estable.
—¿Estás bien? —le pregunté.
No respondió, pero balbuceó algo que no entendí. Sus labios se movieron lentamente, formando lo que parecían palabras, pero su voz apenas era un susurro apenas audible. Ella se veía en malas condiciones; su rostro estaba pálido y cansado, y sus ojos, que normalmente deberían brillar con vida, parecían vacíos y perdidos en un torbellino de confusión. Le di una habitación para que pudiera descansar y recuperar fuerzas antes de que la interrogara. Esta cabaña es de un amigo mío; me alegra que estuviera desocupada. Siempre que visito el país, elijo quedarme aquí, ya que me ofrece una sensación de tranquilidad y paz que es difícil de encontrar en otros lugares.
Ella murmuraba incoherencias, las palabras apenas formándose en su boca, y su respiración era notoriamente pesada, como si cada inhalación le costara un esfuerzo monumental. Me sentí preocupado al ver su estado. Decidí llenar un vaso con agua del minibar y lo acerqué a sus labios, intentando ofrecerle un pequeño alivio.
—Bebe un poco —le dije suavemente, tratando de que mi voz sonara calmada y reconfortante.
La habitación era sencilla y despojada, con una cama amplia cubierta de sábanas blancas y un baño pequeño pero funcional en el rincón. Dejé a la chica sentada en el borde de la cama, insegura y temerosa, mientras me agachaba para mirarla a los ojos, tratando de conectar con ella en medio de su evidente angustia.
—¿Quieres más agua? —pregunté, observando cómo sus manos temblaban visiblemente al llevar el vaso a sus labios.
Ella tomó pequeños sorbos, el líquido parecía ayudar un poco a limpiar su garganta reseca. Mientras bebía, noté un leve brillo de gratitud en sus ojos, aunque seguía pareciendo atrapada en un mar de confusión y temor que la envolvía como una densa niebla. Me levanté y serví un vaso más de agua del minibar. Cuando volví, le acerqué el vaso con cuidado, ayudándola a sostenerlo, ya que su temblor parecía un impedimento. Bebió un poco, pero sus manos temblaban tanto que tuve que sujetar el vaso firmemente para que no lo derramara.
—Gracias —murmuró, su voz más clara, esta vez, resonando con una vulnerabilidad que desgarraba el corazón.
La observé en silencio, tratando de descifrar lo que había pasado. Aquel momento significaba mucho, y no podía dejar de pensar en lo cerca que había estado de algo terrible. Una serie de preguntas comenzaron a llover en mi mente, pero entendí que, por ahora, lo más importante era permitirle recuperarse y sentirse segura en este refugio temporal que le había proporcionado. Su bienestar era prioritario, y estaba decidido a ayudarla.
—¿Qué te hicieron? —pregunté, mi tono más suave de lo habitual.
Ella negó con la cabeza, bajando la mirada hacia el suelo con una expresión mezcla de vergüenza y angustia. Su rostro, que antes mostraba un brillo juvenil, ahora parecía nublado por una sombra de incomodidad. Se tocaba constantemente el cuello, como si algo invisible estuviera presionando sobre su piel y la ahogara lentamente, inquietándola más con cada movimiento. En un impulso, le solté un poco su blusa, tratando de hacer que se sintiera más cómoda, aunque mi acción fue seguida por una punzada de culpa al darme cuenta de que era apenas una chiquilla. Me cuestionaba a mí mismo, tratando de entender qué estaba haciendo rodeada de esos tipos; la escena se me hacía confusa y desconcertante.
—Nada… no llegaron a hacerme nada… Usted llegó justo a tiempo. Hace mucha calor, ¿verdad? ¿No hay aire acondicionado aquí? Su voz temblaba mientras hablaba, un hilo de nerviosismo se hacía evidente en sus palabras, y no podía evitar notar cómo su respiración se volvía más entrecortada.
—Es una zona solitaria, por ende, es fresco este sitio. Lo que sientes ha de ser por las bebidas que ingeriste.
Intentaba sonar calmado, razonando que el calor del lugar no era tan intenso como lo que estaba sintiendo.
—No recuerdo haber bebido mucho, pero no puedo coordinarme.
Sus palabras tenían un aire de confusión, como si intentara atar cabos sueltos en su mente, tratando de recordar lo que había sucedido antes de llegar a ese momento. Podía ver que su mente luchaba por mantener la claridad, pero estaba perdiendo la batalla.
Me senté en un sillón que crujió levemente bajo mi peso, mientras la observaba sofocarse. Ella trataba de mantener la compostura, pero sus ojos delataban el caos interno que experimentaba. No sabía qué tipo de alcohol había consumido, pero era evidente que no estaba acostumbrada a beber. Su comportamiento errático y sus gestos torpes solo reforzaban la idea de que, en efecto, el alcohol le había pasado factura. Con cada instante que pasaba, mi preocupación crecía; quería ayudarla, quería entender qué la había llevado a esa situación complicada y peligrosa.