꧁★AMELIA★꧂
Entonces, sucedió algo inesperado.
—¿Dónde se la llevan? —Esa voz profunda y firme atravesó el aire como un rayo. Sentí que el tiempo se detenía por un momento, y por primera vez en lo que parecían horas, la atención de los chicos no estaba en mí.
—¿Qué? —preguntó Andrew, dándose la vuelta hacia la dirección de la voz.
Quise girar la cabeza para ver quién era, pero mis movimientos seguían torpes y lentos. Solo pude escuchar el intercambio.
—Pregunté, ¿dónde se la llevan? —repitió el hombre. Su tono era frío, casi amenazante.
—¿Y tú quién eres? —respondió Darry, claramente irritado—. Esto no es asunto tuyo.
—Ella viene con nosotros —intervino Carlos, su tono más agresivo.
El hombre no pareció intimidarse en absoluto. De hecho, su respuesta fue tan firme como antes, pero esta vez más cargada de autoridad.
—No. Ella viene conmigo.
Por un momento, hubo silencio. Pude sentir cómo los chicos se miraban entre ellos, tratando de decidir qué hacer.
—Escucha, amigo —dijo London, tratando de sonar casual, pero claramente molesto—. No queremos problemas. Esta chica es nuestra amiga. Solo estamos cuidándola porque se puso mal.
—¿Cuidándola? —respondió el hombre con un tono sarcástico que hizo que incluso en mi estado lograra percibir el peligro en su voz—. Claro, porque arrastrarla como un saco de patatas y hablar de traerla en una cajuela es cuidar de alguien.
Los chicos no dijeron nada. Podía sentir cómo la tensión aumentaba a mi alrededor.
—Voy a repetirlo una sola vez más —continuó el hombre—. Suéltenla ahora.
El silencio se tornó casi tangible. Podía sentir el pánico en el aire, y aunque no podía ver sus rostros, sabía que los chicos estaban nerviosos. Finalmente, Darry soltó una risa forzada.
—¡No tienes idea de quiénes somos! —gritó Darry, intentando recuperar el control.
—Y tú no tienes idea de quién soy yo. Pero si no la sueltan, lo averiguarán.
Algo en su tono hizo que los chicos retrocedieran ligeramente. Sentí cómo los brazos que me sostenían se aflojaban un poco, aunque todavía no me dejaban ir por completo.
—Vamos, no vale la pena meternos en líos, por esto —murmuró Andrew.
—¿Estás bromeando? ¡No vamos a dejar que este imbécil nos diga qué hacer! —respondió Darry, claramente enfurecido.
El hombre dio un paso adelante, y aunque no podía verlo claramente, su sola presencia parecía suficiente para hacerlos dudar.
—Voy a contar hasta tres —dijo con calma—. Uno…
—Darry, vámonos. Esto ya se salió de control —insistió London, esta vez con más urgencia.
—¡Cállate! —gruñó Darry, pero su tono había perdido algo de fuerza.
—Dos…
—Maldita sea —escuché a Carlos murmurar antes de soltarme de golpe.
Mis piernas no me sostuvieron, y caí al suelo, pero antes de que pudiera golpearlo por completo, sentí un par de brazos fuertes atrapándome.
—Tres —dijo el hombre, con su voz resonando como una campana.
—Está bien, amigo, como quieras. Solo estábamos tratando de ayudar.
Sentí las manos de Darry soltándome y me deslicé hacia el suelo, mis piernas aún no eran capaces de sostenerme. Los chicos retrocedieron lentamente, y pude escuchar el murmullo de sus voces mientras se alejaban, probablemente maldiciendo su mala suerte.
El hombre se acercó y me levantó con cuidado. Pude sentir la firmeza y seguridad en sus movimientos, y eso me dio un pequeño alivio.
—¿Amelia? —preguntó, su voz más suave, esta vez.
Intenté responder, pero lo único que salió de mi boca fueron sonidos entrecortados. Mis ojos seguían pesados, y apenas podía distinguir su rostro. Todo lo que veía eran sombras y luces que se mezclaban.
—Estás a salvo ahora —dijo, como si quisiera calmarme.
Quise preguntarle quién era, cómo sabía mi nombre, pero las palabras seguían atoradas en mi garganta. Sentí cómo me levantaba del suelo con facilidad, como si no pesara nada.
—Tranquila, estás a salvo ahora —dijo con suavidad. Su voz, que antes había sido tan autoritaria, ahora era reconfortante—. Vamos a sacarte de aquí.
El coche avanzaba a través de la oscura y fría noche, y el silencio entre nosotros era palpable. Mientras el motor ronroneaba suavemente, el hombre intentaba encender la calefacción para que el ambiente fuera más acogedor. Los destellos de luz de los faros de los coches que pasaban ocasionalmente iluminaban su rostro, mostrando sus facciones duras y concentradas en la carretera.
Poco a poco, empecé a recobrar fuerzas. Las sensaciones volvieron a mis extremidades, y la mente comenzó a despejarse del todo. Me atreví a mirar alrededor y noté que estábamos saliendo de la ciudad, adentrándonos en caminos más rurales y menos transitados.
—¿A dónde vamos? —pregunté, intentando sonar más firme.
El hombre se tomó un momento antes de responder, sin apartar la vista del camino.
—A un sitio donde estarás a salvo. Un amigo mío tiene una cabaña aislada en las montañas. Podremos refugiarnos allí por un tiempo.
Intenté procesar la información, pero las dudas seguían acechando mi mente.
—¿Por qué me ayudas? Ni siquiera me conoces...
Finalmente, él desvió la mirada brevemente hacia mí, y su rostro mostró una leve sonrisa triste.
—A veces, ayudar a los demás es la única forma de encontrar sentido en este mundo. Y ahora mismo, tú necesitas ayuda más que nadie.
Su respuesta, aunque críptica, me dejó pensando. Había algo en su voz que transmitía una sinceridad desalentadora, como si él mismo hubiera necesitado ayuda en algún momento y supiera lo que sentía estar en mi situación.
Mientras seguíamos el trayecto, el paisaje exterior comenzó a cambiar; los edificios dieron paso a bosques espesos, y el aire parecía más puro y frío. Después de lo que pareció una eternidad, el coche se detuvo finalmente ante una pequeña cabaña de madera, rodeada por árboles altos y un silencio profundo.
—Hemos llegado —anunció el hombre, apagando el motor—. Vamos adentro, necesitas descansar.
Descendí del coche con cuidado y lo seguí hacia la cabaña. La estructura sencilla y rústica desprendía una sensación de paz que no había sentido en mucho tiempo. Cuando entramos, una cálida chimenea iluminaba la estancia principal, y pude ver que él había preparado todo con antelación.
—Puedes usar la habitación al fondo del pasillo —dijo él, señalando una puerta—. Descansa. Mañana hablaremos y decidiremos qué hacer.
Le agradecí con un leve asentimiento y me dirigí hacia la habitación. Mientras me recostaba en la cama, la fatiga me envolvía nuevamente, pero esta vez con una sensación de seguridad y esperanza renovadas. Quizás este desconocido no solo me había salvado, sino que también me había dado una segunda oportunidad.
Y con ese pensamiento, me dejé llevar por el sueño, esperando que el nuevo día trajera consigo respuestas y un poco más de claridad.