CAPITULO 4

1148 Palabras
Llegamos a un local muy acogedor, todos giran para verme entrar con la chica, no sé si es la belleza de ella o por qué tengo mi hábito. Solo continuo y me siento frente a ella. - Mi nombre es Ana Clara, ¿cuál es el tuyo? - pone sus dos manos sobre la mesa, con una sonrisa en el rostro esperando que conteste. - Soy Noa - suelto mi libro sobre la mesa, esperando la otra pregunta de la chica. - Bueno, Noa, un placer conocerte - me dice mientras extiende la mano y no sé por qué en este momento pienso en Marco. La personalidad de la chica es parecida a la de él, como si el destino estuviera consiguiendo una amiga para mí. Extiendo mi mano y se la entrego, la suelto muy rápido, no me gusta mucho tocar a las personas. Llega un chico para tomar nuestras órdenes, pido un chocolate caliente con malvaviscos. El chocolate en esta región es muy bueno. Ella pide un café n***o, nada fuera de lo normal, también pide una especie de pudin de caramelo. Yo no soy de comer cosas muy dulces, solo el chocolate es mi debilidad. El silencio se vuelve incómodo, yo no hablo y ella parece querer hablar hasta por los codos. - ¿Y qué te trae por acá, Noa? - Pregunta con una sonrisa, sonríe demasiado la chica. - Estoy de intercambio, voy a estar solo unos meses - le respondo por cortesía. - Qué bueno, Noa, podemos ser amigas, ¿no crees? Asiento con mi cabeza, más para no ser grosera, quizá piense que soy una monja solitaria que no tiene a nadie y solo quiere hacerme sentir bien. Aprendí algo de psicología en el campo. - ¿Vives hace mucho en este pueblo? - le pregunto, más por investigar y hacer mi trabajo. - Toda mi vida, es un poco aburrido, en el día todos trabajan, yo le ayudo a mis papás en la tienda de comestibles, pero en la noche — susurra - suceden cosas, ya sabes como fiestas y eso que hacemos los chicos no tan santos, ¿entiendes? Claro que entiendo, no soy idiota, pero ella no lo sabe. Hago una cara de asombro o eso trato de hacer cuando le pregunto. —¿Qué cosas? — sonríe, como si estuviera a punto de decir un secreto. - Hay carreras y chicos, son sitios donde podemos ser nosotros mismos, aunque se hacen cosas que, ya sabes, no están dentro de la ley. - Mmmm, nunca he ido a una cosa similar - llega nuestro pedido y doy un sorbo a mi chocolate mientras ella empieza con el pudin. - ¿Quieres probarlo? - me dice dándome en una pequeña cuchara algo de ese pudín color café. Abro mi boca y me acerco para poder comerlo. - Está delicioso - le digo, aunque estoy por escupirlo, no soy amante a los dulces. - Es mi favorito. Si algún día quieres salir o hablar con alguien, puedes buscarme. Vivo allá — me señala una tienda cerca del parque - en la segunda planta. - ¿Por qué te acercaste a hablarme? - Le pregunto, se ve que es una chica sin malas intenciones. - Quería preguntarte por otra monja, casi nadie sale de esa catedral y quiero saber qué pasó con ella - me mira y sus ojos se vuelven brillosos. - ¿Y como se llama la monja? Quizá esté aún en la catedral — le digo dando un sorbo a mi chocolate. - Se llama Cristine, ella era... mi amiga - Cristine, la lesbiana, así que Ana clara es la novia de la monja que enviaron a Europa. - La conozco, está en Europa - la chica suspira- ¿Eras su novia? - Ella me mira a los ojos, un poco asustada. No es que tenga algo en contra de las relaciones amorosas, ni siquiera conozco una, es que investigué a todas las monjas que pasaron por esta catedral antes de venir. - Solo nos dimos un beso, no sabíamos lo que hacíamos, pero otra monja nos vio y no pudimos hacer nada para evitar que la catedral se enterara. La encerraron por dos meses y después ya no supe nada ella, solo quería. Ya sabes, saber que estaba bien, me siento tan culpable. Esta chica es muy inocente, no representa un peligro para mí, ya me siento más relajada. - Está bien, Ana Clara, no te preocupes, ella está bien, en Europa, ella se fue y yo llegué, eso es todo — la chica suspira y sonríe. Terminamos nuestras bebidas y ella se acerca a la caja a pagar, pero la detengo, saco el dinero que tengo en uno de los bolsillos de mí habito y pago la cuenta. - Esta vez invito yo - la miro a los ojos, para saber que no se siente incómoda y asiente con la cabeza. - Gracias, realmente quería invitarte a tomar un café. Casi no tengo amigas desde que la hermana me vio besar a Cristine — monja chismosa, pero que se puede hacer. Salimos del local de nuevo al parque y me dice que cuando quiera puedo ir a visitarla, nos despedimos y me siento en la banca a terminar de leer hasta que llega la noche. Llego a la catedral, quito mi hábito y todo un baño, mi largo cabello castaño me hace sentir orgullosa, es sedoso y mi mayor orgullo, he leído que los dragones acumulan y guardan oro, pues así soy con mi cabello, solo yo puedo cortarlo y solo yo puedo peinarlo. Tomo una bata blanca para dormir y me acuesto mientras la chimenea suena, mis ojos pesan y caigo en un sueño profundo, esta noche puedo dormir tranquila aunque normalmente duermo con un ojo abierto y el otro cerrado, mis sentidos mantienen en alerta por mi entrenamiento. El día llega, me levanto temprano para tomar un baño y estar lista, ya que a las cinco de la mañana todas las monjas están dentro de la iglesia haciendo el rosario, me arrodillo y hago lo mismo que ellas, soy una monja después de todo, aunque el sacerdote les advirtió que yo podía salir cuando quisiera. Quiero respetar las creencias de las demás monjas y también quiero pasar desapercibida. No quiero que piensen que tengo privilegios por ser nueva. El almuerzo se anuncia y todas las monjas hacen una fila para recibir la comida, hay un grupo de chicas de tres personas y se reúnen a almorzar en una mesa, una de ellas me levanta la mano y me acerco, he aprendido a lo largo de los años que nadie puede ser tu amigo, pero que todos tienen información para darte. Me siento y empiezo a comer mientras ellas hablan de lo mismo que dijo Ana Clara, un sitio donde no todo es tan legal.
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